En Los Fabelman (The Fabelmans, 2022), el pequeño Sam (Mateo Zoryan Francis-DeFord) se queda obsesionado con los trenes después de haber ido con sus padres a ver su primera película al cine: El Espectáculo Más Grande del Mundo (The Greatest Show on Earth, 1952). No conforme con tener uno miniatura, este comienza a estrellarlo en la vía para recrear uno de los momentos de la cinta. Mitzi (Michelle Williams), su madre, consigue entender sus intenciones, por lo que le ayuda a filmar el instante para que pueda revivirlo una y otra vez. Sabiendo que así podrá tener control sobre el suceso, la amorosa mujer despierta en él una fascinación que no solo trascenderá en este personaje ficticio, sino también en el mismísimo Steven Spielberg, quien se proyecta en el niño para dejarnos dar un vistazo a cómo surge el amor por el cine.
Imagen: Amblin Entertainment, Reliance Entertainment, Universal Pictures |
En 1952, cuando Sam Fabelman y sus padres van el cine, el pequeño queda fascinado. Su madre, una artista, decide impulsar el impulso de su hijo acercándolo por primera vez al arte de capturar imágenes en movimiento. Así, durante su infancia y posterior adolescencia, Sam pule sus habilidades como cineasta incipiente, decidiendo que no hay otro camino que quisiera tomar cuando sea grande. Pero, al mismo tiempo, las cosas en casa no marchan del todo bien; y cuando descubre un secreto familiar, la amenaza de que todo se caiga a pedazos se mantiene latente. Será a través de sus películas que Sam encuentre una manera de expresarse y desahogarse.
James Gray, Paolo Sorrentino, Alfonso Cuarón, Kenneth Branagh y Alejandro González Iñárritu ya lo hicieron, y ahora tocaba el turno a Steven Spielberg de verter sus memorias en un guion como parte de un ejercicio de vida en el que, de alguna u otra manera, nos acercan a a sus emociones o a su ego, dependiendo el caso. En Los Fabelman, el legendario director se inspira en algunas de sus vivencias infantiles y adolescentes para recordarnos el poder que tiene el cine no solo en los creadores, sino en quienes son testigos de los 24 cuadros por segundo. Se trata de uno sus trabajos más íntimos en años, y aunque sea algo más cercano a lo convencional, cada cuadro muestra un amor absoluto no por lo que ha hecho, sino por lo que el arte le ha dado.
De todos los directores mencionados previamente, que han hecho de sus últimas películas una especie de autobiografía en un sentido amplio —o autoficción, para que Iñárritu no se moleste—, podemos situar a Spielberg entre Branagh y Gray. Mientras el primero se deja llevar por completo por la cursilería y la manipulación, el otro apela a lo político para enmarcar su juventud. Lo nuevo del cineasta en cuestión no se alinea con ningún extremo, lo que podría ser definido como "tibio" por algunos; sin embargo, esta historia ficticia nos presenta una serie de ideas que dejan al descubierto las inquietudes del creador y de la importancia que tiene, al menos en su caso, ser tal.
Imagen: Amblin Entertainment, Reliance Entertainment, Universal Pictures |
Los Fabelman contrasta los mundos en los que vive Sam. En el real, todo está fuera de control. Aunque el amor no falta en el seno familiar, la inestabilidad emocional, principalmente en su madre —interpretada de forma soberbia por Williams—, también es constante —las intervenciones de Bennie (Seth Rogen), el amigo más cercano de la familia, son determinantes en este aspecto—. Por ello, en el ficticio, Sam es amo y señor de todo lo que sucede; cada acción, cada movimiento y el curso de las cosas están bajo su mando. Lo que Mitzi entiende cuando descubre que su hijo ha estado chocando una y otra vez el tren de juguete es que vivir en un espacio en el que sienta seguridad lo es todo, algo que ella añora a pesar de vivir en relativa paz.
Spielberg manifiesta su pasión a través del poder sanador de crear algo. Aunque Burt (Paul Dano), guiado únicamente por lo que puede tocar, insiste en señalar la naturaleza imaginaria de lo que hace su hijo, este último no deja de encontrar alivio y seguridad en lo que puede manejar. Lo inmaterial, entonces, demuestra su fuerza por medio de la capacidad de emocionar. La cinta se concentra en Sam, pero también en Mitzi, cuyo malestar emocional no le permite encontrarse a ella misma, un destino que no quiere ver repetido en su primogénito. El director nos recuerda que el arte es peligroso y doloroso, pero también que la recompensa es gratificante en un sentido personal.
Imagen: Amblin Entertainment, Reliance Entertainment, Universal Pictures |
La escena en la que participa el tío abuelo de Sam (Judd Hirsch), Boris —por la que fue nominado a Mejor Actor de Reparto en los Óscar—, nos permite entender mejor el discurso. Con el acalorado intercambio de puntos de vista entre estos dos personajes, Spielberg y el coguionista Tony Kushner reflexionan sobre el delicado balance entre arte y familia. El apoyo de los padres o los abuelos es determinante, pero ¿qué pasa cuando más bien son un obstáculo para seguir creando? Así como Gray en El Tiempo del Armagedón (Armageddon Time, 2022), Spielberg se refiere a la familia como la cruz y el soporte por igual del creador. Sea como sea, siempre será fuente de inspiración.
Canalizando por momentos a su contemporáneo George Lucas —con algunas viñetas juveniles que bien pudieron haber sido parte de American Graffiti (1973)—, Steven Spielberg se sincera y nos muestra el origen del espectáculo y la nostalgia que ha caracterizado su obra desde el siglo pasado. Los Fabelman —en cuyo juego de palabras oculto a plena vista en el título se puede encontrar la esencia de lo que el icónico director representa—, es un recordatorio tan tierno como doloroso de lo que significa el cine. En su última escena —que contiene, probablemente, uno de los cameos más sorpresivos y mejor logrados de los últimos tiempos—, y exactamente con el último guiño, Spielberg mantiene intacta la capacidad que tiene para movernos emocionalmente con sus imágenes.
Los Fabelman se encuentra actualmente en cartelera.
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