Hacia la mitad de Nosferatu (2024), Anna y Ellen se preguntan por qué no se sienten como personas. Su inquietud se transmite de principio a fin en una película que, más allá de ser un magnífico homenaje al clásico original, transmite los deseos y frustraciones de mujeres al margen y clasificadas como "histéricas" o "malignas" cuando su padecimiento o empoderamiento escapaba de la comprensión de los hombres.
Imagen: Maiden Voyage Pictures, Studio 8, Birch Hill Road Entertainment |
Estamos hablando de la cinta más accesible y comercial de Robert Eggers hasta ahora; sin embargo, temáticamente, se trata de un retorno a lo que hizo en La Bruja (The Witch, 2015). Si bien es cierto que aquella permanece insuperable en todos los aspectos, el cineasta recupera esta preocupación y nos introduce en el sufrimiento de una joven incomprendida que no tiene más remedio que sumirse en la oscuridad para encontrar alivio.
Lily-Rose Depp canaliza a su Isabelle Adjani interior para dar vida a una melancólica Ellen. Formidables resultan las escenas de posesión; su presencia física es perturbadora y de destacar, pues la entrega en su papel se nota en la exposición de su cuerpo, sus contorsiones y el contraste entre vulnerabilidad y lujuria que exhibe a través de su personaje.
Eggers mantiene esa vibra shakesperiana en sus diálogos, lo cual puede dividir opiniones, pero lo cierto es que la esencia teatral le da un toque especial a la historia, acercándola incluso al Drácula, de Bram Stoker (Bram Stoker's Dracula, 1992), de Coppola, cuya influencia se percibe en la producción, especialmente en la secuencia cuando Orlok y Thomas se conocen, y con la relación sexual entre Ellen y el conde.
Imagen: Maiden Voyage Pictures, Studio 8, Birch Hill Road Entertainment |
Y luego está Bill Skarsgård, que desparece por completo en una versión de Orlok más en sintonía con el relato folclórico alrededor de Vlad el Empalador. Su profunda y espectral voz se convierte en su arma más terrorífica, y tanto Eggers como el director de fotografía Jarin Blaschke hacen bien en mantenerlo en las sombras casi todo el tiempo.
Mención aparte merece Willem Dafoe, quien, de alguna extraña manera, aporta el alivio cómico con un papel a la Van Helsing con intervenciones sí, algo ridículas, pero sumamente divertidas.
La fotografía, por supuesto, juega un papel decisivo en la creación de la atmósfera, cuya naturaleza lúgubre y casi monocromática propone una inmersión de época bastante efectiva.
Imagen: Maiden Voyage Pictures, Studio 8, Birch Hill Road Entertainment |
En ese sentido, Eggers se alimenta, como es la costumbre, de lo folclórico para, en esta ocasión, construir un discurso que enfrenta a la ciencia con lo oculto: una batalla sin un claro ganador, pero de la que salen unas chispas que dejan al descubierto el contraste entre nuestras creencias y la naturaleza.
Con su Nosferatu, así como von Trier lo hizo muy a su cruel y explotadora manera, se pregunta si el mal viene del interior o del más allá. Por medio del sufrimiento de Ellen, se muestran las distintas facetas de la opresión, la intransigencia y la demonización en contra de las necesidades femeninas.
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