Crítica - Bardo, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades: la autoficción de Iñárritu

La autobiografía ha sido una constante entre los autores cinematográficos más reconocidos a nivel mundial de la actualidad. Cuarón lo hizo hace unos años con Roma (2018); más recientemente, Paolo Sorrentino, Joanna Hogg y Lee Isaac Chung hicieron lo propio con Fue la Mano de Dios (È Stata la Mano di Dio, 2021), The Souvenir (2019) y Minari (2020); y Steven Spielberg y James Gray están por mostrarnos parte de su vida con Los Fabelman y El Tiempo del Armagedón respectivamente. El recurso está de moda; Tarantino incluso plasmó sus recuerdos en la fantástica y soñadora Había una Vez... en Hollywood (Once Upon a Time in Hollywood, 2019), pero nadie lo ha hecho como Alejandro González Iñárritu, quien rechaza el formato y se decanta por una grandilocuente "autoficción" que, sin embargo, se queda a medio camino con su discurso, que termina por convertirse en un ejercicio de egocentrismo desmedido.

Bardo Alejandro Gonzalez Iñarritu critica
Imagen: Redrum, Netflix

Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho) es un aclamado documentalista mexicano que está a punto de recibir un prestigioso premio en Estados Unidos por su brillante trayectoria. Antes de ello, Silverio regresa con su familia a México para pasar unos días y recibir las alabanzas de sus connacionales; pero con lo que no cuenta es con una crisis existencial e identitaria que lo confrontará con su presente, pasado y futuro. En conflicto con su esposa, hijos, padres y colegas, Silverio deberá encontrarse a sí mismo para sobreponerse y regresar a Estados Unidos, lugar donde reside, para aceptar el premio y seguir con la privilegiada vida que le ha tocado.

Iñárritu, poseedor de cuatro premios Óscar competitivos, prácticamente se ha ganado el derecho de hacer lo que le plazca y de la manera que quiera. Tras el enorme éxito de Birdman o (la Inesperada Virtud de la Ignorancia) [Birdman, or (the Unexpected Virtue of Ignorance), 2014] y El Renacido (The Revenant, 2015), el mexicano se tomó su tiempo para volver, y vaya forma en que lo ha hecho. Bardo, sin duda, es la película que más expectación ha generado durante toda su carrera, pero también la más pretenciosa y autocomplaciente de todas. Estamos de acuerdo con que el término "pretenciosa" se ha devaluado en lo que respecta a la crítica cinematográfica, pero nunca antes un adjetivo fue tan preciso para definir lo que Iñárritu ha hecho. Se trata de una producción impecable con algunas buenas ideas empañada por una ridícula meditación que aspira a englobar a toda una nación en la vida de un hombre que parece lamentarse por el éxito que ha encontrado como cineasta.

El título del filme pronto cobra sentido cuando las intrincadas capas de Bardo comienzan a dejarse ver. No solo se trata del documental que ha llevado a Silverio a la gloria dentro de ese universo, sino también de una historia de ficción basada en la realidad que percibe el mismo Iñárritu, una ciertamente que luce desconectada en cierto sentido de la que viven millones de mexicanos todos los días. "Puede que sea muy estadounidense para los mexicanos y demasiado mexicano para los estadounidenses", declaró el multipremiado director recientemente, desatando una enorme ola de críticas y anticipando lo que sería la tesis de su nueva película: una "crisis" de identidad anclada en el privilegio y una pedantería que, aun así, consigue plasmar momentos brillantes

Bardo Alejandro Gonzalez Iñarritu critica
Imagen: Redrum, Netflix

Giménez Cacho se convierte en el avatar de Iñárritu quien no tiene reparo en hacerlo parecerse a él físicamente en Bardo. Así como el director de Amores Perros (2000), Silverio es un cineasta y periodista que se ha ido de México para establecerse en Estados Unidos y cosechar ahí sus más grandes logros, que aun así lo tienen insatisfecho. "El peor de mis fracasos ha sido el éxito", dice el protagonista canalizando los sentimientos del propio Iñárritu, encapsulados en una verborrea de casi tres horas que resulta desgastante desde temprano. Pero, a sabiendas de los juicios que recibiría por esta "valiente" propuesta, Iñárritu se pone meta una vez más para codificar su discurso. Sin embargo, a diferencia de Birdman donde el aspecto metanarrativo es más astuto y bastante menos egocéntrico—, Bardo construye un muro dentro de la misma película para desestimar cualquier posible crítica. "Estoy cansado de decir lo que pienso, no lo que siento", exclama Silverio ¿o es Iñárritu? telepáticamente, haciéndonos recordar la orden de Christopher Nolan hace un par de años de no intentar entender Tenet (2020), sino sentirla. Pero ¿qué hay que sentir?, ¿el "sufrimiento" de un hombre que lo ha ganado todo? Cuando frases como "migrantes de primera clase" o "la depresión es la enfermedad de los burgueses" salen de la boca de Silverio, el discurso de Iñárritu se cae a pedazos. 

Pero si hay algo destacado en Bardo es la brutal fotografía de Darius Khondji, que consigue plasmar la CDMX como nunca antes se había visto en el cine. Gracias al gran angular, movimientos sutiles pero certeros y unos planos secuencia excelentemente coreografiados, el francés de origen iraní cumple con su cometido de introducirnos en el mundo onírico de Iñárritu. Sus impactantes imágenes nos recuerdan en cierta manera a Emmanuel Lubezki, pero su toque personal es determinante para que el ejercicio introspectivo de Iñárritu tenga las bases para desplegarse. Que haya funcionado o no es otra historia. Khondji, al menos, nos adentra en la realidad que se le ha encomendado construir.

Bardo Alejandro Gonzalez Iñarritu critica
Imagen: Redrum, Netflix

Iñárritu entra a su etapa fellinesca quizá más de la cuenta con Bardo, una cinta que, por consiguiente, también encuentra inspiración en la obra de Sorrentino, principalmente en La Gran Belleza (La Grande Belleza, 2013) y Fue la Mano de Dios, sobre todo en esta última, en la que el egocentrismo se equilibra a la perfección con la reflexión a través de la autobiografía. Pero, asegurando a través de Silverio que "la autobiografía es aburrida", el mexicano opta por lo que él ha llamado "autoficción", un concepto que parece ir más allá del ego: una ficción a partir de la realidad, la esencia del mismo cine. La propuesta es por demás interesante, pero cuando la visión del director comienza a mostrar su miopía y falta de empatía, el interés queda a la deriva.

Por momentos, Bardo se siente como un intento obstinado de adaptar El Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz, a través de una interpretación muy peculiar. Una extraña conversación con Hernán Cortés; un intento por explicar la idiosincrasia mexicana por medio del fracaso; una apuesta por mostrar lo que es, supuestamente, la mexicanidad... Pero lo que Iñárritu olvida es que sus ideas no necesariamente son las generales; se tratan más bien de las de un hombre que ha hecho su vida fuera del país y que de pronto regresa, como Silverio, para buscar legitimación. "La memoria carece de verdad", dice Silverio justificando el aparato narrativo de Iñárritu, y vaya que tiene razón; pero ¿cómo es posible que Roma, una película basada en las memorias de un hombre de su misma clase social y similar éxito, haya resultado muchísimo más emotiva, honesta y modesta que esta? Quizá, solo quizá, porque, en aquella ocasión, Cuarón se dedicó a mostrar y no a decir lo que siente. 

Bardo se encuentra actualmente en cartelera. El 16 de diciembre llegará a Netflix.
 

Comentarios

  1. Los que habitamos en "provincia", como nos ven los capitalinos, no tenemos el privilegio de ver en pantalla grande las películas que menciona el reseñista, salvo Bardo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario