Soñar no cuesta nada, o al menos eso nos dicen todo el tiempo. Tener una meta en la vida es una enorme motivación para seguir adelante y trabajar duro para conseguirla. En el camino seguramente nos encontraremos con un sinfín de obstáculos o motivos que nos indudablemente nos harán pensar en desistir o posponer los planes, pero la seguridad en uno mismo y los sacrificios que estamos dispuestos a hacer serán fundamentales para alcanzar el éxito. Esta es más o menos la premisa en la que está basada La La Land, cinta musical que ha causado furor en todo el mundo en los últimos meses debido a su impecable manufactura y un retorno a lo básico que sin duda nos transporta nuevamente a una época de nostalgia y llena de sueños.
Mia (Emma Stone) es una joven barista y aspirante a actriz que no ha tenido mucha suerte en el ámbito profesional. Rechazada en decenas de audiciones, Mia se aferra a seguir un sueño que cada vez se ve más lejano. Sebastian (Ryan Gosling) es un pianista de jazz empeñado en resucitar la escena, abrir su propio club y devolverle la dignidad a un género que considera ha sido pisoteado en los últimos tiempos. Por azares del destino, Mia escucha a Sebastian tocar en un restaurante y queda maravillada por su virtuosismo. Aunque reacio al principio de entablar una relación, el músico comienza a buscarla y pronto caen enamorados. Pero conforme avanza su romance, nuevas oportunidades profesionales surgirán para cada uno, las cuales comprometerán tanto el vínculo que han formado como el sueño que han tenido toda su vida.
Después de haber irrumpido en el medio con la soberbia Whiplash, Damien Chazelle se convirtió súbitamente en una de las grandes promesas del cine estadounidense. Con apenas 31 años cumplidos, parece como si se tratara de un tipo con una larga trayectoria tras de si y una vasta experiencia, pues La La Land es más que una confirmación de su talento, se trata de una obra que manifiesta las preocupaciones de un nostálgico y alguien que simplemente no puede dejar ver morir lo que tanto ama. Consolidándose como un autor y como un cineasta que no compromete su visión artística a cambio de unos dólares, Chazelle es ya toda una realidad y su segunda película habla por sí mismo, un derroche de clase y un tributo a una época que todavía añoramos.
En La La Land nos topamos con dos soñadores, personas comunes y corrientes que han picado piedra sin éxito en medios tan cambiantes y exigentes como lo son el cine y la música. Ambos tienen talento para lo que hacen, pero nadie realmente les ha dedicado un poco de atención para poder apreciarlo. Mia y Sebastian piensan en el futuro y en todo lo que harán una vez que alguien les otorgue esa oportunidad que han estado esperando; sin embargo, los dos veneran el pasado de sus respectivas artes y se niegan a darse por vencidos. Por un lado, Sebastian está decepcionado por la forma en la que la gente se ha olvidado del jazz; por el otro, Mia idolatra los musicales de antaño y adora esa faceta artesanal de la producción cinematográfica. Y aunque están hechos el uno para el otro, sus sueños amenazan con llevarlas por caminos opuestos. La La Land es una cinta romántica, pero sobre toda una acerca de dos individuos en busca de encontrar eso que los hará sentir completos de una vez por todas.
Como un musical, La La Land inmediatamente nos recuerda la época dorada de Hollywood en donde todo este tipo de cintas verdaderamente representaban el ingenio y pasión de una industria completa. Chazelle, completamente consciente de lo anterior, ha concebido esta historia como un tributo al séptimo arte, su inexorable relación con la música, y un apasionado discurso sobre la nostalgia y como esta debe mantenerse viva en una era tan acelerada como la nuestra. Sus protagonistas van a ver una película como si se tratase de los años 50, sus habitaciones están tapizados con pósteres de filmes antiguos, vamos, incluso la ambientación por momentos nos engaña y nos hace pensar que estamos reviviendo el pasado. En pocas palabras, el director hace una oda a este sentimiento empleando dos personajes que parecen sentir y pensar igual que él, casi una extensión de sí mismo. Nada raro de un tipo que en su primer trabajo plasmó una de sus mayores frustraciones.
Los números musicales, además de integrarse de manera orgánica a la narrativa, plasman el sentimiento con el que Chazelle ha escrito su obra. La puesta en escena evoca directamente a clásicos como Cantando Bajo la Lluvia y Amor Sin Barreras y varios de estos momentos están llenos de magia y un romanticismo que es difícil de eludir. Y no se trata simplemente de algo amoroso, sino la representación de un ideal, un optimismo que afortunadamente nunca se convierte en algo cursi o fastidioso. La química entre Gosling y Stone también es un factor determinante, pues escenas como el del baile en las colinas de la ciudad solo pudo haber salido de esa manera gracias al perfecto entendimiento que tienes estos actores el uno del otro. Su carisma y gracia son indiscutibles.
Y al tratarse de una producción con notas de la vieja escuela, Chazelle y todo su equipo hacen gala de un excelso diseño de producción y vestuario que resalta el carácter artesanal de su trabajo. Al tratarse del cine dentro del cine, el director nos deja ver esos pequeños detalles que tanto nos gustan de este arte y hace uso de todos sus planos para mostrarlos. Basta con recordar esas escenas en donde Mia y Sebastian caminan por los estudios mientras a su alrededor varios equipos de producción se encuentran filmando y preparando la siguiente escena. La La Land es una cinta en la que con cada vista se podrán encontrar más y más fascinantes detalles.
Podemos hablar del gran trabajo de iluminación que refleja la montaña rusa de emociones por la que pasan los protagonistas, los precisos planos secuencia o aquel emotivo final en donde un reencuentro final da pie a una esplendorosa secuencia musical y un final alternativo en donde el amor es el gran vencedor; pero lo que realmente habría que destacar es la habilidad narrativa de Chazelle, y es que aunque estemos ante una aparente sencilla historia, pocos pueden crear toda una ilusión y un sueño a través de ella, así como ocurría en la época de oro.
La La Land es una película chapada a la antigua que le otorga un enésimo aire al musical y lo revitaliza dándole un toque contemporáneo, esto sin renunciar a las convenciones que lo caracterizan. Dejando claro que su talento no era cosa de una vez, Damien Chazelle, comprometido siempre con su visión, nos entrega una obra en donde la música, la nostalgia y una ciudad que parece venerarlo todo pero sin valorarlo al mismo tiempo, tal y como declara Sebastian haciendo referencia al inclemente mundo del entretenimiento, son también los protagonistas. Pero al final, esta igualmente es un tributo a los soñadores y a todos aquellos que no se dejan seducir por el conformismo, los que podrán alcanzar su objetivo aunque haya que hacer un gran sacrificio de por medio.
En La La Land nos topamos con dos soñadores, personas comunes y corrientes que han picado piedra sin éxito en medios tan cambiantes y exigentes como lo son el cine y la música. Ambos tienen talento para lo que hacen, pero nadie realmente les ha dedicado un poco de atención para poder apreciarlo. Mia y Sebastian piensan en el futuro y en todo lo que harán una vez que alguien les otorgue esa oportunidad que han estado esperando; sin embargo, los dos veneran el pasado de sus respectivas artes y se niegan a darse por vencidos. Por un lado, Sebastian está decepcionado por la forma en la que la gente se ha olvidado del jazz; por el otro, Mia idolatra los musicales de antaño y adora esa faceta artesanal de la producción cinematográfica. Y aunque están hechos el uno para el otro, sus sueños amenazan con llevarlas por caminos opuestos. La La Land es una cinta romántica, pero sobre toda una acerca de dos individuos en busca de encontrar eso que los hará sentir completos de una vez por todas.
Como un musical, La La Land inmediatamente nos recuerda la época dorada de Hollywood en donde todo este tipo de cintas verdaderamente representaban el ingenio y pasión de una industria completa. Chazelle, completamente consciente de lo anterior, ha concebido esta historia como un tributo al séptimo arte, su inexorable relación con la música, y un apasionado discurso sobre la nostalgia y como esta debe mantenerse viva en una era tan acelerada como la nuestra. Sus protagonistas van a ver una película como si se tratase de los años 50, sus habitaciones están tapizados con pósteres de filmes antiguos, vamos, incluso la ambientación por momentos nos engaña y nos hace pensar que estamos reviviendo el pasado. En pocas palabras, el director hace una oda a este sentimiento empleando dos personajes que parecen sentir y pensar igual que él, casi una extensión de sí mismo. Nada raro de un tipo que en su primer trabajo plasmó una de sus mayores frustraciones.
Los números musicales, además de integrarse de manera orgánica a la narrativa, plasman el sentimiento con el que Chazelle ha escrito su obra. La puesta en escena evoca directamente a clásicos como Cantando Bajo la Lluvia y Amor Sin Barreras y varios de estos momentos están llenos de magia y un romanticismo que es difícil de eludir. Y no se trata simplemente de algo amoroso, sino la representación de un ideal, un optimismo que afortunadamente nunca se convierte en algo cursi o fastidioso. La química entre Gosling y Stone también es un factor determinante, pues escenas como el del baile en las colinas de la ciudad solo pudo haber salido de esa manera gracias al perfecto entendimiento que tienes estos actores el uno del otro. Su carisma y gracia son indiscutibles.
Y al tratarse de una producción con notas de la vieja escuela, Chazelle y todo su equipo hacen gala de un excelso diseño de producción y vestuario que resalta el carácter artesanal de su trabajo. Al tratarse del cine dentro del cine, el director nos deja ver esos pequeños detalles que tanto nos gustan de este arte y hace uso de todos sus planos para mostrarlos. Basta con recordar esas escenas en donde Mia y Sebastian caminan por los estudios mientras a su alrededor varios equipos de producción se encuentran filmando y preparando la siguiente escena. La La Land es una cinta en la que con cada vista se podrán encontrar más y más fascinantes detalles.
Podemos hablar del gran trabajo de iluminación que refleja la montaña rusa de emociones por la que pasan los protagonistas, los precisos planos secuencia o aquel emotivo final en donde un reencuentro final da pie a una esplendorosa secuencia musical y un final alternativo en donde el amor es el gran vencedor; pero lo que realmente habría que destacar es la habilidad narrativa de Chazelle, y es que aunque estemos ante una aparente sencilla historia, pocos pueden crear toda una ilusión y un sueño a través de ella, así como ocurría en la época de oro.
La La Land es una película chapada a la antigua que le otorga un enésimo aire al musical y lo revitaliza dándole un toque contemporáneo, esto sin renunciar a las convenciones que lo caracterizan. Dejando claro que su talento no era cosa de una vez, Damien Chazelle, comprometido siempre con su visión, nos entrega una obra en donde la música, la nostalgia y una ciudad que parece venerarlo todo pero sin valorarlo al mismo tiempo, tal y como declara Sebastian haciendo referencia al inclemente mundo del entretenimiento, son también los protagonistas. Pero al final, esta igualmente es un tributo a los soñadores y a todos aquellos que no se dejan seducir por el conformismo, los que podrán alcanzar su objetivo aunque haya que hacer un gran sacrificio de por medio.
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