"Tenemos todo el tiempo del mundo", le dice James Bond (Daniel Craig) a su amada Madeleine (Léa Seydoux) muy al principio de la película. La frase es irónica por la clara alusión al título, la extrema duración de la cinta misma y por lo que sucede al final de la segunda secuencia de esta. Pero el verdadero significado de estas palabras no debería sorprendernos, pues el tiempo emerge en esta ocasión como uno de los villanos más formidables a los que se ha enfrentado el agente 007, y que termina por vencer cuando concluye la era de cada actor al frente de una de las franquicias más longevas de la historia del cine. Y de eso se trata al final, de decirle adiós a Craig, un James Bond con altos y bajos, pero que se ganó el corazón del público.
Imagen: Metro-Goldwyn-Mayer, Eon Productions, Universal Pictures, B25, Cinesite, Danjaq |
Retirado del servicio, Bond disfruta de una inusitada paz. Desafortunadamente para él, esta se ve interrumpida cuando Felix Leiter (Jeffrey Wright), su viejo amigo de la CIA, aparece para perseguir una amenaza anónima en posesión de una nueva y peligrosa tecnología. Aunque reacio, el agente secreto acepta y comienza a seguir las pistas, las cuales van más alla de la organización criminal SPECTRE y hasta Madeleine Swann, de quien alguna vez estuvo enamorado. Y es así como de las sombras emerge Lyutsifer Safin (Rami Malek), un terrorista en busca de venganza que pretende castigar al mundo entero para volverse a sentir tranquilo una vez más.
Tras un larguísimo retraso a causa de la pandemia, Sin Tiempo para Morir (No Time to Die, 2021) llega en momentos complicados todavía en muchas partes del mundo, pero comprometiéndose totalmente con la experiencia cinematográfica, que muchos estudios han sacrificado ante las difíciles circunstancias. La última aparición de Craig lo merecía; estamos hablando del James Bond del siglo XXI, el cual reintrodujo a un icónico personaje que ya había caído en la ridiculez durante la época de Pierce Brosnan. Y así, después de cinco películas —unas mejores que otras—, el británico se retira para que sus custodios hagan borrón y cuenta nueva, sentando al menos un buen precedente de lo que el agente secreto creado por Ian Fleming puede significar para una sociedad que ha comenzado a dejar atrás ciertas predisposiciones perpetuadas por sus versiones anteriores.
A sabiendas de que la era de Craig ha sido la primera en llevar una continuidad de entrega a entrega, la 25ᵃ cinta de la franquicia, dirigida por Cary Fukunaga (Sin Nombre, Beasts of No Nation) representa también la conclusión de la historia que comenzó con Casino Royale (2006), donde la sentida pérdida de Bond nos hacía sentir más cerca un tipo con licencia para matar. Sin Tiempo para Morir cumple de manera general como cierre, pero es en apartados específicos donde muestra las debilidades que hicieron de las suyas durante los últimos 15 años. Esta, sin duda, es la versión definitiva del Bond de Craig, aunque el filme en sí bien podría situarse entre el mejor (007: Operación Skyfall) y los peores (007: Spectre y 007: Quantum) de la saga.
Sin Tiempo para Morir, por supuesto, es una de las películas más emotivas de la serie, y no solo por la despedida de Craig, sino también por las situaciones en que se ve involucrado el protagonista, algunas inusitadas hasta ahora. En cierto sentido, este Bond retoma las ideas del Kylo Ren de Los Últimos Jedi (The Last Jedi, 2017). Ahí, el villano enarbola un discurso de dejar el pasado atrás, a como diera lugar, para pensar en nada más que el futuro. Bond también se muestra listo para dejar el pasado morir, pero, a diferencia de Ren, para vivir en el presente y nada más. Con lo que no cuenta es que tanto el pasado y el futuro convergerán en su problemático presente para ponerlo a prueba nuevamente. De pronto, la nostalgia y la expectativa se convierten en los puntos débiles de alguien que parece ser a prueba de balas.
Imagen: Metro-Goldwyn-Mayer, Eon Productions, Universal Pictures, B25, Cinesite, Danjaq |
Incluso en Safin se puede apreciar un poco de esta reflexión, aunque desde un punto de vista más extremo. "Si no tienes nada más que dar, eres irrelevante", dice el villano mostrando una actitud maniqueísta que, eventualmente, lo definirá como un antagonista trillado, olvidable y poco interesante. Malek tampoco ayuda en lo absoluto. El misterio con el que envuelve al personaje es tan impenetrable que a nadie parece importarle que desaparezca por largos periodos de la película. Pero cuando su papel cobra cierta importancia hacia el final, sus diálogos "poéticos" y motivaciones poco claras —que, para no variar, tienen que ver con genocidio— terminan por confirmar la debilidad de su caracterización. Estos problemas vienen de la dirección y el guion; sin embargo, se trata de una decepción más de Malek en la pantalla grande (una copia demasiado limpia de Freddie Mercury no debería contarse como un logro).
En los demás personajes tampoco hay mucha sustancia. A pesar de que el pasado de Madeleine también es pertinente para la trama, poco se indaga realmente en su persona. Si bien la aparición de otro sorpresivo personaje le da una nueva dimensión, esta no significa mucho más adelante. M (Ralph Fiennes) también se queda inesperadamente desperdiciado dada su implicación en los sucesos que mueven la historia, sobre todo al hacer cierta crítica hacia el exceso de poder que ostentan cualquier cantidad de entidades gubernamentales. Afortunadamente, en Nomi (Lashana Lynch) —la primera agente 00 en la franquicia— nos encontramos con algo innovador. Más allá de la inclusión, que también hace referencia a los tiempos cambiantes, su presencia da los primeros indicios de una nueva era para el agente secreto, y no porque tenga que convertirse en una mujer negra, sino por la exploración de vertientes inéditas dentro de este universo.
Imagen: Metro-Goldwyn-Mayer, Eon Productions, Universal Pictures, B25, Cinesite, Danjaq |
Inesperadamente, lo mejor de Sin Tiempo Morir surge cuando la trama se muestra más introspectiva, principalmente cuando vemos el desarrollo de Bond más como individuo que como agente secreto. Ahí es donde se puede apreciar la contribución de Phoebe Waller-Bridge (Fleabag) como coguionista: un Bond alejado del macho y más cercano a sus emociones y sentimientos. Y a pesar de un tercer acto complicado y demasiado estrambótico, el personaje sale avante al aceptar su nuevo rol, el cual seguramente sorprenderá a varios —aunque ciertas revelaciones alrededor suyo llegan de forma anticlimática—.
Sin Tiempo para Morir también trata sobre dejar un legado. Mientras que Safin busca hacerlo de forma violenta y antinatural, Bond lo logra orgánica y desinteresadamente. Pero más importante aún es el que deja Craig, a quien esta cinta le rinde tributo de principio a fin —más que a la propia serie, incluso con todos esos huevos de pascua a los que hay que estar atento para no perdérselos—. "Dejar ir es difícil", dice Bond en algún momento de la trama, y no podríamos estar más de acuerdo; a través de él escuchamos a un Craig que, pese a las polémicas en que se vio involucrado durante sus años como 007, verdaderamente se muestra agradecido de haber interpretado al agente secreto más famoso del cine.
Ah, y Billie Eilish tiene asegurado el Óscar a Mejor Canción Original.
Sin Tiempo para Morir se encuentra actualmente en cartelera.
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