Nunca Estarás a Salvo: violento relato de un trauma

Lynne Ramsay nos convence una vez más de sumergirnos en la perturbada mente de un protagonista azotado por terribles recuerdos y tortuosas experiencias. En esta ocasión, la directora desmenuza la conciencia de un tipo devastado por su pasado y cuyo violento oficio no hace más que mantenerlo atado a un mundo de podredumbre y brutalidad. Nunca Estarás a Salvo presenta a un personaje vulnerable hasta la médula, pero con una inusitada determinación por hacer el bien, sin importar los medios o los métodos. Con gran precisión, la realizadora concibe una oscura obra que logra estremecer las emociones del espectador gracias a una brillante caracterización y la eventual destrucción de un hombre empeñado a salvar inocentes, esto con el fin de evitar que caigan en el mismo infierno en el que él alguna vez estuvo.

Joe (Joaquin Phoenix) es un veterano de guerra que trabaja como asesino a sueldo. Sufriendo de estrés postraumático, el hombre trata de ganarse la vida haciéndola de héroe anónimo matando criminales y cobrando recompensas por liberar pequeñas niñas de traficantes. Mientras lidia con sus propios demonios, Joe toma un nuevo trabajo que implica liberar a Nina (Ekaterina Samsonov), la hija de un prominente senador. Este acepta el contrato y en breve hace uso de sus brutales métodos para salvar a la joven de sus proxenetas. Sin embargo, el caso toma un giro inesperado cuando unos misteriosos sujetos intentan asesinarlo robando de vuelta a Nina. Así, Joe pronto descubre una perversa conspiración que decide desmantelar de una vez por todas.


Casi siete años después de Tenemos Que Hablar de Kevin, Ramsay está de vuelta tras la fallida producción de un western con Natalie Portman y de haber competido en el Festival de Cannes en 2017, haciéndose acreedora al premio por el Mejor Guión; y Phoenix, al de Mejor Actor, por la cinta en cuestión, algo sumamente inusual, pues hace mucho que una no salía con dos galardones en la misma edición. Con Nunca Estarás a Salvo, la directora refina ese inquietante estilo que moldea a partir de la desesperación de sus protagonistas. En tan solo 90 minutos podemos sentir que llegamos a conocer a un hombre que se desconoce a sí mismo y que trata de escapar de un incontenible sufrimiento que consume su existencia. El único aliciente: El cariño de su madre y la aparente necesidad de matar para salvar vidas.

Cuando conocemos a Joe, lo encontramos inhalando y exhalando con una bolsa de plástico en la cabeza. Mientras se prepara para un trabajo, sus cicatrices físicas quedan expuestas, pero no pasará mucho tiempo para que podamos dar cuenta de sus heridas emocionales, mismas que poco a poco son presentadas por medio de alucinaciones y recuerdos fugaces. Pocos datos sobre su pasado son revelados. Antes, su profesión estaba apegada a la ley; sin embargo, este ahora se mueve en las sombras tomando la justicia por sus propias manos. Su perturbación mental es indicativo de severos traumas que lo mantienen en el límite, y en breve podemos identificar que estos se remontan hasta una niñez marcada por la violencia doméstica.


Ramsay presenta la historia como un thriller, pues cuando todo se va al demonio para Joe por enésima vez, esta adquiere cierta tensión mientras el antihéroe poco a poco arma las piezas de un rompecabezas que se desenvuelve con giros siniestros, no sin antes sufrir las consecuencias de entrometerse con gente poderosa. Así, su trastorno se convierte en una sed de venganza, si es que antes no lo era ya. La empatía que proyecta hacia las víctimas contrasta fuertemente con su dificultad para participar en cualquier tipo de interacción social. De cualquier manera, su faceta más tierna y protectora aparece cuando está cerca de su madre, con quien incluso se da el tiempo de bromear y hasta de conversar de cualquier cosa. Lo que descubrimos más adelante es que ella también fue víctima de la violencia con la que se enfrenta normalmente.

Por momentos, pareciera como si Joe estuviera en otro lado. Sus pensamientos suicidas y crudos recuerdos generan un ambiente casi onírico que se convierte en una pesadilla de la que por alguna razón no puede escapar. ¿Acaso se aferra a una mínima esperanza de salvación? Nina, la joven secuestrada, emerge como un rayo de luz entre las tinieblas, pero pagando con su inocencia el precio más alto. Phoenix interpreta a un hombre lastimado. A través de su cuerpo y las imágenes de su estado mental podemos entender su sufrimiento y nulo deseo por seguir existiendo. El actor nos hace entender que Joe ya dejó de vivir para sí hace mucho tiempo. Lo más sorprendente de todo es que pareciera que lo hiciese sin esfuerzo alguno. Los matices que le da su personaje son fascinantes.


Ramsay es una directora poco convencional y sus decisiones siguen la misma línea. Traer a Jonny Greenwood, convertido en la nueva joya de la composición musical cinematográfica y de quien apenas escuchamos otro nuevo trabajo en El Hilo Fantasma hace unos meses, no solo le ayuda a construir ese ambiente enrarecido en el que nos sitúa, sino que nos permite diferenciar la obra del guitarrista de Radiohead, ya que deja de lado un poco lo clásico para introducirse en un paisaje sonoro más intrincado con beats muy cercanos al techno, y que acentúan las pulsaciones enfermizas de Joe. Como con Paul Thomas Anderson, Greenwood forma una mancuerna perfecta que hace de la película algo único en el aspecto sonoro.

Nunca Estarás a Salvo nos remite enseguida a Taxi Driver de Martin Scorsese. En ambas nos encontramos con un antihéroe al borde del precipicio y con serios problemas para ser parte de una sociedad que tampoco tiene ningún interés en aceptarlos. A pesar de imbuir a Joe con una actitud sumamente violenta, la mayoría de las escenas de asesinatos resultan lejanas y hasta suaves para el espectador, casi hasta el punto de hacernos olvidar que alguien está siendo apuñalado o masacrado. Al final, la nueva cinta de Lynne Ramsay destaca por la crudeza de su historia y el trágico contraste que hace entre la salvación y la condena, una que Joe acepta en última instancia, cuando se da cuenta de que quizá valga la pena vivir un poco más después de todo.

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