Durante un encuentro entre Rodolfo Gucci (Jeremy Irons), líder de la casa Gucci, y su sobrino Paolo (Jared Leto), quien espera desde hace mucho su oportunidad de diseñar para la marca, este último le muestra sus ideas, una cada vez más estrambótica y disparada que la anterior. Rodolfo mira con aparente interés, solo para después achacarle a su ya no tan joven familiar que su existencia no es más que un "triunfo de la mediocridad". A esto podría reducirse la experiencia de ver La Casa Gucci (House of Gucci, 2021), lo más nuevo de Ridley Scott y la segunda película que presenta este año. Curiosamente, aquí se invierten los papeles, pues es el octagenario director quien nos va mostrando un disparate tras otro, y a veces es complicado distinguir si va en serio o simplemente se trata de una broma, una muy divertida, pero una broma a fin de cuentas.
Imagen: Bron Creative, Metro-Goldwyn-Mayer, Scott Free Productions, Universal Pictures |
Patrizia Reggiani (Lady Gaga), es una joven italiana común y corriente que trabaja como secretaria en el negocio de su padre. Un día, por casualidad, conoce a Maurizio Gucci (Adam Driver), heredero del imperio que lleva su apellido. Este pronto cae enamorado y, en contra de los deseos de su padre, se casa con ella para formar una familia, quedando excluido de todo lo que tenga que ver con los Gucci. Patrizia poco a poco comienza a alentar a su esposo a involucrarse de nuevo, no solo con sus parientes, sino también con la marca. Así, Maurizio va tomando el control de Gucci, generando tensión entre todos los miembros de la familia. Patrizia pronto se alza también como una fuerza imparable dentro la empresa, pero las diferencias con Maurizio eventualmente surgen, llevándola a tomar medidas desesperadas.
Tan solo unas semanas después del estreno de El Último Duelo (The Last Duel, 2021), que significó un buen regreso a la épica histórica, Scott está de vuelta con algo completamente distinto: un drama biográfico sobre el asesinato de Maurizio Gucci. Además de un elenco conformado por grandes estrellas de ayer y hoy, La Casa Gucci llamaba la atención por el retorno de Lady Gaga al cine tras el buen sabor de boca que dejó con Nace una Estrella (A Star Is Born, 2018). Pero el resultado final está lejos de volver a sorprender como con su película anterior. En esta ocasión, Scott se entrega al caos para entregar una cinta muy extraña que incorpora cualquier cantidad de elementos, tratando de que el espectador se mantenga atento durante sus dos horas y media de duración. Y sí que lo consigue, aunque más por el morbo de saber cómo terminan las cosas.
Imagen: Bron Creative, Metro-Goldwyn-Mayer, Scott Free Productions, Universal Pictures |
Por supuesto, Lady Gaga es el núcleo de la historia. Interpretando a una trepadora social con un maquiavélico plan reforzar su recién adquirida posición de poder dentro de una de las marcas de moda de mayor renombre, Patrizia no es un personaje con el que ciertamente se pueda empatizar; de hecho, con ninguno en la película, pero el carisma de la cantante convertida en actriz le permite convertirse en uno de esos personajes que la gente ama odiar. Sin embargo, algunas elecciones caricaturizan todavía más una exagerada caracterización. Que su acento suene más a una rusa hablando inglés, y que, por momentos, parezca que estamos más bien ante uno de sus alter egos, le restan unos pequeños puntos a su rol. Aunado a ello, el guion de Becky Johnston y Roberto Bentivegna no indaga del todo en la psique de Patrizia, por lo que la decisión que toma de fraguar el susodicho asesinato llega de forma anticlimática y sin una buena construcción.
Por otro lado, y desafortunadamente, Adam Driver luce perdido en su interpretación de Maurizio. La historia pretende crear una imagen apacible y hasta bonachona del joven abogado que prefería hacer su propio camino, solo para luego mostrar un voraz apetito por la buena vida, tan característico de sus parientes. Sin embargo, Driver no parece haber sido la mejor elección para el papel. Durante el último acto, cuando su transformación ya está consumada, este falla en su intento por crear una versión más visceral del personaje.
Y luego está Jared Leto, quien ofrece la actuación más comentada del filme, incluso más que la de Gaga. Hay quienes aseguran que entendió bien su papel, logrando una desfachatada interpretación que incluso va más allá de lo que suele hacer, siendo reconocido, supuestamente, como un actor del Método. Pero al verlo apelar a todos los clichés de los italianos —y trabajando un acento que bien podría servir para la próxima cinta animada de Mario Bros—, resulta imposible no pensar que Leto simplemente decidió hacer lo que quiso. Y es ahí y con Driver que se aprecia la falta de dirección por parte de Scott, quien, posiblemente, permitió que todos sus actores hicieran lo suyo, preocupándose poco por una posible afectación en el tono de la historia.
Imagen: Bron Creative, Metro-Goldwyn-Mayer, Scott Free Productions, Universal Pictures |
La Casa Gucci no sabe qué quiere ser la mayor parte del tiempo, por lo que, por momentos, parece que estamos viendo una colección de sketches unidos torpemente, casi como una telenovela. Se trata de la típica cinta biográfica que va palomeando todas las casillas al estilo Wikipedia, pero cada secuencia apunta hacia algo distinto: si no es un comentario sobre la industria de la moda y las aspiraciones superficiales que crean en las personas, entonces es el recordatorio de que el capitalismo está construido sobre traiciones y engaños. La toxicidad familiar y la forma en que el dinero cambia a la gente también encuentran un espacio en la trama; pero ninguna temática de las aquí desarrolladas lleva hacia un desenlace satisfactorio. El final, irónicamente, dada la extensión de la película, luce apresurado, como si lo único que importara ya fuera presentar los usuales textos que informan qué fue de cada uno de estos personajes.
El filme puede ser visto como una especie de El Padrino (The Godfather, 1972) en el muno de la moda. Que los patriarcas entreguen el poder de forma anticipada a la nueva generación nos remite al clásico de Francis Ford Coppola, guardando todas las proporciones, por supuesto. El crimen —incluido el de cuello blanco— es parte de la trama, pero es la dinámica familiar lo que más le interesan a Scott y sus guionistas. Desgraciadamente, la construcción de la línea temporal no se acerca ni un poco a la saga basada en la obra de Mario Puzo. Saltos temporales demasiado grandes, un exceso de instantes irrelevantes —como una escena sexual sin ningún propósito narrativo— y la necesidad de contar lo más posible hacen del filme algo saturado con objetivos poco claros.
Después de ver el resultado, queda claro que el formato serial es más apropiado para este tipo de proyectos. Prueba de ello es El Asesinato de Gianni Versace (The Assassination of Gianni Versace, 2018), segunda temporda de American Crime Story. Aquella serie también se concentraba en el asesino; pero, a diferencia de esta, la exploración exhaustiva de los motivos del perpetrador quedaban más que claros. Además, la creación del contexto permitía entender aún más el infame acto.
Al final, las fallas radican en las decisiones injustificadas de Scott. Quizá tratando de suavizar una historia con ciertas similitudes a la de Todo el Dinero del Mundo (All the Money in the World, 2017), uno de sus trabajos más olvidables, el director optó por un acercamiento más despreocupado y menos sombrío. Sin embargo, acercarse al otro extremo tampoco parece haber sido la mejor opción.
También llama la atención la errática selección musical. Compuesto por una variedad de populares canciones de los 70 y los 80, el soundtrack hace su aparición forzada una y otra vez; las canciones no dicen nada en lo absoluto, y simplemente funcionan como un elemento decorativo.
La Casa Gucci es demasiado conservadora como para poder ser una comedia negra, pero muy inconsistente y boba —en una escena, por ejemplo, Leto compara el chocolate con la mierda; y en otra, su esposa, una intérprete musical, continúa cantando mientras un grupo de policías clausuran un show de moda por violar derechos de autor, tratando de crear un momento tanto cómico como dramático— como para funcionar como un intenso drama biográfico. Sorpresivamente, la cinta es altamente entretenida; y aunque su extensión es casi un crimen, la curiosidad por ver qué otra locura nos espera en la siguiente escena es la principal razón para seguir viendo. Se dice que no hay tal cosa como un placer culpable, pero si existiese, esta película bien podría serlo.
La Casa Gucci se encuentra actualmente en cartelera.
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