El ineludible paso del tiempo es el verdadero terror en La Abuela (2021), la nueva película de Paco Plaza (REC, Verónica). En su habitual clave de horror, el veterano director español convierte la intimidad de esta historia en su elemento más horripilante. Apelando a temores terrenales y a un drama familiar, que poco a poco se va desdoblando con una perversidad seductora —que se vuelve una de sus mayores fortalezas—, el filme nos introduce en medio de una retorcida relación que, entre líneas, señala las dificultades de afrontar una enfermedad terminal o un padecimiento que deje postrada a una persona, principalmente para quienes deben sacrificar su vida para cuidar de un ser querido por tiempo indefinido. Y aunque el desenlace se aferra al efectismo más convencional del género, la construcción de esta cinta deja buenas sensaciones gracias al manejo de la narrativa y lo mucho que se hace con poco.
Imagen: Les Films du Worso, Apache Films, Atresmedia Cine, Eurimages, Sony Pictures |
Susana (Almudena Amor) es una modelo haciendo carrera en París que aspira a grandes cosas. A punto de involucrarse en un importante proyecto publicitario, desde Madrid recibe una llamada: Pilar (Vera Valdez), su abuela, quien la cuidó cuando niña después de la muerte de sus padres en un accidente, ha sufrido un derrame cerebral, dejándola imposibilitada de valerse por sí misma. Sin más remedio, Susana regresa a casa para hacerse cargo de ella. Decidida a volver a Francia, la joven comienza en breve a buscar a alguien que pueda cuidar de su abuela las 24 horas, pero los días que pasa junto a ella pronto se vuelven una pesadilla. Así, mientras el tiempo se les termina a ambas, secretos oscuros del pasado salen a la luz.
Hace ya casi 15 años, Plaza impactó al mundo con REC (2007), película de terror al estilo found footage que, a pesar de seguir todas convenciones de la tendencia que causó furor a finales de la primera década del siglo, se destacó sobre las demás por su ejecución y por representar un verdadero cúmulo de tensión para el espectador. Habiendo explotado al máximo la marca —más tarde convertida, por supuesto, en una franquicia—, el español se alejó del género un tiempo para luego volver con Verónica (2017), un relato decente pero poco memorable sobre una nueva posesión demoniaca. Ahora, con La Abuela, estamos posiblemente ante su mejor esfuerzo en el género, pues se muestra interesado en desarrollar un subtexto —por más evidente que sea— a partir de una nueva propuesta sobrenatural.
En esta ocasión, Plaza se alió con el guionista Carlos Vermut, conocido por su versatilidad para escribir y desenvolverse en distintos medios. En la cinta en cuestión, su colaboración ha dado como resultado un ejercicio sumamente interesante tanto en lo narrativo como en lo visual; mientras Vermut diseña un guion nada sutil pero sumamente atrayente, Plaza genera una atmósfera inquietante y saca lo mejor de sus actrices. Optando por un enfoque relativamente claustrofóbico —en el que la cámara de Daniel Fernández Abelló se mueve con fluidez sorprendente—, este par de cineastas consiguen su objetivo desde el comienzo; aunque sepamos muy temprano hacia dónde se dirige la trama, no queremos perdernos ni un solo detalle.
Imagen: Les Films du Worso, Apache Films, Atresmedia Cine, Eurimages, Sony Pictures |
Lo íntimo de esta propuesta ameritaba depositar todo el peso de la historia en dos convincentes actuaciones, y tanto Amor como Valdez dan el ancho. Plaza trabaja con dos actrices poco experimentadas —Valdez apenas tiene unos cuantos papeles en su carrera, mientras que Amor debutó el año pasado en el cine—, y aun así consigue generar una dinámica inusual entre estas dos mujeres. El hecho de que Valdez no emita una sola palabra durante toda la película representó una oportunidad única para ella y su coprotagonista; por un lado, en Amor recae la responsabilidad de la emoción a partir de la palabra; por el otro, Valdez se vale únicamente de su cuerpo casi inmóvil y de sus gestos para causar terror en el espectador. Ambas lo logran con creces; ver a Pilar intentar comunicarse con una ida Pilar es ciertamente desconcertante.
La Abuela comparte ADN con varias cintas que muestran la senectud sin eufemismos y con toda la frustración y las complicaciones emocionales y físicas que esta etapa de la vida conlleva. Así como en Relic: Herencia Maldita (Relic, 2020), el filme retrata el viacrucis que suele significar el tener que cuidar a un anciano o un enfermo que se empeña en seguir siendo independiente. En ambas encontramos una fractura familiar producto de un pasado complicado y de cierta negligencia. Y aunque el desenlace en cada una es sumamente diferente —el de La Abuela siendo más oscuro—, en las dos hallamos una intención de mostrar el sufrimiento de aquellos que todavía se quedarán después de que el ser querido se vaya, completamente despojados de su felicidad y al borde de un abismo emocional. Una vida por una vida. Y es aquí donde Vermut introduce un comentario sumamente importante sobre la muerte asistida, tan controversial todavía en gran parte del mundo.
Imagen: Les Films du Worso, Apache Films, Atresmedia Cine, Eurimages, Sony Pictures |
El Padre (The Father, 2020) y El Legado del Diablo (Hereditary, 2018) también nos vienen a la memoria; la primera por la temática de la enfermedad, y la segunda por un trasfondo que poco a poco se va revelando conforme Susana indaga más y más en el oscuro pasado de su abuela.
La música y los efectos especiales también encuentran en el minimalismo una forma de causar tensión —no por nada ambos apartados resultaron nominados en los Premios Goya—. Sin embargo, ese propósito se tambalea durante el último acto, cuando Vermut y Plaza se entregan por completo al terror más ordinario, como si hubieran sentido la necesidad de culminar su historia con algo que explicara por completo todo lo que venía sucediendo desde el comienzo, lo cual es hasta cierto punto decepcionante; pero, aun así, los últimos instantes resultan bellos pero desconcertantes: la pesadilla y el sueño se conjugan para entregar un final lúgubre y desesperanzador.
Una escena en particular engloba el sombrío discurso de La Abuela. Cuando Susana arregla a su abuela para tratar de darle un poco de normalidad, le enseña cómo quedó con un espejo de mano. La toma, cuidada en extremo, nos muestra una superposición que augura el funesto desenlace: el reflejo del rostro de Pilar se posiciona sobre el cuerpo estético y joven de Susana; el contraplano muestra lo opuesto: el rostro de Susana sobre el flácido y vulnerable cuerpo de Pilar. Los miedos y los deseos de cada una se muestran en oposición para enmarcar lo despiadado que puede llegar a ser el paso del tiempo.
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