"Los sueños son mensajes de las profundidades", dice una profunda, atemorizante y distorsionada voz antes si quiera de que salgan los logotipos de los estudios en Duna (Dune, 2021). Esto enmarca lo que viene a continuación: una representación onírica en todo sentido. El concepto, por supuesto, es pieza central de la trama, pero también lo es a un nivel meta, pues los trazos del futuro, su estructura y las imágenes empleadas aluden a algo que no está sucediendo aquí y ahora, sino en simultaneidad con lo que viene. Y claro, que la película se pueda ver en salas —para lo que fue hecha—, después de una larguísima espera, también es un sueño hecho realidad. Duna no es perfecta, pero se trata de la adaptación mejor lograda del clásico de Frank Herbert.
Imagen: Legendary Entertainment, Warner Bros., Villeneuve Films |
En el año 10191, el emperador del universo conocido le otorga la administración del planeta desértico Arrakis —también conocido como Dune— a la Casa Atreides, originaria del planeta Caladan. El nombramiento se de suma importancia, pues la familia real y sus siervos tendrán la responsabilidad de supervisar la recolección de la "especia", sustancia de máximo valor que expande los sentidos y permite los viajes interestelares. Sustituyendo a la Casa Harkonnen, los Atreides llegan a Arrakis para cumplir su contrato, que no parece tan legítimo como hubieran pensado. Mientras, Paul (Timothée Chalamet), el heredero de la casa Atreides, tiene sueños de un futuro sangriento y brutal con él en el centro. Su llegada al misterioso mundo supone el posible cumplimiento de una profecía de los nativos fremen, quienes se encuentran ante una nueva oportunidad de librarse de la explotación de la que su hogar ha sido víctimas por siglos.
Incluso antes de haber visto el resultado, Denis Villeneuve parecía ser el único con credenciales suficientes para intentar una vez más hacer una adaptación digna de una de las novelas más emblemáticas de la ciencia ficción. La Llegada (Arrival, 2016) despertó la curiosidad de Warner Bros., pero fue Blade Runner 2049 (2017) la que captó toda su atención. La habilidad que el canadiense ha demostrado para transmitir su discurso a través de blockbusters monumentales lo ha hecho parte de un reducido grupo de cineastas capaces de entretener y hacer reflexionar a la audiencia en general. Así como George Miller, Christopher Nolan o James Cameron han hecho en varias de sus películas, Villeneuve demuestra que el blockbuster no necesariamente tiene que estar peleado con el cine de autor. Esto merece un debate aparte, pero con esto queda claro que el blockbuster puede tomar ciertos riesgos para superar sus estigmas.
Con un material que se han definido como "imposible de filmar" desde que David Lynch y Alejandro Jodorowsky fallaron de distinta manera en su momento, Villeneuve cargaba con una enorme presión: ¿cómo llevar a la pantalla grande una historia de 600 hojas, reteniendo la esencia y haciéndola lo suficientemente atractiva para todo el mundo? Concentrarse en la primera mitad, como ya sabemos, fue la mejor decisión; pero no solo eso, sino también dejar de lado casi todas las subtramas, poniendo toda la atención en el viaje del héroe: la transformación de Paul en Muad'Dib, el mesías para los fremen de Arrakis. Así, el guion opta por un acercamiento más directo y sencillo, que aun así alberga una serie de instantes que apuntan a algo un poco más complejo.
Imagen: Legendary Entertainment, Warner Bros., Villeneuve Films |
Una de las más grandes críticas que ha enfrentado la cinta es su final, que parece más un puente hacia la segunda parte que un desenlace como tal. De hecho, las visiones de Paul hacen referencia a lo que viene a continuación, donde lo veremos siguiendo su camino como mesías y guiando a los fremen hacia la reconquista de su planeta. Y claro, que un importante personaje que apenas sale en pantalla diga al final "Esto es apenas el comienzo" podría parecer como una burla para el espectador. Para sus detractores, esta primera parte es un mero prólogo de dos horas y media. Pero Villeneuve y los coguionistas Tim Roth y Jon Spaihts aciertan al justificar estos pedazos del futuro presentándolos como una representación de la transformación de Paul, que vive en el hoy y el mañana al mismo tiempo. Y claro, aunque el director se diga en contra de las escenas poscréditos, todos estos insertos cumplen con el mismo objetivo: causar expectación por lo que vendrá después —si es que se le da luz verde a la segunda parte—.
Pero Villeneuve también presta mucha atención al apartado visual y al sonoro en su búsqueda de adentrarnos en un universo sumamente intrincado. La majestuosidad de Duna se observa en cada toma. Los personajes son constantemente empequeñecidos por los sets brutalistas por los que deambulan; por las titánicas naves que ocupan toda la pantalla en varios instantes; y por la enormidad de los gusanos de arena, que incluso en una escena uno de estos seres oscurece por completo el cuadro, algo ciertamente arriesgado si consideramos que privar a la audiencia de ver lo que está ocurriendo puede ser contraproducente. Pero esa grandiosidad visual también se halla en la penumbra, que se apodera de la pantalla en distintos momentos. Así, una vez más, Villeneuve reconfigura la estructura del blockbuster al explorar otras posibilidades en este tipo de superproducciones.
Imagen: Legendary Entertainment, Warner Bros., Villeneuve Films |
De cualquier manera, la fotografía de Greig Fraser también permite apreciar los mínimos detalles, y uno de ellos es el grano en la imagen, en la que también se puede distinguir la especia flotando en el aire, al menos en determinadas escenas. Esta textura es fundamental para diferenciar Duna de otros blockbusters que cuidan de forma exagerada la pulcritud. Desde Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015) no había un filme de esta naturaleza que se viera y se sintiera tan real.
La música también juega un papel importante. Los temas de Hans Zimmer enmarcan con precisión las acciones de cada bando y personaje. Las percusiones y las gaitas contribuyen a la epicidad que Villeneuve pretende construir desde el primer cuadro de la película.
Y aunque Duna se enfoca por completo en el viaje del héroe —que a cualquiera le recordará el de Luke Skywalker, protagonista de una saga que, irónicamente, se inspiró en parte en los escritos de Herbert—, los señalamientos hacia la sobreexplotación indiscriminada, el colonialismo y el carácter más voraz del capitalismo que se desarrollan en la novela se mantienen intactos. El enaltecimiento del valor indiscutible del agua en una época como la nuestra está ahí; un personaje incluso se burla de otro cuando este último le ofrece lo que sea con tal de dejarlo en paz. "No hay mayor riqueza que pudieras ofrecerme que el agua en tu cuerpo", se mofa con razón. Y es ahí donde Furia en el Camino y Duna son tan pertinentes; más allá del entretenimiento que ofrecen, en sus historias de desolación se encuentra un mensaje de preservación al que deberíamos prestar un poco más de atención, para poner manos a la obra y salvar lo que queda de este planeta.
Duna se encuentra actualmente en cartelera.
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