"Los que seremos j0didos como nuestros padres, y j0didos como nuestros abuelos", dice Chico (Diego Montessoro) cuando le preguntan que a qué grupo pertenece. En El Último Vagón (2023), la pobreza se muestra no través de la falta de recursos económicos, sino a través de cómo a aquellos en el poder oprimen a los de abajo por medio de un cuestionable sistema de educación y paupérrimas condiciones laborales. Ernesto Contreras (Sueño en Otro Idioma, Cosas Imposibles) vuelve con un conmovedor coming-of-age que, a pesar de acercarse demasiado al sentimentalismo desmedido, recalca la importancia de tener un modelo a seguir fuera de casa, que, en este caso, es la figura del maestro, tan cuestionada en México.
Imagen: Netflix |
Ikal (Kaarlo Isaac) es un niño cuyos padres se mueven a donde haya trabajo. Instalado temporalmente en una pequeña comunidad alrededor de una vía ferroviaria, el chico pronto hace un grupo de amigos y asiste a la escuela local —un viejo vagón de tren acondicionado como salón de clases—, donde encuentra en la maestra Georgina (Adriana Barraza) una inspiración para aspirar a algo más en la vida. Pasando sus días divirtiéndose, aprendiendo y cuidando de Quetzal, el perrito que adoptó, Ikal poco a poco va descubriendo su vocación. Sin embargo, una serie de desafortunados incidentes lo harán chocar con la realidad y enfrentar un futuro incierto.
En su más reciente película, el mexicano Ernesto Contreras hace un comentario sobre el importantísimo rol que tiene la educación en un país en desarrollo. A través de la maestra Georgina, el director y el guionista Jorge Peñalosa enmarcan la verdadera vocación magisterial como uno de los combustibles que se necesitan para mantener encendida la chispa de un mejor futuro para las próximas generaciones. A modo de un ligero drama con toques cómicos pero también trágicos, El Último Vagón apela a la resistencia y a la unión para hacer frente a las políticas que, en lugar de garantizar un verdadero progreso social, solamente contribuyen a un mayor caos que, en consecuencia, termina por reducir las posibilidades de aquellos que menos tienen.
Imagen: Netflix |
Resulta interesante que la cinta se estrene en México casi al mismo tiempo que La Última Función de Cine (Chhello Show, 2021), filme indio en el que el mayor enemigo de los personajes es efectivamente el "progreso". Aquí en forma de brutales reformas educativas y la construcción de vías de tren a costa de vidas humanas, y allá como la muerte del cine analógico y la llegada de los trenes eléctricos, la prosperidad y el cambio emergen para beneficiar a unos y perjudicar a otros. Con la sombra de un supuesto futuro más brillante acechándolos, los sectores menos favorecidos deben adaptarse o sucumbir. No es una casualidad que ambos títulos hagan referencia a la finitud; parecería que esa última oportunidad a la que aluden ya pasó, pero lo que sus tramas confirman es que seguirá existiendo mientras haya quien la mantenga viva.
La película tiene en su elenco su mayor virtud. Contreras demuestra una vez más su capacidad como director al conseguir más que buenas interpretaciones, sobre todo de su elenco infantil, que transmite bastantes emociones de principio a fin. Destacan, por supuesto Isaac y Montessoro como Ikal y Chico respectivamente; ambos jovencitos hacen un gran trabajo al representar las dos posibilidades que presenta la historia: lo que pasa cuando hay apoyo familiar y cuando no. Su química, además, brinda algunos de los momentos más atractivos de la trama —sus personajes incluso recuerdan a los de Cuenta Conmigo (Stand by Me, 1986)—. Pero, claro, es Barraza la que más llama la atención al asumir con vehemencia el rol de mentora.
Imagen: Netflix |
Quizá el problema más evidente de la película es la trama paralela sobre un inspector de la Secretaría de Educación Pública (Guillermo Villegas) encomendado, muy a pesar suyo, de notificar a escuelas rurales de su próximo cierre a causa de un nuevo programa educativo. Además de que desde muy temprano se puede ver hacia donde se dirige, esta se intercala con la principal de forma irregular, haciendo que nos olvidemos de ella por completo y que no nos preocupemos del todo por el personaje, que se siente un tanto desconectado de la narrativa.
El Último Vagón maximiza su presupuesto al representar la comunidad en la que desarrollan los acontecimientos con un diseño de producción muy bien logrado, que aprovecha inteligentemente las locaciones de Puebla en donde tuvo lugar la filmación; la fotografía de Juan Pablo Ramírez también es fundamental para que la cinta adquiera ese tono realista que busca Contreras. Todo esto se conjuga en un sentido homenaje a los que todavía dedican su vida a la enseñanza con pasión y una verdadera preocupación por inspirar a sus pupilos, porque, muchas veces, son ellos los que influyen en las decisiones de convertirnos en lo que queremos ser.
El Último Vagón está disponible en Netflix.
Comentarios
Publicar un comentario