Reseña - Ema: la retorcida construcción de un nuevo concepto de familia

Orgullosa de su maquiavélica obra, Ema (Mariana Di Girolamo) se muestra firme ante el horizonte industrial de Valparaíso con un lanzallamas en mano. Cualquiera diría que acaba de reducir algo a cenizas, pero la realidad no podría estar más alejada de lo anterior. De las incesantes llamas que ha provocado alrededor de su vida, la joven mujer ha conseguido un incontestable triunfo casi de la nada, haciendo que nos preguntemos: ¿cómo demonios llegamos hasta aquí? ¿Es un final triste o  uno feliz?

En la película que obviamente lleva su nombre, Ema surge como una fuerza implacable con un plan tan ridículo como intrincado, el cual le da a esta historia un toque muy singular y arriesgado.


Ema es una bailarina que vive sumida en una relación complicada con Gastón (Gael García Bernal), el director de la compañía de la que es parte. Su vida como padres adoptivos ha quedado marcada por el aparentemente comportamiento violento de Polo (Cristian Suárez), quien ha regresado al sistema en busca de una nueva familia.

Devastados por lo ocurrido, Ema y Gastón se sumergen en una desgastante dinámica que los lleva a decirse y desearse lo peor, pero también a externar sus más profundas y extrañas pasiones. Cuando Ema comienza a introducir más elementos a la ya de por sí complicada ecuación, el embrollo se convierte en algo así como una orgía dancística impulsada por la sexualidad del reguetón y un fin oculto.

Tras haber hecho su debut en el panorama angloparlante con la hipnótica Jackie, y haber estado trabajando de cerca con su pupilo Sebastián Lelio en sus más recientes obras, Pablo Larraín vuelve a filmar en español con Ema, quizá su trabajo más diferente hasta ahora.

Si bien el chileno ya ha desplegado un estilo experimental y poco accesible en la ya mencionada Jackie y en El Club, este nuevo esfuerzo lo ve llegar a un sitio inesperado y totalmente inédito para él. Apelando a una estructura cifrada y poco convencional, así como un estilo que apela a los videos musicales, Larraín consigue atrapar al espectador con un relato muy retorcido, aunque no todo el tiempo resulta tan convincente.


Ema es una mujer con un fuerte dolor dentro de sí a causa de la ausencia de su hijo. La responsabilidad de este hecho pronto se vuelve tema de una acalorada discusión entre Gastón y ella: ¿quién fue realmente el culpable? Para Ema, su esposo, al ser infértil, es el principal causante de la desgracia; sin embargo, este último acusa su falta de cariño como la razón de todo.

Larraín no se preocupa por tomar partido, sino en mostrar las súbitas emociones que surgen de un par de individuos lastimados y con una especie de rencor indomable incrustado en su ser. Esto se convierte en el catalizador de una trama desfragmentada que captura estados emocionales en lugar de momentos en específico.

Pero este enfoque no funciona del todo para Larraín y sus guionistas Guillermo Calderón y Alejandro Moreno, quienes poco a poco se internan en la caótica psique de Ema con resultados diversos. Aunque al final todo parece tener sentido, por más disparatada que sea la resolución para el espectador, la mitad de la cinta se aleja notablemente de la temática planteada al inicio, solo para adentrarse en un revoltijo de ideas que abarcan el feminismo, la liberación sexual, el ascenso del reguetón y la vida de pareja.

Estos conceptos emergen en numerosas escenas, pero no de forma constante; además, las acciones de Ema no tardan en parecer absurdas. ¿Qué pasa por su cabeza cuando la vemos instar a su marido a tener sexo con otra de las bailarinas para luego ir a expulsarla violentamente de su cama al encontrarlos juntos?


Si bien el relato fragmentado es parte del estilo que Larraín ha desarrollado en sus últimas películas, en Ema, la estructura no goza del mismo desarrollo de los personajes como en, digamos, Jackie. Ema es un misterio casi todo el tiempo. Su personalidad ambigua no contribuye a darle otra dimensión a su personaje, sino más bien a construir alrededor de ella distintas facetas que cuesta mucho trabajo creerse. ¿Quién es Ema realmente? ¿La mamá preocupada por recuperar a su hijo o la mujer ensimismada por una entidad sexual desconocida?

Al preocuparse tanto por su estilización, el chileno pierde el control sobre ella y todo lo que ocurre a su alrededor. Aunque Di Girolamo se basa en los movimientos de su cuerpo para lograr esta interpretación, sobre todo en las coreografías que sin duda serían aprobadas por Gaspar Noé y todo el reparto de Clímax, su proyección de la madre y amante no tiene la misma contundencia que la de otras figuras clave del universo de Larraín como lo es Marina en Una Mujer Fantástica, dirigida por el ya mencionado Lelio. Ahí, la liberación femenina es más que palpable.

Larraín igualmente confía demasiado en los visuales de su trabajo para poder llegar al espectador. La apocalíptica fotografía de Sergio Armstrong nos entrega bellos y amenazantes momentos protagonizados principalmente por Ema y su séquito femenino.

La estética de un video musical se apodera en distintos instantes de la película, dejando cualquier relato de lado y propulsando al frente una serie de espectaculares tomas que vaticinan una inminente explosión, la cual ni siquiera es tan poderosa después de todo.

Ema es la crónica de una separación anunciada. Si Historia de un Matrimonio representa la versión más romántica de un divorcio, la de Larraín es la que bien podríamos denominar como tóxica. Es cierto que ambas tienen propósitos completamente distintos, pero de lo que se ha olvidado por completo Ema es de la posición del hijo, quien es más una idea que un ser de carne y hueso. Este apenas balbucea unas palabras en sus contadas intervenciones. Si de su conflicto se ha generado el malestar en la protagonista, ¿dónde quedó su sentir? ¿Qué lo ha orillado a cometer una serie de terribles actos? ¿Y si la culpa no es de los nuevos padres? Todo eso queda al aire en una película visualmente esplendorosa pero con poca sustancia.

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