Reseña - Sin Señas Particulares: el interminable ciclo de la violencia

Cuando, en busca de su hijo desaparecido, Magdalena (Mercedes Hernández) revisa las fotografías de migrantes asesinados y sus objetos perdidos en la frontera, como si se tratase de un catálogo cualquiera, la mochila de su hijo rápidamente capta su atención por el lema que trae impreso, el mismo que distinguía "orgullosamente" al estado de Guanajuato: "Tierra de Oportunidades". La ironía no solo es retorcida por el punto de partida del joven, sino también por el de llegada; las oportunidades, en cualquier lugar, brillan por su ausencia. Sin Señas Particulares (2020), película mexicana que por fin tiene su estreno comercial aunque en las peores circunstancias posibles hace hincapié en las partidas y los regresos; en cómo unos se van a causa de la violencia y cómo otros regresan para encontrarse con nada más que ella.

Sin Señas Particulares reseña
Imagen: Avanti Pictures, Corpulenta Producciones, EnAguas Cine, Nephilim Producciones

El joven Jesús (Juan Jesús Varela) y su amigo Rigo deciden irse a Estados Unidos para comenzar una nueva vida y ayudar a sus familias desde allá. Un par de meses después, los chicos no aparecen, por lo que sus madres acuden a las autoridades en busca de asistencia. Aunque en breve se confirma el asesinato de Rigo, Magdalena, la madre de Jesús, no puede encontrar ninguna señal con la que pueda darlo por muerto. Así, la mujer emprende un peligroso viaje hacia la frontera para dar con su paradero. Al mismo tiempo, Miguel (David Illescas), un trabajador ilegal recién deportado de Estados Unidos vuelve a casa solo para encontrar desolación y podredumbre a causa del narco. Su camino se cruza con el de Magdalena mientras ambos tratan de encontrar a sus seres queridos.

Ganadora en los festivales de Morelia, Sundance y San Sebastián, Sin Señas Particulares aborda un tema exprimido al máximo en el cine nacional desde hace años; sin embargo, su tratamiento muestra con una nueva óptica el sufrimiento y la desesperación que tienen sometida a buena parte de la población. Minimalista, oportuna y siempre respetuosa de lo que muestra, la cinta se vale del infinito amor maternal para adentrar al espectador en un mundo que reconoce como el suyo, a pesar de no haber vivido una experiencia como las que tienen lugar aquí. Con una enorme determinación y un discurso simple pero contundente, la directora Fernanda Valadez de la mano de la escritora y productora Astrid Rondero concibe el retrato más acertado hasta ahora de la manera en que la violencia ha reconfigurado a la sociedad mexicana. 

Aunado a ello, esta obra es una pieza más del rompecabezas conformado por Ya No Estoy Aquí (2019), La Paloma y el Lobo (2019), Heli (2013), etc., filmes que que han retratado de distintas formas el impacto de la guerra contra el narco en la población.

La película empieza con el anuncio de Jesús a su madre de que se va a Arizona. Si bien su problema es terrenal, hay algo ciertamente fantasmal en aquello. Al salir de una espesa niebla, sin música de acompañamiento y sin obtener respuesta alguna de su interlocutora, Jesús aparece como si ya estuviera muerto, aunque no de la manera que suponemos. Más adelante lo veremos, igualmente, como un recuerdo vívido de Magdalena, quien todavía guarda la esperanza de encontrarlo, ni siquiera vivo, sino simplemente encontrarlo. Es esa incertidumbre a la que Valadez y Rondero apelan con la ópera prima de la primera; aquella injusta afrenta que le arrebata a miles de mujeres mexicanas su derecho de vivir la maternidad a plenitud. A pesar de la normalización, todavía cuesta trabajo asimilar el hecho de que una madre tenga que entrar a un camión lleno de cadáveres para identificar el de su hijo.

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Imagen: Avanti Pictures, Corpulenta Producciones, EnAguas Cine, Nephilim Producciones

Y aunque, esencialmente, Sin Señas Particulares es la historia de Magdalena, Valadez y Rondero en breve introducen a otro par de protagonistas. Está Olivia (Ana Laura Rodríguez), una dentista de clase media, quien no solo lidia también con la desaparición de su hijo, sino con la burocracia que trata su caso como una cifra más. Y Miguel, el migrante que regresa a su lugar de origen, convertido ahora en un pueblo fantasma. Con ambas subtramas, Valadez y Rondero permiten dar un vistazo a las crudas realidades que azotan a diferentes estratos de la sociedad. Cuando Magdalena se topa con ellos, su tristeza y su desilusión son tan palpables y reales que hacen pensar a uno en las cosas todavía más horribles que ocurren todos los días allá afuera.

Valadez y Rondero toman decisiones muy interesantes para representar el drama de las víctimas. En distintas escenas, Magdalena sostiene conversaciones con individuos que se encuentran fuera de cuadro o volteados; sus rostros nunca o apenas son visibles para el espectador. Estos momentos permiten no perder ningún detalle de las reacciones de la protagonista, quien, casi siempre, se muestra indefensa e incrédula. "¿Usted tiene hijos? Yo tengo que saber (si el mío está muerto)", cuestiona a otra mujer que podría tener información sobre el paradero de Jesús. De nuevo, y través de este recurso, la película hace énfasis en la incertidumbre como la peor de las pesadillas maternas.

Otra elección acertada es la ausencia de música original durante casi todo el filme. Más que en momentos sumamente puntuales, como cuando Miguel cruza el puente internacional para regresar a México escena ejecutada con un breve pero inquietante plano secuencia—, la música se ausenta para dejar que el espectador tome sus propias decisiones sobre lo que debe sentir.

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Imagen: Avanti Pictures, Corpulenta Producciones, EnAguas Cine, Nephilim Producciones

Pero quizá lo más interesante de toda es el distanciamiento que existe con la violencia gráfica
, la cual simplemente se sugiere, aparece fuera de foco o apenas y es visible. Aunque Valadez y Rondero establecen una relación directa entre los perpetradores y lo diabólico, la brutalidad que los identifica va más allá de cuerpos desmembrados o quemados; su perversidad más grande yace en su poder para destruir lo único que les queda a los que viven sobreviviendo: la familia. Si bien esta representación pudiera resultar maniqueísta, el inesperado y depresivo final sugiere la imposibilidad de escapar de las garras de esa maldad; del Diablo que se hace presente para reclamar lo suyo por medio de los inocentes.

Otros dos momentos terminan por componer esta terrorífica visión de la decadencia social en su máximo esplendor. Cuando Miguel pide ride para llegar a casa, la cámara de Claudia Becerril Bulos que hace un trabajo excepcional con unas abrumadoras tomas panorámicas y unos close-ups de notable intimidad se centra en una grieta en el parabrisas por unos instantes mientras los dos hombres hablan a bordo. La vista hacia afuera luce distorsionada y cuartada, como si algo roto se hiciera visible de repente. Más adelante, en otra escena que transcurre como un flashback, un hombre narra en su lengua un terrible acontecimiento. Y aunque las imágenes son desgarradoras, la falta de una traducción refuerza el discurso de Valadez y Rondero: la violencia no necesita interpretación. Hay o no hay. Aquí, tristemente, abunda por doquier.

Sin Señas Particulares se encuentra actualmente en cartelera. 

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