"La esperanza es algo peligroso". El coronel que dice estas palabras ha sido moldeado por la experiencia y crueldad de vivir un día para poder morir al siguiente. El joven soldado que las escucha con atención, casi como una orden, apenas acaba de darse cuenta de la triste verdad detrás de esta frase en tiempos de conflicto.
En 1917, la esperanza es un recurso escaso y demasiado elusivo como para perder el tiempo añorándola. De cualquier manera, esta necesidad se convierte en el motor emocional de ambos protagonistas, y aunque su búsqueda parece estar condenada al fracaso, su perseverancia pronto se convierte en una fuente de inspiración mutua a pesar del panorama de oscuridad que los rodea.
En 1917, la esperanza es un recurso escaso y demasiado elusivo como para perder el tiempo añorándola. De cualquier manera, esta necesidad se convierte en el motor emocional de ambos protagonistas, y aunque su búsqueda parece estar condenada al fracaso, su perseverancia pronto se convierte en una fuente de inspiración mutua a pesar del panorama de oscuridad que los rodea.
En plena Primera Guerra Mundial, durante enfrentamientos entre británicos y alemanes en Francia, los cabos Will Schofield (George MacKay) y Tom Blake (Dean-Charles Chapman) son encomendados con una misión suicida: recorrer a pie territorio enemigo para poder avisar a un batallón de su mismo ejército que está a punto de caer en una trampa.
A pesar de la peligrosidad de la tarea, Tom rápidamente pone manos a la obra no solo para cumplir con sus órdenes, sino para salvar a su hermano, miembro de ese regimiento, de una muerte segura. Reacio a participar en un comienzo, Will acompaña a su amigo por inhóspitos terrenos y pueblos destruidos, encontrando nuevamente algo más que la devastación y el hedor de los cuerpos putrefactos: una razón para regresar a casa.
A pesar de la peligrosidad de la tarea, Tom rápidamente pone manos a la obra no solo para cumplir con sus órdenes, sino para salvar a su hermano, miembro de ese regimiento, de una muerte segura. Reacio a participar en un comienzo, Will acompaña a su amigo por inhóspitos terrenos y pueblos destruidos, encontrando nuevamente algo más que la devastación y el hedor de los cuerpos putrefactos: una razón para regresar a casa.
Tras pasar buena parte de la década inmerso en la franquicia de James Bond, tanto con buenos como malos resultados, Sam Mendes vuelve al cine bélico con 1917, una de esas raras cintas basadas en los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial. Inspirado en los relatos de su abuelo, el director británico nos adentra en una dinámica muy especial, la cual puede ser considerada como un truco por otros, y una maravilla técnica y narrativa por otros.
La película se vale de varios recursos tecnológicos y mucho ingenio para presentarse como un proyecto de una sola toma, la cual nos deja seguir aparentemente en tiempo real a los personajes. Esto, por supuesto, ha significado todo tipo de comentarios para Mendes y su equipo, sobre todo ahora que su trabajo se perfila como uno de los máximos contendientes en la próxima entrega del Óscar. Y a todo esto, ¿es 1917 realmente un portento fílmico?
La película se vale de varios recursos tecnológicos y mucho ingenio para presentarse como un proyecto de una sola toma, la cual nos deja seguir aparentemente en tiempo real a los personajes. Esto, por supuesto, ha significado todo tipo de comentarios para Mendes y su equipo, sobre todo ahora que su trabajo se perfila como uno de los máximos contendientes en la próxima entrega del Óscar. Y a todo esto, ¿es 1917 realmente un portento fílmico?
No cabe duda que el director no ha escatimado en recursos para poder materializar esta historia como la imaginó desde un comienzo. Roger Deakins, uno de los fotógrafos de cine más reconocidos de la actualidad, fue el encargado de acompañarlo en esta producción, la cual seguramente representó uno de los retos más importantes de su larga y brillante carrera.
Apelando a la coreografía de las escenas, un magnífico uso de la iluminación, efectos especiales, enormes sets, tomas imposibles, y el compromiso de sus actores, Mendes y Deakins llevaron a cabo una titánica tarea, equiparable a la de cualquier blockbuster en presupuesto, aunque con un acercamiento totalmente artesanal. Pero, al superar esta fascinación: ¿hay algo más en 1917 que valga la pena destacar?
Apelando a la coreografía de las escenas, un magnífico uso de la iluminación, efectos especiales, enormes sets, tomas imposibles, y el compromiso de sus actores, Mendes y Deakins llevaron a cabo una titánica tarea, equiparable a la de cualquier blockbuster en presupuesto, aunque con un acercamiento totalmente artesanal. Pero, al superar esta fascinación: ¿hay algo más en 1917 que valga la pena destacar?
Claro, podemos hablar del diseño de producción de primer nivel, así como las puntuales apariciones de rostros conocidos en forma de distintos personajes que apoyan de manera poco convencional a los protagonistas, casi todos contribuyendo a restarles un poco de esperanza, pero ¿qué hay de la historia?
Viéndolo fríamente, todo se trata de ver a los dos jóvenes soldados ir del punto A al punto B, y aunque en su camino de topan con distintas situaciones que ponen a prueba su humanidad y entereza, el gancho que mantiene atento al espectador es encontrarse momentos que le hagan preguntarse: "¿cómo demonios filmaron eso?". En la trama en sí no hay muchas sorpresas de por medio.
La comparación con Dunkerque resulta ineludible. En aquella cinta de Christopher Nolan, el tiempo es el principal antagonista ante la ausencia de una amenaza de carne y hueso. La premisa también tiene que ver con el rescate de un grupo de soldados desamparados a punto de ser aniquilados, lo que igualmente aporta una sensación de apuro.
La gran diferencia radica en la forma elástica del tiempo en la obra de Nolan, lo que le permite crear una especie de rompecabezas fílmico que resulta toda una satisfacción poder armar. Al final, la urgencia no es solo una excusa para poder llegar al clímax, sino una consecuencia real de las distintas circunstancias en las que están envueltos los personajes. En cambio, en 1917, el formato lineal parece simplemente ser un recurso empleado para mostrar el enorme talento de Deakins y todo el equipo.
La decisión de Mendes por concebir su obra de esta manera tiene que ver con la inmediatez y intimidad según sus propias palabras, la posibilidad de acompañar a Tom y Will en su peligroso viaje, y con hacerle un tributo a los héroes caídos de una guerra que ocurrió hace más de un siglo. Sin embargo, la preocupación por la perfecta ejecución de sus recursos técnicos parecen apartar al director y a su equipo de los propósitos mencionados hace un momento.
La cámara persigue todo al tiempo los protagonistas sin realmente darnos la oportunidad de experimentar algo más que asombro. No hace mucho, László Nemes, con una relación de aspecto casi asfixiante y un over the shoulder obsesivo, nos obligaba a acompañar a un sonderkommando húngaro mientras trata de sobrevivir en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
En El Hijo de Saúl, las decisiones técnicas del director mantienen un doloroso close up en el sufrimiento del personaje principal, manteniendo lo demás fuera de foco, y solo haciéndonos imaginar los constantes horrores que observa. En 1917, todo es tan real y explícito que no tarda en perder impacto.
De cualquier manera, esta película emerge como una demostración de la persistencia humana, dentro y fuera de la historia. La paciencia de Mendes y Deakins solo es igualada por el estoicismo que demuestra sobre todo Will ante la desgracia. La experiencia que estos cineastas han diseñado podrá tener sus defectos, pero la esperanza que emana de esta, por más individual que sea, supone un rayo de luz en momentos apremiantes para la humanidad.
Viéndolo fríamente, todo se trata de ver a los dos jóvenes soldados ir del punto A al punto B, y aunque en su camino de topan con distintas situaciones que ponen a prueba su humanidad y entereza, el gancho que mantiene atento al espectador es encontrarse momentos que le hagan preguntarse: "¿cómo demonios filmaron eso?". En la trama en sí no hay muchas sorpresas de por medio.
La comparación con Dunkerque resulta ineludible. En aquella cinta de Christopher Nolan, el tiempo es el principal antagonista ante la ausencia de una amenaza de carne y hueso. La premisa también tiene que ver con el rescate de un grupo de soldados desamparados a punto de ser aniquilados, lo que igualmente aporta una sensación de apuro.
La gran diferencia radica en la forma elástica del tiempo en la obra de Nolan, lo que le permite crear una especie de rompecabezas fílmico que resulta toda una satisfacción poder armar. Al final, la urgencia no es solo una excusa para poder llegar al clímax, sino una consecuencia real de las distintas circunstancias en las que están envueltos los personajes. En cambio, en 1917, el formato lineal parece simplemente ser un recurso empleado para mostrar el enorme talento de Deakins y todo el equipo.
La cámara persigue todo al tiempo los protagonistas sin realmente darnos la oportunidad de experimentar algo más que asombro. No hace mucho, László Nemes, con una relación de aspecto casi asfixiante y un over the shoulder obsesivo, nos obligaba a acompañar a un sonderkommando húngaro mientras trata de sobrevivir en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
En El Hijo de Saúl, las decisiones técnicas del director mantienen un doloroso close up en el sufrimiento del personaje principal, manteniendo lo demás fuera de foco, y solo haciéndonos imaginar los constantes horrores que observa. En 1917, todo es tan real y explícito que no tarda en perder impacto.
De cualquier manera, esta película emerge como una demostración de la persistencia humana, dentro y fuera de la historia. La paciencia de Mendes y Deakins solo es igualada por el estoicismo que demuestra sobre todo Will ante la desgracia. La experiencia que estos cineastas han diseñado podrá tener sus defectos, pero la esperanza que emana de esta, por más individual que sea, supone un rayo de luz en momentos apremiantes para la humanidad.
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