Ha sido un año difícil para el cine mexicano. Ante la incertidumbre por la pandemia y la próxima reconfiguración de los estímulos económicos, la industria entrará en breve en una etapa decisiva. Pero, a pesar de todo, la oferta fílmica nacional ha dado bastante de qué hablar, tanto dentro del territorio como en el extranjero. Michel Franco, Samuel Kishi, Yulene Olaizola, Fernanda Valadez y más han encabezado una importante oleada con todo tipo de obras (unas mejores que otras, ciertamente) que demuestran la diversificación y alcances del cine mexicano. Ahora, para cerrar este intempestivo año, El Baile de los 41 llega a las salas, por más desiertas que estén, expandiendo aún más esta nueva visión.
Imagen: Canana Films, El Estudio, Bananera Films |
Ignacio de la Torre y Mier (Alfonso Herrera) se ha casado con Amada (Mabel Cadena), la hija del presidente Porfirio Díaz (Fernando Becerril). Con su nueva posición de poder, el diputado comienza a mover sus piezas para apuntalar sus aspiraciones políticas; sin embargo, su matrimonio pronto cae un bache cuando su esposa percibe desinterés.
Lo que Amada y sus cercanos desconocen es la doble vida de Ignacio, quien pasa buena parte de su tiempo en un club exclusivo para hombres, en el cual pueden disfrutar sin inhibición de su verdadera identidad sexual. Cuando Ignacio encuentra a un posible nuevo miembro para la sociedad secreta, su vida romántica, personal y política se ve azotada por un intenso torbellino de pasiones y decepciones.
David Pablos (Las Elegidas), ausente del panorama fílmico desde el 2015, está de vuelta con El Baile de los 41, cinta que ofrece un vistazo a este sonado escándalo de la alta sociedad del Porfiriato, aunque preocupada más por sus personajes que por la exactitud histórica. Esto, por supuesto, le brinda la oportunidad al director y a la guionista Monika Revilla de centrarse en el tórrido romance que se encuentra al frente, así como en la tragedia personal que vive cada uno de los involucrados.
Partiendo de los rumores que han persistido sobre aquella casi mítica fiesta a la que el título hace referencia, en la que homosexuales y travestidos fueron aprehendidos por las autoridadedes por su "reprobable moral", el par construye una película de una estética impecable que celebra la diversidad y señala las imposiciones sociales que siempre terminan por lastimar a quienes se oponen a ellas.
Herrera interpreta al yerno de Díaz, un hombre que ha encontrado en su matrimonio una oportunidad de avanzar políticamente, aunque eso signifique tener que ocultarse a sí mismo. Esta decisión presenta uno de los conflictos más interesantes de la historia: ¿realmente vale la pena reprimirse en busca de algún beneficio? La satanización de la homosexualudad de aquella época no le deja muchas opciones, por lo que su mimetización social tampoco ofrece concesiones.
Así, Amada surge como otra víctima, una mujer frustrada y presionada por mantener las apariencias ante la lejanía física y emocional de su esposo. Las confrontaciones entre ambos son apuntaladas por las actuaciones de Herrera y Cadena, quienes proyectan con gran acierto la incomodidad que asola a estos personajes. En una de las mejores escenas de la cinta, la fotografía de Carolina Costa captura a la perfección el sentir de cada uno mientras "hacen el amor". El rostro de incredulidad y hasta temor de ella contrasta con el de casi repulsión de él.
Imagen: Canana Films, El Estudio, Bananera Films |
Todo lo contrario cuando Evaristo (Emiliano Zurita) aparece. El apasionado vínculo que forja con Ignacio muestra otras facetas de este último. Como evidente dominador, su violenta forma de querer es axcerbada por la disposición de su nuevo amante; sin embargo, lo físico pronto es superado por lo romántico, por lo que la relación significa una oportunidad para Ignacio de aprender a amar de otra manera, una que no tarda en ponerlos en peligro a ambos.
El mismo líder del club se los advierte cuando les augura un desenlace poco favorecedor si continúan actuando como "marido y mujer". La pesadilla se hace palpable cuando su relación queda expuesta.
Pero es en Amada donde posiblemente se encuentre el aspecto más fascinante de El Baile de los 41. Como una mujer frustrada y avergonzada dentro de sí por lo que está viviendo, la hija del presidente comienza a ser asediada tanto por sus venenosas amistades como por la severidad de su padre, quienes representan, cada quien a su modo, las exigencias para alguien de su estatus: tener un hijo, cumplir con las expecativas de los demás y, si se puede, ser feliz o al menos aparentarlo.
El relato atribuye un rol antagónico al personaje, el cual se convierte en el más grande obstáculo para Ignacio; pero la forma en la que se desarrolla su frustración justifica las decisiones que toma y que ponen en entredicho la verdadera felicidad de su esposo.
Imagen: Canana Films, El Estudio, Bananera Films |
Aunque la película no se apega del todo al rigor histórico, lo cual no se le puede criticar en absoluto, Pablos y su equipo echan mano de bellas locaciones, como el Museo Nacional de Arte, para adentrarnos en este México de época. El vestuario, la fotografía y el diseño de producción también brillan al concebir todos estos espacios en donde se mueven Ignacio y los demás.
Haciendo uso en casi todo momento de lugares y planos cerrados, resulta sencillo apreciar los detalles de la producción, sin importar que las incontables sean apenas una raquítica fuente de iluminación. Aun cuando los personajes están enfundados en una constante penumbra, es un deleite poder apreciar cómo los vestuarios y los sets son empapados por lo cálido de estas luces.
Quizá la decisión más criticable de la película tenga que ver con Evaristo, quien simplemente sirve como un accesorio para Ignacio. Pablos y Revilla apenas indagan en el conflicto del apacible político. Poco se puede percbir en él su conflicto con el hecho de tener que ocultar su sexualidad. Al final, este queda como un satélite de su amante totalmente supeditado a su actuar. Que Alfonso Herrera se apodere, prácticamente, de toda la historia, resulta perjudicial para expandirla y darle otros matices. De cualquier manera, El Baile de los 41 cumple con su cometido de examinar otra faceta de la masculinidad, una más cercana con su lado más sensible y en un contexto totalmente adverso.
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