"Chicuarotes", como un claro ejemplo de la vasta jerga popular mexicana, tiene varios significados. El término puede ser usado para nombrar a un tipo de chile, a la gente terca y a aquellos que viven en el pueblo de San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco. La mayoría de estos calificativos describen a los personajes del segundo largometraje de Gael García Bernal, principalmente a "Cagalera", uno de los tantos adolescentes mexicanos que son arrastrados hacia la decadencia por el precario y marginal entorno en el que viven. En Chicuarotes, el reconocido actor se vuelve a sentar en el banquillo del director para dar un vistazo a la ordinaria y peligrosa vida de una típica familia mexicana azotada por el machismo, la corrupción, la delincuencia, el rechazo y más, vicios que carcomen a una sociedad desde sus entrañas desde hace décadas.
Cagalera (Benny Emmanuel) es un adolescente de San Gregorio Atlapulco que, junto con su amigo "Moloteco" (Gabriel Carbajal), sueña con salir de la pobreza a como dé lugar. Métodos como pedir limosna en el transporte público tras un número cómico son poco redituables, por lo que asaltar a los pasajeros resulta una mejor opción. Cagalera también vive en casa un entorno de violencia constante, no solo recibiéndola físicamente por parte de su padre, el "Baturro", sino ejerciéndola psicológicamente sobre su propio hermano gay Víctor (Pedro Joaquín). Y cuando un par de oportunidades de obtener dinero fácil emergen de la nada, Cagalera no duda en tomarlas, aunque esto implique poner en riesgo su libertad e incluso la integridad de aquellos a quienes estima.
En Chicuarotes, García Bernal presenta a ese México donde lo absurdo se vuelve cómico; y la violencia, una constante. Habiendo estado a las órdenes de directores renombrados de todo el mundo, el actor mexicano regresa a esta faceta, una que había dejado olvidada por más de una década. Su carrera sin duda le ha dejado uno o dos aprendizajes valiosos sobre lo que significa dirigir a un actor, lo cual pone en práctica efectivamente en esta obra; sin embargo, el guión de Augusto Mendoza presenta algunas carencias y fallas que no terminan por definir un tono que cambia constantemente, y no precisamente para bien.
Cagalera es un adolescente que quiere crecer demasiado rápido. Alejado de los estudios y el trabajo honesto, el joven prefiere ganar dinero rápidamente asaltando. Sus acciones y actitudes han comenzado también a apartarlo de su propia familia, su novia y la demás gente del pueblo. El único que lo acompaña es el Moloteco, un noble chico con problemas de aprendizaje, pero sometido totalmente al dominio de su amigo. Cagalera aprovecha cada oportunidad para mostrar su "hombría" y "valentía", pero también para humillar a aquellos quienes considera débiles e inferiores. Para él, sus aspiraciones lo hacen mejor y le dan el derecho de pisotear a cualquiera. Este pensamiento, como era de esperarse, lo lleva a cometer una serie de estupideces que ponen en marcha la trama.
Benny Emmanuel, ganador del Ariel a la Revelación Actoral este año por De la Infancia, es el mayor atractivo de Chicuarotes. El joven actor entrega una actuación creíble y arraigada completamente en el pueblo en el que vive su personaje. Como Cagalera, Emmanuel proyecta la vulnerabilidad que se esconde debajo de una fachada hipermasculina, Aunado a ello, la facilidad con la que maneja los diálogos es notable, por lo que cada vulgaridad que sale de su boca es totalmente convincente. Como protagonista, el actor hace que el público sienta cierto desprecio por Cagalera, pero también una profunda lástima por su condición y pobre forma de pensar.
San Gregorio Atlapulco también es habitado por otros peculiares personajes. Está el Boturro, el padre golpeador y abusivo del quien, sin duda alguna, Cagalera ha aprendido inconscientemente; su madre (Dolores Heredia), una mujer sumisa y deprimida al borde del colapso; Sugeili (Leidi Gutiérrez), su novia, quien sabe perfectamente que no quiere terminar como ama de casa pisoteada por su futuro esposo, y el Chillamil (Daniel Giménez Cacho), un especie de vigilante que supuestamente protege al pueblo, pero con sus propias oscuras intenciones. De igual forma, a lo largo de la historia, Cagalera se encuentra con otros individuos más afines a su persona, como un apuesto joven del pueblo que lo arrastra a cometer un divertido y fallido atraco. O un operador de transporte público cuyas palabras destapan la corrupción endémica que, sin darse cuenta, es otra razón por la que todos ellos no han podido salir de la pobreza.
Pero el problema de Chicuarotes está lejos de ser las actuaciones. Mendoza falla al momento de decidir qué tono quiere que tenga su historia. Al principio, nos topamos con una sátira sobre ese estrato de la sociedad mexicana, en la cual distintos momentos cómicos y los fluidos diálogos de los personajes la vuelven sumamente entretenida. Este toque es bienvenido, además de que la da cierta frescura a toda la trama; sin embargo, las cosas cambian repentinamente cuando todo se pone más oscuro y Mendoza trata de darnos las mismas lecciones que hemos visto cualquier cantidad de veces: "el crimen no paga". La tragedia en la que se convierte el último acto de la cinta carece de cualquier tipo de impacto, y termina por restarle seriedad a un proyecto que tenía un mayor potencial.
Chicuarotes es un buen trabajo por parte de García Bernal y sus actores, pero el guión de Mendoza resulta ser su punto más débil. La experiencia del director es fundamental para que al menos la mitad de la película sea efectiva; a partir de ahí, lo que parecía ser la íntima de historia de un joven confundido en busca de un sueño imposible, de pronto se transforma en un superficial recordatorio de la justicia por propia mano. El subtexto resulta demasiado obvio como para poder hacer una reflexión, además de que algunas de las decisiones de los personajes no parecen tener sentido en la última instancia, cuando los riesgos son demasiado altos. Esta representación de la pobreza comienza como una valiosa exploración de los deseos y frustraciones de un chico desorientado, pero más adelante se convierte en una mirada casi morbosa hacia la vida de sus protagonistas.
Cagalera es un adolescente que quiere crecer demasiado rápido. Alejado de los estudios y el trabajo honesto, el joven prefiere ganar dinero rápidamente asaltando. Sus acciones y actitudes han comenzado también a apartarlo de su propia familia, su novia y la demás gente del pueblo. El único que lo acompaña es el Moloteco, un noble chico con problemas de aprendizaje, pero sometido totalmente al dominio de su amigo. Cagalera aprovecha cada oportunidad para mostrar su "hombría" y "valentía", pero también para humillar a aquellos quienes considera débiles e inferiores. Para él, sus aspiraciones lo hacen mejor y le dan el derecho de pisotear a cualquiera. Este pensamiento, como era de esperarse, lo lleva a cometer una serie de estupideces que ponen en marcha la trama.
Benny Emmanuel, ganador del Ariel a la Revelación Actoral este año por De la Infancia, es el mayor atractivo de Chicuarotes. El joven actor entrega una actuación creíble y arraigada completamente en el pueblo en el que vive su personaje. Como Cagalera, Emmanuel proyecta la vulnerabilidad que se esconde debajo de una fachada hipermasculina, Aunado a ello, la facilidad con la que maneja los diálogos es notable, por lo que cada vulgaridad que sale de su boca es totalmente convincente. Como protagonista, el actor hace que el público sienta cierto desprecio por Cagalera, pero también una profunda lástima por su condición y pobre forma de pensar.
San Gregorio Atlapulco también es habitado por otros peculiares personajes. Está el Boturro, el padre golpeador y abusivo del quien, sin duda alguna, Cagalera ha aprendido inconscientemente; su madre (Dolores Heredia), una mujer sumisa y deprimida al borde del colapso; Sugeili (Leidi Gutiérrez), su novia, quien sabe perfectamente que no quiere terminar como ama de casa pisoteada por su futuro esposo, y el Chillamil (Daniel Giménez Cacho), un especie de vigilante que supuestamente protege al pueblo, pero con sus propias oscuras intenciones. De igual forma, a lo largo de la historia, Cagalera se encuentra con otros individuos más afines a su persona, como un apuesto joven del pueblo que lo arrastra a cometer un divertido y fallido atraco. O un operador de transporte público cuyas palabras destapan la corrupción endémica que, sin darse cuenta, es otra razón por la que todos ellos no han podido salir de la pobreza.
Pero el problema de Chicuarotes está lejos de ser las actuaciones. Mendoza falla al momento de decidir qué tono quiere que tenga su historia. Al principio, nos topamos con una sátira sobre ese estrato de la sociedad mexicana, en la cual distintos momentos cómicos y los fluidos diálogos de los personajes la vuelven sumamente entretenida. Este toque es bienvenido, además de que la da cierta frescura a toda la trama; sin embargo, las cosas cambian repentinamente cuando todo se pone más oscuro y Mendoza trata de darnos las mismas lecciones que hemos visto cualquier cantidad de veces: "el crimen no paga". La tragedia en la que se convierte el último acto de la cinta carece de cualquier tipo de impacto, y termina por restarle seriedad a un proyecto que tenía un mayor potencial.
Chicuarotes es un buen trabajo por parte de García Bernal y sus actores, pero el guión de Mendoza resulta ser su punto más débil. La experiencia del director es fundamental para que al menos la mitad de la película sea efectiva; a partir de ahí, lo que parecía ser la íntima de historia de un joven confundido en busca de un sueño imposible, de pronto se transforma en un superficial recordatorio de la justicia por propia mano. El subtexto resulta demasiado obvio como para poder hacer una reflexión, además de que algunas de las decisiones de los personajes no parecen tener sentido en la última instancia, cuando los riesgos son demasiado altos. Esta representación de la pobreza comienza como una valiosa exploración de los deseos y frustraciones de un chico desorientado, pero más adelante se convierte en una mirada casi morbosa hacia la vida de sus protagonistas.
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