Reseña - Judas y el Mesías Negro: "Puedes matar a un revolucionario, pero no puedes matar la revolución"
Cuando el agente especial Roy Mitchell (Jesse Plemons) aprehende a William "Bill" O'Neal (Lakeith Stanfield), quien se hacía pasar por federal para extorsionar a cualquier desprevenido, una pregunta y su contundente respuesta lo dicen todo: "¿Por qué la placa?, ¿por qué no una pistola o un cuchillo?", lo cuestiona casi burlándose de él. "Porque la placa da más miedo", contesta el otro tajantemente. Meses después de que George Floyd fuera asesinado por un oficial de policía en Estados Unidos —y quedara todo captado en video—, Judas y el Mesías Negro llega para volver a poner el tema de la discriminación sistemática sobre la mesa. Explorando el asesinato de una figura histórica como Fred Hampton, la cinta toca una herida que todavía no ha sanado, y que tal vez nunca lo hará.
Imagen: MACRO, Participant, Bron Creative, Proximity, Warner Bros. Pictures |
Son finales de los 60. Fred Hampton (Daniel Kaluuya), presidente del Partido Pantera Negra en el estado de Illinois, y convertido en todo un líder popular, se vuelve un dolor de cabeza para Edgar Hoover (Martin Sheen) y el FBI, quienes esperan el mínimo error de su parte para acabar con sus esfuerzos revolucionarios. Al mismo tiempo, un ladrón de poca monta llamado William O'Neal es detenido por los federales. Evaluando una posible oportunidad, dadas las habilidades del engaño del criminal, el agente Roy Mitchell lo recluta para infiltrarse en el círculo cercano de Hampton y recabar toda la información posible sobre sus actividades. Pero conforme pasa el tiempo, y la paciencia de Hoover comienza a agotarse, las reglas del peligroso juego cambian.
Nominada a seis Premios Óscar —entre ellos Mejor Película y Mejor Actor de Reparto para ambos protagonistas— Judas y el Mesías Negro retrata la parte final de la vida de Hampton, un joven activista de tan solo 21 años que fue asesinado por el gobierno de los Estados Unidos. En apenas su segunda película —ocho años después de la primera— Shaka King rinde un homenaje a un personaje que sufrió el mismo destino que Martin Luther King Jr. y Malcolm X; pero la atención también se cierne sobre su "Judas", un muchacho confundido y en conflicto con su rol en la lucha por los derechos de su comunidad, y cuyas "30 piezas de plata" que recibió a cambio realmente no lo ayudaron a paliar su conflicto. El resultado es una poderosa historia que pretende hacer un llamado a la unión para hacer frente a una opresión cuidadosamente diseñada por las instituciones.
Imagen: MACRO, Participant, Bron Creative, Proximity, Warner Bros. Pictures |
Pero más interesante aún es la participación de Stanfield, cuya pugna interna se convierte en el motor de la trama. El todavía joven actor demuestra una notable experiencia encapsulando el temor de un tipo que, a pesar de su notable falta de escrúpulos, no puede dejar de sentirse contrariado por la tarea que le ha sido encomendada. Casi como vaticinando la nominación al Óscar, Mitchell, después de verlo en uno de los mítines de Hampton, le pregunta que no sabe si su actuación es digna del preciado premio, o si realmente se ha dejado seducir por los ideales del líder del partido. El núcleo del relato encuentra en la lealtad de O'Neal su material más importante. Es a través de este personaje que King y su coguionista Will Berson verdaderamente capturan la atención del espectador. Aunque hay pocas respuestas acerca de sus problemas de identificación con su comunidad, el misterio que lo envuelve es suficiente para seguir con atención su errático andar entre las Panteras y el FBI. El epílogo —en el que se hace referencia a su destino en la vida real— arroja mayores indicios sobre lo que vivió durante esta tortura.
Con dos horas de duración, Judas y el Mesías Negro hace buen uso del tiempo de que dispone. Después de su presentación, King y Berson se decantan por mostrarnos a O'Neal involucrado de lleno en el partido; en manos de alguien más quizá hubiéramos sido sometidos a varias escenas de cómo es que el hombre entró a las filas de las Panteras, lo cual parece irrelevante para el propósito del relato Si bien la relación entre el infiltrado y Hampton no toma tintes muy personales, cada encuentro o aparición en conjunto aviva la desesperación de O'Neal por su presente, su pasado y su futuro. El guion juega muy bien con la elipsis haciendo los saltos necesarios y tomándose las libertades pertinentes para mantener el ritmo de la historia.
Imagen: MACRO, Participant, Bron Creative, Proximity, Warner Bros. Pictures |
Aunado a los retratos de los protagonistas, King y Berson se hacen una contundente pregunta a través de las imágenes que nos presentan: ¿quiénes eran realmente los terroristas?, ¿los hombres negros que daban desayunos gratuitos a los niños o los policías blancos que quemaban edificios a placer? El cuestionamiento, sin duda, resuena en un momento en el que aquel país continúa siendo testigo de la violencia racial, perpetrada —en muchas ocasiones— por las mismas instituciones encargadas de detenerla. La escena de la cruenta redada final en el departamento de Hampton permanecerá como un testimonio de la vileza y la falta de empatía de aquellos en el poder.
Judas y el Mesía Negro alberga una relación importante con otras recientes películas que abordan temáticas similares, aunque desde otro punto de vista y con situaciones muy distintas. Mientras Una Noche en Miami (One Night in Miami, 2020) elabora un discurso sobre la libertad financiera y política de los negros, y El Juicio de los 7 de Chicago (The Trial of the Chicago 7, 2020) ofrece un breve vistazo al prejuicio por parte del gobierno en contra de esta minoría, la cinta en cuestión se compromete de lleno con la causa de un mártir y la decadencia moral de un tipo perturbado.
"En donde está el pueblo hay poder", declara Hampton con absoluta seguridad. "Pueden matar a un revolucionario, pero no la revolución", dice también durante uno de sus más poderosos discursos. Sus palabras, arraigadas en el contacto directo con la gente, son como balas para un sistema que continúa resistiendo el cambio; por ello, no debería sorprendernos la forma en la que fue neutralizado, en contra de cualquier convención humana y enardecida por un absurdo temor a la izquierda. Judas y el Mesías Negro asume con respeto y amplia responsabilidad la tarea de reincorporar la figura de Fred Hampton en el siglo XXI.
Comentarios
Publicar un comentario