Mientras es entrevistada por el periodista (Billy Crudup), Jackie Kennedy (Natalie Portman) le deja muy en claro que todas las cosas que ha tenido en la vida nunca se las ha podido quedar. Estas son las palabras de una mediática mujer y compañera de uno de los hombres más queridos por una sociedad que atraviesa un periodo crucial de su historia. Este es el sentimiento de pena de una primera dama a la que le ha sido arrebatado no solo su esposo, el presidente de los Estados Unidos de América, sino su propia vida. Jackie, una poco convencional cinta biográfica que explora los días inmediatos al asesinato de John F. Kennedy, nos deja acompañar a la susodicha en estos momentos de confusión, frustración y una notable depresión que marcaron al mundo y sobretodo a una mujer que nuevamente ha sido forzada a desprenderse de algo sumamente invaluable.
1963. El Presidente Kennedy ha sido asesinado en Dallas, Texas, por un francotirador. Mientras el planeta entero se encuentra conmocionado y Lyndon B. Johnson es investido como el nuevo mandatorio de los Estados Unidos, Jackie Kennedy a traviesa por un difícil periodo que pone a prueba su templanza y su misma paciencia. Decidida a hacerle un gran homenaje a su difunto esposo, Jackie pronto tiene que lidiar con la sobreprotección de su cuñado, Robert (Peter Sarsgaard), los protocolos del gobierno impuestos por una situación extrema como esta y la realización de que su propio bienestar depende de la forma en que todos la recordarán a partir de este instante.
Dirigida por el aclamado director chileno Pablo Larraín (No, El Club), quien hace su debut en el mundo anglosajón después de una seguidilla de éxitos en el cine independiente latinoamericano, Jackie es una cinta biográfica que no sigue los estándares de Hollywood y que en su lugar exhibe una faceta casi desconocida de un personaje de la cultura popular que hasta ahora no había recibido un tratamiento como este. Producida por Darren Aronofsky, quien había permanecido en silencio desde el gran fracaso de Noé, la película narra los acontecimientos posteriores al asesinato de JFK desde el punto de vista de la Primera Dama, una mujer con el alma rota y despojada de su felicidad, con una imagen muy peculiar de lo que significó la figura de su esposo y el legado que tenía que forjarse para ser recordado.
Con Jackie, Larraín intenta mostrarnos un lado poco conocido de Kennedy. Es cierto que la dramatización atenta en una que otra medida con los hechos reales, pero ¿no es el cine un lienzo en blanco para crear, borrar o volver a pintar alguna idea? En esta obra, el chileno nos presenta a un personaje con una compleja personalidad que simplemente no puede guardarse nada de lo que siente. En una parte la vemos conversando con el periodista de una manera casi petulante y retadora, en otra la vemos interactuando dulcemente con sus pequeños hijos. Estos momentos nos dejan la montaña rusa de emociones por las que atraviesa, misma que la llevan a tomar extrañas y osadas decisiones, las cuales resultan definitivas para entender su verdadero propósito.
La parte final de la cinta hace un énfasis especial en la casi obsesión de Jackie por montar un fastuoso homenaje a su esposo, un desfile en Washington D.C. en medio de una incertidumbre por otro posible ataque. Su desdén hacia el presidente Johnson, quien parece urgido de que todo esto quede atrás, y hacia a todos aquellos que la han tachado de necia queda manifiesto cuando finalmente se sale con la suya, cuando es testigo de cómo miles se reúnen para darle el último adiós a su esposo. La vanidad es un tema que de discute en estos instantes finales. ¿Fue todo por él o por su mera satisfacción personal? Larraín y el guionista Noah Oppenheim nos acercan a este sentimiento extraño para una situación así, pero totalmente válido a fin de cuentas, una reacción humana que sería demasiado severo juzgar.
El simil que se establece con el mito del Rey Arturo y Camelot, mismo que el periodista Theodore H. White hizo en el reportaje en el que se inspiró parte de la película, resulta extravagante pero por demás interesante. El interés que tenía la pareja presidencial por las artes y la constante invitación que hacían a renombrados músicos a sus fiestas en la Casa Blanca los posiciona en esta historia como un par de gobernantes de antaño, los cuales invitaban a su círculo más cercano de disfrutar de los espectáculos más valiosos de la época, esto mientras su reino rebozaba de felicidad y años de vacas de gordas. El periodista y Jackie hacen la relación, una que en realidad parece extraña y que en la vida real terminó de ser por desestimada, pero esto reafirma toda la vanidad del asunto y la propia imagen que tenía la mujer de su tiempo como Primera Dama.
Larraín hace notar su estilo en distintos aspectos, como el formato de la película, el cual cambia en ocasiones para tomar un enfoque documental, y la resolución, misma que destaca por su granulación, distintivo de las obras del chileno. Por su parte, Oppenheim nos cuenta esta historia en varias capas, pues el juego con el presente, el pasado y el pasado de este nos lleva por un camino que podría parecer laberíntico, pero que al final resulta comprensible al tener en cuenta la examinación emocional de la protagonista. La música también juega un papel importante. A cargo de la enigmática Mica Levi; las dramáticas composiciones identifican las emociones de la mujer y crean un tema recurrente que llega a ser hipnótico y hasta tenso en ciertos momentos.
Puede que Larraín y Oppenehim hayan ido demasiado lejos con esta representación de Kennedy al involucrar el aspecto divino. Durante su conversación con el sacerdote (John Hurt), este le cuenta una parábola sobre un ciego que recupera la vista gracias a un milagro concedido por Jesús y después de que sus discípulos le preguntasen que si el hombre o sus padres habían pecado tanto como para ser merecedor de ese castigo. La respuesta de Jesús es que ninguno, pues solo se trata de una obra para mostrar la misericordia de Dios. El padre inmediatamente hace una relación y llama a Jackie un medio en el que Dios actuará a pesar de tanto sufrimiento a la que la ha expuesto. La codificación de este elemento es confusa y le resta valor a la humanización del personaje.
Calificada como un trabajo impresionista debido a la forma en que Larraín se enfoca más en un lenguaje poético que en construir una narrativa que desarrolle a profundidad un personaje, Jackie nos muestra pinceladas de sentimientos a través de una serie de close-ups en los que destaca la esencia de Natalie Portman, quien con su personificación nos muestra a detalle el luto y la confusión de la Primera Drama. La película afortunadamente no trata en ningún momento de mantenerse verídica a los hechos y hacer una crónica de todo lo ocurrido en esos fatídicos días, sino interpretar el mito de una figura de la cultura popular estadounidense.
Con Jackie, Larraín intenta mostrarnos un lado poco conocido de Kennedy. Es cierto que la dramatización atenta en una que otra medida con los hechos reales, pero ¿no es el cine un lienzo en blanco para crear, borrar o volver a pintar alguna idea? En esta obra, el chileno nos presenta a un personaje con una compleja personalidad que simplemente no puede guardarse nada de lo que siente. En una parte la vemos conversando con el periodista de una manera casi petulante y retadora, en otra la vemos interactuando dulcemente con sus pequeños hijos. Estos momentos nos dejan la montaña rusa de emociones por las que atraviesa, misma que la llevan a tomar extrañas y osadas decisiones, las cuales resultan definitivas para entender su verdadero propósito.
El simil que se establece con el mito del Rey Arturo y Camelot, mismo que el periodista Theodore H. White hizo en el reportaje en el que se inspiró parte de la película, resulta extravagante pero por demás interesante. El interés que tenía la pareja presidencial por las artes y la constante invitación que hacían a renombrados músicos a sus fiestas en la Casa Blanca los posiciona en esta historia como un par de gobernantes de antaño, los cuales invitaban a su círculo más cercano de disfrutar de los espectáculos más valiosos de la época, esto mientras su reino rebozaba de felicidad y años de vacas de gordas. El periodista y Jackie hacen la relación, una que en realidad parece extraña y que en la vida real terminó de ser por desestimada, pero esto reafirma toda la vanidad del asunto y la propia imagen que tenía la mujer de su tiempo como Primera Dama.
Larraín hace notar su estilo en distintos aspectos, como el formato de la película, el cual cambia en ocasiones para tomar un enfoque documental, y la resolución, misma que destaca por su granulación, distintivo de las obras del chileno. Por su parte, Oppenheim nos cuenta esta historia en varias capas, pues el juego con el presente, el pasado y el pasado de este nos lleva por un camino que podría parecer laberíntico, pero que al final resulta comprensible al tener en cuenta la examinación emocional de la protagonista. La música también juega un papel importante. A cargo de la enigmática Mica Levi; las dramáticas composiciones identifican las emociones de la mujer y crean un tema recurrente que llega a ser hipnótico y hasta tenso en ciertos momentos.
Puede que Larraín y Oppenehim hayan ido demasiado lejos con esta representación de Kennedy al involucrar el aspecto divino. Durante su conversación con el sacerdote (John Hurt), este le cuenta una parábola sobre un ciego que recupera la vista gracias a un milagro concedido por Jesús y después de que sus discípulos le preguntasen que si el hombre o sus padres habían pecado tanto como para ser merecedor de ese castigo. La respuesta de Jesús es que ninguno, pues solo se trata de una obra para mostrar la misericordia de Dios. El padre inmediatamente hace una relación y llama a Jackie un medio en el que Dios actuará a pesar de tanto sufrimiento a la que la ha expuesto. La codificación de este elemento es confusa y le resta valor a la humanización del personaje.
Calificada como un trabajo impresionista debido a la forma en que Larraín se enfoca más en un lenguaje poético que en construir una narrativa que desarrolle a profundidad un personaje, Jackie nos muestra pinceladas de sentimientos a través de una serie de close-ups en los que destaca la esencia de Natalie Portman, quien con su personificación nos muestra a detalle el luto y la confusión de la Primera Drama. La película afortunadamente no trata en ningún momento de mantenerse verídica a los hechos y hacer una crónica de todo lo ocurrido en esos fatídicos días, sino interpretar el mito de una figura de la cultura popular estadounidense.
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