Crítica - Babylon: el espectáculo del pasado

En Babylon (2022), Damien Chazelle tira la casa por la ventana para presentar su grandilocuente interpretación canalizando su Baz Lurhmann interior de lo que significa el cine. Con un enfoque maximalista y una irreverencia absoluta, el alguna vez chico maravilla de Hollywood nos muestra una brutal y ciertamente incómoda representación de la industria responsable de muchos sueños, pero también de muchas pesadillas. Si bien se trata de una mirada sin compromiso al precio que hay que pagar en el medio del entretenimiento para sobresalir, una turbulenta acumulación de ideas se interpone en una épica sobre la magia de las películas. Lo nuevo del cineasta estadounidense se asoma a lo más oscuro de la industria, pero la mirada resulta sensacionalista y poco clara buena parte del tiempo.

Babylon critica
Imagen: Paramount Pictures, C2 Motion Group, Marc Platt Productions, Material Pictures, Organism Pictures, Wild Chickens Productions

Corre la segunda mitad de los 20. Hollywood comienza a vivir su época de oro, por lo que todos quieren formar parte de la industria de una forma u otra. Manny (Diego Calva), un asistente que busca más responsabilidades en el set; Nellie LaRoy (Margot Robbie), una aspirante a actriz, y Jack Conrad (Brad Pitt), una de las máximas estrellas del cine mudo, son testigos de cómo este comienza a ser opacado por el silente. La transición es todo menos tranquila, y las víctimas no tardan en surgir. Manny, Nellie y Jack se adaptan cada uno de manera distinta, pero Hollywood les exige prácticamente su alma para mantenerse vigentes o para seguir escalando. Así, dependerá de la ambición o la frustración de cada uno ceder o buscar una salida, por más terrible que sea.

Chazelle, el cineasta más joven en ganar el Óscar a Mejor Director, y el único de su país en obtenerlo en los últimos 14 años, acaparó todas las miradas hace ya un rato con la historia sobre el joven que añoraba ser baterista, y luego se consagró rápidamente con la redefinición mainstream del musical. Y aunque su retrato biográfico sobre el primer hombre en la Luna pasó sin pena ni gloria, la obra completa deja al descubierto una fascinación casi obsesiva con el pasado. Babylon puede entenderse entonces como una reflexión culminante que engloba todas las ideas que ha desplegado en su corta pero llamativa filmografía. Desafortunadamente, una ambición desmedida en este sentido termina por hacer de su nuevo filme uno más inofensivo de lo que parece.

La amalgama de sus propuestas anteriores se puede sentir en la pesadumbre que embarga en distintos momentos a los tres principales protagonistas. Los sueños de Manny nos recuerdan el ímpetu de Andrew en Whiplash: Música y Obsesión (Whiplash, 2014), mientras que la relación entre el primero y Nellie invariablemente nos remite a la de Seb y Mia en La La Land (2016). El problema está en que Chazelle retoma estas fórmulas para simplemente insertarlas en la gran narrativa que ha construido en esta ocasión, dejándolas a la deriva en favor del espectáculo. A pesar de que Babylon dura más de tres horas, poco o nada nos sentimos encariñados con los personajes cuando se enfrentan a la tragedia, el triunfo o la derrota.

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Imagen: Paramount Pictures, C2 Motion Group, Marc Platt Productions, Material Pictures, Organism Pictures, Wild Chickens Productions

De entre las múltiples historias que conforman Babylon, la más estimulante es la de Jack Conrad; Brad Pitt retoma en cierta forma la esencia de su personaje en Había una Vez... en Hollywood (Once Upon a Time in Hollywood, 2018) cinta con la que comparte más que actores, quizá más de la cuenta para contribuir a la reflexión sobre cómo la industria desecha sin piedad desde sus comienzos. En suma, la caída de Conrad hace una meditación sobre el significado de la muerte en Hollywood. A pesar de los excesos y los peligros que corren, estos personajes se nos presentan como invencibles o inmortales; pero cuando su caducidad se hace presente, tanto en el plano existencial como en el profesional, se ven a cara a cara con el precipicio aceptando su destino. El arco de Conrad es el que mejor desarrolla este argumento.

Por otro lado, lo de Manny y Nellie nunca termina por cuajar. Chazelle intenta hacer funcionar la química entre Calva y Robbie tal y como lo hizo con Ryan Gosling y Emma Stone; sin embargo, el poco tiempo que pasan juntos en pantalla no hace creíble lo que el guion intenta trabajar con ellos hacia el final. Calva, a quien probablemente le ayudó encontrar algunas vagas similitudes entre su propia carrera con la de Manny, entrega un trabajo aceptable al adoptar los anacronismos que su director seguramente le indicó para conectar con el público hispano. Pero su personaje no es del todo interesante; su transformación al ser devorado por el sistema es predecible y poco satisfactoria. Robbie, en modo Harley Quinn todavía, sigue una trayectoria parecida a la de su contraparte, pero su presencia comienza a ser desesperante hacia el desenlace.

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Imagen: Paramount Pictures, C2 Motion Group, Marc Platt Productions, Material Pictures, Organism Pictures, Wild Chickens Productions

La cinta, en cierta forma, es una colección de viñetas que abordan la creación cinematográfica durante el ocaso del cine mudo y el nacimiento del sonoro. La secuencia en que LaRoy filma su primera película con sonido, por ejemplo, es tensa y cómica por igual. Algo parecido ocurre en la que Manny salva el día trayendo una nueva cámara al set de una película épica. Ambas tienen como idea la sensación de satisfacción que significa conseguir la toma, así como la manera en que pone a prueba la paciencia de los cineastas. Al final, se trata de la relación tóxica que hay entre creadores y el proceso de crear. Pero estas son las excepciones, ya que conforme la historia avanza, las pretensiones van superando los atisbos de algo más profundo. La subtrama que involucra al trompetista negro Sidney Palmer (Jovan Adepo) queda notablemente de lado, como si Chazelle simplemente hubiera querido dejar claro un punto a costa de un personaje más sólido o relevante.

Babylon no duda en mostrar su "majestuosidad" en cada uno de los 189 minutos que dura. A pesar de la pegajosa música de Justin Hurwitz, la energizante fotografía de Linus Sandgren y el portentoso diseño de producción, casi todos los elementos del filme apuntan a una congestión narrativa que abruma en lugar de estimular; las situaciones y los sets son más grandes que los personajes, que resultan lo peor logrado de la cinta. Chazelle pierde demasiado pensando en cómo incluir los momentos más libertinos o hasta lynchianos en su trabajo; por ello, cuando el aparentemente emotivo final llega que pretende hacer una recapitulación sobre la necesidad que tenemos de emocionarnos con el cine, el instante se siente gratuito. Para una película sobre cómo el cine nos mueve, esta no necesariamente lo logra.

Babylon está actualmente en cartelera.

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