Es curioso que La Verdad (La Vérité, 2019), de Hirokazu Koreeda, y Black Widow (2021) se hayan estrenado con una semana de diferencia en México. No pudiendo ser más distintas en origen y ejecución, ambas indagan, en mayor o menor medida, en lo que significa la familia. Pero no desde un punto estrictamente convencional. A pesar de que estamos ante un blockbuster veraniego y una pequeña película de autor, su tratamiento de las ficciones dentro del núcleo familiar manifiesta una inquietud universal: ¿por qué creamos personajes para desenvolvernos con nuestros parientes?, ¿por qué decidimos ocultar ciertas verdades a nuestros seres queridos? Si bien la diferencia de calidad entre estos títulos ni siquiera merece un debate, realmente llama la atención el abordaje tan similar que las dos despliegan. A continuación, un poco más al respecto.
Imagen: Marvel Studios |
Después de los acontecimientos de Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War, 2016), Natasha Romanoff (Scarlett Johansson) se encuentra prófuga de las autoridades. Al mismo tiempo, Yelena Belova (Florence Pugh), una agente viuda negra y hermanastra de la superheroína, persigue a una desertora, y pronto descubre el motivo: la existencia del Polvo Rojo, un gas que elimina los efectos del acondicionamiento químico realizado por la Habitación Roja y el general Dreykov (Ray Winstone), antiguo manejador de Natasha y a quien esta última creía haber asesinado hace años. Cuando la vengadora se reúne con Yelena, quien ha recuperado el libre albedrío tras entrar en contacto con el Polvo Rojo, ambas acuerdan encontrar la Habitación Roja y eliminar a Dreykov de una vez por todas.
Cate Shortland (Berlin Syndome, Lore) dirige Black Widow, la 24° película del Universo Cinematográfico de Marvel —la primera desde que vivimos en la nueva normalidad—. Tras dos años de receso —que han sido útiles para expandir la narrativa ahora hacia la televisión—, el estudio vuelve a la pantalla grande con una más de sus megaproducciones. No es de sorprender que, tan solo un par de días después de su estreno, la cinta se posicione como el éxito más importante de esta nueva era, marcada hasta ahora por la ausencia relativa en salas de los espectadores. Pero parece que poco ha cambiado. Marvel vuelve al lugar que había ocupado hasta que los cines se vaciaron por completo, y con ello la irregularidad que tanto caracteriza a varios de sus títulos.
Kevin Feige, mandamás del estudio, echa mano de otra directora relativamente desconocida —curtida en el cine independiente— para intentar contar esta historia. Los problemas entre directores y productores, que han llevado a la salida de varios de los primeros en el pasado, han dejado ver el excesivo control que los tipos de pantalón largo en Marvel ejercen sobre las decisiones creativas. Pero quizá lo más desconcertante es el momento en el que llega esta cinta, cinco o seis años tarde para algunos fans. Como uno de los personajes más emblemáticos de este universo, Black Widow protagoniza su propio filme cuando ya no tiene sentido alguno; su muerte, en Avengers: Endgame (2019), puso fin al viaje de una figura que, sin duda, tenía más potencial.
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El tratamiento de Black Widow, afortunadamente, dejó la sexualización inicial de Iron Man 2 (2010) para enfocarse en los traumas de una mujer con un pasado oscuro; su presencia cada vez más notable en el UCM dejaba abierta la posibilidad de explorar aún más sus tribulaciones. Finalmente, su cinta en solitario decide indagar no solo en su individualidad, sino también en la dinámica familiar alrededor de ella. Si bien Marvel se ha adentrado bastante en las relaciones entre padre/madre e hijo/hija, hasta ahora no existía un retrato como tal de la familia. Por supuesto, podría decirse que los Avengers son una gran familia disfuncional, tal y como quedó claro desde Civil War; pero este relato de (des)unión familiar es probablemente lo más cercano a una versión live action de Los Increíbles (The Incredibles, 2004).
Shortland y el guionista Eric Pearson —Jac Schaeffer, creadora de WandaVision, y Ned Benson reciben crédito por la historia— aciertan al presentar a Natasha rodeada de un grupo de personas con el mismo conflicto: la relación entre la ficción y la realidad que ha regido sus vidas. Así como Koreeda, Shortland y su equipo plantean un escenario en el que Natasha y Yelena —lo mejor del filme—, y Alexei (David Harbour) y Melina (Rachel Weisz), sus padres adoptivos, asumen una vez más la ficción que dio como resultado su unión; falsa, sí, pero unión a fin de cuentas. La resiginificación de estas interpretaciones es donde Black Widow tiene su mayor fortaleza narrativa. Pero es cuando el relato se aleja de lo anterior que Marvel asume el control para introducir su habitual fórmula, y de las formas más pobres que hayamos visto hasta ahora.
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Aunque la cinta parece encaminarse hacia una intimidad bienvenida, en contraste con la pomposidad con la que suelen arrancar otros proyectos del estudio, la trama se asfixia a sí misma con un tercer acto asediado por cualquier cantidad de explosiones, un par de villanos para el olvido (porque Marvel, por supuesto) —que, de cualquier forma, atinan al señalar la toxicidad masculina— y algunas revelaciones sin el impacto emocional que deberían tener. Y si a eso agregamos el inservible esfuerzo de situar los sucesos entre otros que ya conocemos, la tensión dramática brilla por su ausencia. Por otro lado, Black Widow hace bien en recoger aspectos de franquicias como Misión: Imposible, James Bond y Bourne, e incluso de otras películas de espías como La Red Avispa (Wasp Network, 2019), de Olivier Assayas. Con esta última, por ejemplo, intencionadamente o no, comparte el impacto que tiene la vida encubierta en la dinámica familiar. De nuevo, es imposible no relacionar el trabajo de Shortland con algunas obras recientes de cine de autor.
A pesar de la buena idea de desarrollar el entorno familiar de Natasha, Black Widow es una tremenda decepción. Además de obedecer los designios del universo compartido, la cinta luce como un requisito que Marvel tuvo que cumplir para aplacar a sus fans y unirse a las tendencias (justas) que están cambiando (esperemos) el rostro de la industria. El problema, otra vez, es el momento. Cuando las cosas resultan forzadas, carecen de todo valor, y su nueva entrega es víctima de ello. No olvidemos que Capitana Marvel (Captain Marvel, 2019), que introdujo a un personaje totalmente nuevo, le robó la oportunidad a Natasha Romanoff, ya con una larga historia dentro del UCM, de ser la primera superheroína de Marvel con su propia película. La declaración puede sonar a berrinche, pero solo confirma la ceguera con la que, en ocasiones, se guían los ejecutivos del estudio.
Black Widow se encuentra en cartelera.
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