Reseña - Guasón: un riesgoso relato sobre la humanización a través de la violencia

"La peor parte de una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras", garabatea Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) en un arrugado y obsceno cuaderno lleno de pensamientos peligrosos, depresivos y hasta patéticos. Esta frase encapsula buena parte de Guasón, la nueva apuesta de Warner Bros y DC por acercar a las masas al lado más oscuro y visceral de sus emblemáticos personajes, en este caso, de uno de los villanos ficticios más conocidos de toda la historia. Con una película que pretende ser más seria, enfocándose totalmente en un estudio de personaje, y apostándolo todo en la actuación de un tipo como Phoenix, los estudios han presentando este filme como un espécimen único que tiene poco de una cinta basada en un cómic, y mucho de una narrativa de autor con una supuesta crítica social. Lo cierto es que Guasón es un relato un tanto ordinario cuya polémica premisa supone un pensamiento riesgoso para la época que vivimos.

Arthur es un enfermo mental con grandes aspiraciones. A pesar de vivir en la casi miseria, cuidando de su vieja madre, y con una condición que le hacer reírse constantemente en contra de su voluntad, el hombre desea convertirse en comediante y generar carcajadas en los demás con sus bromas. Sus deseos distan mucho de la realidad en la que vive, la cual lo mantiene confinado a un trabajo como payaso callejero con el que solo recibe burlas, insultos y hasta golpes. Todo cambia cuando un violento sucedo en el que se ve involucrado altera radicalmente su perspectiva, tomando cartas en el asunto sobre la condición en la que vive, y liberándose finalmente de la opresión social de la que sido objeto durante toda su vida.


Todd Phillips, director de cualquier cantidad de películas cómicas con altas dosis de masculinidad, es el encargado de traer de vuelta al Guasón para su primer protagónico tras la poco memorable representación de Jared Leto, y la magistral actuación del difunto Heath Ledger en la trilogía de El Caballero de la Noche. A su lado está Phoenix, considerado uno de los mejores actores de su generación, siempre misterioso y comprometido con su trabajo, pero no tanto con el entorno de Hollywood, razón por la cual resultó el hombre idóneo para encarnar a un personaje perturbado y olvidado. Esta unión de esfuerzos, junto con los aportes del guionista Scott Silver (El Peleador) da como resultado una cinta marcada por un papel memorable, pero también por un discurso que resulta muy difícil de comprender.

Arthur es victimizado desde los primeros minutos en los que aparece en pantalla. Ya sea golpeado por un grupo de adolescentes maleantes en la calle, o amenazado injustamente por su jefe, el tipo se topa con desdén y desaprobación a cualquier lugar que ve. En casa, su madre (Frances Conroy), igualmente alienada por una supuesta experiencia que vivió durante su juventud, tampoco resulta de mucha ayuda, pues su debilidad física y mental solo lo sumen en un mayor estado de frustración. Por si fuera poco, el ambiente hostil y de podredumbre en general que se siente en Ciudad Gótica, asediado por las súper ratas, literal y metafóricamente, se encarga de que personas como Arthur no puedan aspirar a más que lo mínimo necesario.


Entonces, Arthur realmente no es el culpable de lo que sigue a continuación. Su fragilidad mental encuentra cierto alivio en la comedia, pero más como una resignación que como una fuente de esperanza. Y cuando el primer acto de violencia que comete le otorga una pequeña dosis de satisfacción, además de toparse con la ineficiencia gubernamental para tratar con individuos como él, su reciente descubrimiento le otorga un nuevo propósito: una liberación social que lo desencadena finalmente de todo aquello que lo mantenía sintiéndose como una mierda. Pero, no, Arthur no es responsable de su nuevo y sangriento propósito, sino todos los demás, aquellos que han insistido en pisotearlo y hacerlo menos.

La empatía que Phillips y Silver quieren que sintamos por su protagonista emerge casi de forma imperativa, como si no tuviéramos otra opción, haciéndonos los villanos si no nos ponemos de su lado. Esta radical posición también nos recuerda que la violencia genera más violencia, eximiendo a Arthur de cualquier culpabilidad. No hace mucho, escuchando a Alejandro González Inárritu en su clase magistral en la UNAM, el tema de la violencia surgió en la plática, la cual fue explicada por el aclamado director mexicano como un acto que siempre debe ser castigado al representarse cinematográficamente, de otra forma resulta obscena y patética, algo muy peligroso cuando nos enteramos de la cantidad de personas que mueren en tiroteos en Estados Unidos. Phillips entiende el concepto de la violencia de forma muy distinta, casi como un acto liberador que se puede pasar por alto al entender el sufrimiento que vive el sujeto en cuestión.


Pero todo este debate es darle demasiada importancia a una película muy obvia y sin gran valor narrativo. Si quitáramos el nombre del Guasón y las sutiles referencias a su archienemigo, las cuales resultan irresistibles para Phillips y compañía, nos queda un relato sobre un tipo que se convierte en asesino serial porque toda su vida ha sido abusado. Esto lo hemos visto incontables veces, sobre todo ahora en el mundo de la televisión. El guión no trae nada nuevo a la mesa, y lo único que resalta es la actuación de Phoenix, quien se adentra de lleno en una pisque ajena que resulta fascinante al verse externamente, pero quizá no tanto de manera interna. El actor muestra su habilidad para, a través de su cuerpo, externar el miedo y debilidad de un personaje trastocado por la vida misma. Como era de esperarse, Phoenix se carga al hombro una trama que de cualquier forma tampoco resulta tan pesada; su único compromiso es representar el paulatino descenso hacia la locura de Arthur.

Pero este proceso de aparente deshumanización no se compara con el que realizó no hace mucho en Nunca Estarás a Salvo, una excelente película en la que violencia sí es castigada; sí, con más violencia, pero pagando el precio con la pérdida de la inocencia y la culpa. El estado casi catatónico en el que queda su ser refleja el costo de dedicar la existencia al derramamiento de sangre; por el contrario, Guasón retrata este arranque como la única manera de sentirse vivo y en control de la situación.

Y también se podría decir que no se trata de la mejor actuación de Phoenix. Basta con recordar lo que hizo en The Master, bajo las órdenes de Paul Thomas Anderson, para saber que el actor no necesita basarse en el concepto de un personaje ya existente para crear algo formidable, crudo y más valioso.


Phillips y Silver fallan también al concebir personajes secundarios con mayor relevancia en la historia. Aunque sabemos que todo gira alrededor de Arhur, las intervenciones de aquellos pocos que lo rodean son muy vagas. Está, por ejemplo, la vecina en su edificio (Zazie Beetz) con quien fantasea romántica y sexualmente, pero nada más; o Thomas Wayne (Brett Cullen), figura con la que se pretender crear una subtrama muy forzada que le da otra razón a Arthur para acrecentar su resentimiento. Robert De Niro, como el presentador Murray Franklin, igualmente surge como una fuerza antagónica menor que solo cataliza aún más la frustración del nuevo villano.

La cinta encuentra su influencia en el cine de antaño de Martin Scorsese, y hasta en otros medios como la icónica Watchmen de Alan Moore, el problema es que esta amalgama condiciona demasiado a un equipo creativo ensimismado en crear la versión definitiva del supervillano, la cual resulta muy literal y hasta derivativa de las referencias aquí expuestas. No por nada se ha traído a colación Taxi Driver hasta el cansancio.

Guasón hace trampa. Con los sucesos expuestos en pantalla, es muy fácil darle la razón a un hombre que se ha convertido en un asesino, lo cual hará sentir al espectador empoderado y hasta satisfecho con lo que acaba de ver. La rabia que esta película proyecta no es ofensiva, pero sí algo desconsiderada. La enfermedad mental es el as bajo la manga de sus creadores, y el chivo expiatorio ante cualquier crítica negativa, pero ¿realmente es válido? Cada quien tendrá su respuesta, pero Phillips parece querer responderla por nosotros todo el tiempo.

Comentarios