Después de poner en duda la relevancia artística de la Baronesa von Hellman (Emma Thompson canalizando a Miranda Priestly), Estella/Cruella (Emma Stone) protagoniza una peculiar escena en la película —¿precuela?— que lleva uno de sus nombres —el más cercano a su esencia—. En ese momento, la nueva sensación de la ciudad monta un performance musical —evidentemente influenciado por la estética punk— que, en breve, es asediado por la policía. La Baronesa, como símbolo de lo clásico y del domino de las élites, mira con sorpresa y recelo desde su ventana: ¿cómo es posible que algo así le impida seguir siendo el centro de atención? La subversión a la que Disney aquí hace referencia convierte a Cruella (2021), su más reciente live action, en otro más de sus ejercicios de apropiación. No conforme con poseer cualquier cantidad de propiedades cinematográficas, y hasta ciertas tradiciones de distintos países que ha reconfigurado a su antojo con sus películas, la multinacional se adueña ahora de la contracultura, la antítesis de todo lo que representa.
Imagen: Gunn Films, Marc Platt Productions, TSG Entertainment, Walt Disney Pictures |
Estella es una huérfana y estafadora que sueña con convertirse en diseñadora de modas. Junto a sus compañeros, Horace (Paul Walter Hauser) y Jasper (Joel Fry), la joven comete todo tipo de robos para subsistir en el Londres de los 70. Cuando su espíritu rebelde causa estragos en la tienda departamental a la que recién había entrado a trabajar, la Baronesa von Hellman reconoce su talento y le da un empleo en su firma de alta costura. Pero lo que la autoritaria mujer desconoce es el pasado que ambas comparten, el cual también tiene algunas sorpresas reservadas para Estella. Conforme los secretos se van revelando, y la aspirante a diseñadora se entrega al lado más oscuro de su ser, una batalla por el dominio de la moda pone la ciudad de cabeza.
Continuando con la iniciativa de repoblar su panorama fílmico con las versiones live action de sus más famosas cintas animadas, Disney presenta un producto ciertamente distinto en algunos aspectos, pero supeditado a fin de cuentas a los designios de sus ejecutivos. Cruella bien podría definirse como una precuela reboot de 101 Dálmatas: ¡Ahora la Magia Es Real! (101 Dalmatians, 1996), que a su vez es un remake live action de su película de 1961, que a su vez es una adaptación de la novela de Dodie Smith (porque claro, Disney). Y más allá de la flagrante intención de comenzar una nueva franquicia liderada por Emma Stone, Cruella nos recuerda el peligro de que un estudio amase cada vez más poder, apropiándose de todo lo que conocemos, incluso de aquello que creíamos que estaba a salvo, y continuando con su imparable homogenización cultural.
Como un delicioso y tentador dulce que ponían en nuestra cara cuando éramos niños, la película se presenta como algo difícil de rechazar. Con dos actrices de alto calibre como protagonistas, despampanantes elementos visuales y el respaldo de una franquicia querida por chicos y grandes, era imposible pensar en un eventual rechazo de la audiencia en general. Pero como cualquier golosina edulcorada, el filme entra en el organismo ejerciendo un daño evidente en la percepción cultural de la sociedad. Cruella, la icónica villana mataperritos, es ahora una antiheroína con motivos más que justificados para desarrollar la maldad por la que años fue conocida. Si bien estamos ante el inicio de un nuevo universo, que poco o nada tiene que ver con el de Glenn Close —que participa aquí como productora ejecutiva—, el problema radica en el contexto en el que se desenvuelve el personaje.
Imagen: Gunn Films, Marc Platt Productions, TSG Entertainment, Walt Disney Pictures |
El director Craig Gillespie (Horas Contadas, Yo, Tonya) recoge toda la irreverencia de la divertida cinta protagonizada por Margot Robbie —y parte de su estructura—, así como una pizca del sentimiento antisistema de frustración presente en Guasón (Joker, 2019) para construir esta versión "punk" de Cruella. Estella, una impetuosa pero despreocupada criminal de poca monta, resulta el lienzo perfecto para que Tony McNamara y Dana Fox pinten la nueva antiheroína marca Disney. Aquí, McNamara, quien ha demostrado ser capaz de empoderar a sus protagonistas femeninas por medio de la sátira —y que propiamente lo hizo con Stone en La Favorita (The Favourite, 2018)—, se rinde ante los planes de la megacorporación, diseñando un nuevo e irresistible referente de la moda y la rebeldía. Pero todo va demasiado lejos cuando sugiere, aunque sepamos que no es cierto, que Cruella es la mismísima inventora del punk, un movimiento que en los 70 solo hubiera querido ver al ratón arder.
Y aun cuando la cinta parezca enorgullecerse de la insurrección de su personaje, la trama no es más que una repetición de las fórmulas que Disney ha probado hasta el cansancio. El giro de tuerca alrededor de Cruella es prueba de ello. Surgido de la nada, este cambio en la dinámica hacia el final de la película propone un final condescendiente, facilón y artificialmente redentor para una mujer que, después de todo, "es buena por dentro". Y aunque la conexión inmediata con el remake de los 90 se haya eliminado por varias razones manifiestas en el relato, es difícil entablar un vínculo con la Cruella de Close. ¿Por qué Estella se convirtió en lo que odiaba? En lugar de responder a esta pregunta —que posiblemente se hará en la segunda o tercera entrega—, Gillespie, McNamara y Fox optan por una trillada historia de identidad sometida por completo al giro de tuerca.
Imagen: Gunn Films, Marc Platt Productions, TSG Entertainment, Walt Disney Pictures |
Cruella es también una película de atraco. Tan solo unos días después de ver a un grupo de estereotipados personajes internarse en una ciudad infestada de zombis —en El Ejército de los Muertos (Army of the Dead, 2021)—, tomando las peores decisiones posibles, llega a los cines esta historia de origen con no uno, ni dos, ni tres, sino cuatro atracos (o lo que sean) de por medio. Poco imaginativos y sumamente reiterativos, los golpes dejan ser interesante muy temprano. Aunque la evocación a las cintas y series de espías de antaño es bienvenida, para el cuarto resulta inevitable no desear que todo termine. Para cuando los créditos finalmente están por aparecer, el filme nos deja con la imagen de un equipo criminal —con todo y un imitador barato de David Bowie— que hemos visto incontables veces.
Y si bien sería una mentira decir que Cruella no es entretenida, es ahí donde radica la conversación alrededor del filme: ¿cuál es el papel del soundtrack casi rocola que no deja de sonar con clásicos pop y rock de la década?; ¿qué de novedoso hay en una Baronesa que parece salida de El Diablo Viste a la Moda (The Devil Wears Prada, 2006)?; ¿cuál es el valor de una cinta que intenta apropiarse de una corriente antisistema que por naturaleza no le corresponde? Sí, podríamos quitarle sin reparo la envoltura a este exquisito dulce, para luego saborearlo hasta que se termine. Pero, después de las decenas de cambios de vestuario; de que hayan sonado todos los clásicos; de que las instalaciones de "arte conceptual" dejen a Cruella/Estella como la genio "más grande" de la contracultura (¿eres tú, Banksy?), entonces podremos darnos cuenta, quizá, del riesgo inherente que conllevan este tipo de películas. No está mal saborear el dulce un poco, pero no olvidemos que hay otras opciones menos dañinas allá afuera.
Cruella está en cines y en Disney+ (por un costo adicional).
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