Con el redoble de tambores del "Toque de Bandera", Michel Franco (Después de Lucía, Las Hijas de Abril) concluye la pesadilla distópica que supone su nueva película. Con este brutal desenlace da inicio el "nuevo orden" al que el director hace referencia, uno en el que la distinción de clases es todavía más marcada, pero la misma a fin de cuentas.
Objeto de una ola de repudio por sus imágenes, consideradas clasistas por muchos, y galardonada en uno de los festivales de cine más importantes del mundo, Nuevo Orden ofrece poco más allá del encarnizado debate alrededor de su estreno. Se trata de un esfuerzo más del realizador mexicano por impactar solo por que sí, un vicio presente en casi toda su filmografía. ADVERTENCIA: la siguiente reseña contiene algunos detalles sobre el desarrollo de la trama que podrían considerarse spoilers.
En el futuro inmediato, protestas sumen a la nación en el caos total. Ajenos al malestar social que está a nada de llegar a su punto de ebullición, la pudiente familia Novelo celebra la boda de Marian (Naian González Norvind) en su casa, ubicada en una exclusiva zona de la ciudad. El festejo pronto se ve interrumpido por la llegada de unos invasores, y la tragedia se hace presente, no solo en la fiesta, sino en todo el país.
Marian vive en carne propia las consecuencias de la revuelta, la cual da como resultado el establecimiento de un nuevo régimen militar. La joven, víctima de la corrupción y el abuso, es sometida a las peores humillaciones mientras su familia la busca incesantemente.
El cine de Franco ha sido cuestionado en distintos momentos por lo que pareciera ser una fijación con las clases altas de la sociedad mexicana. En Nuevo Orden, el director lleva a un nuevo límite esta aparente filia con un escenario provocativo y hasta escandaloso. Ganadora del Gran Premio del Jurado en la pasada edición del Festival de Venecia, la cinta llega en un momento en el que la conversación acerca de las protestas, tanto de izquierda como de derecha, han generado una confrontación ideológica.
Por si fuera poco, su representación de las clases sociales poco favorecidas aviva el debate sobre un tema del que muchos rehuyen: el clasismo. Pero, más allá de cualquier discusión sobre si la cinta es o no clasista, nos encontramos ante un relato contradictorio que examina de forma sumamente superficial la desigualdad en México.
Después de un perturbador prólogo, el cual claramente enmarca el tono pesadillesco que le sigue al "sueño" de sus personajes privilegiados, Franco nos inserta en la elegante celebración, donde se ha reunido una parte de la alta sociedad. Su indiferencia queda manifiesta desde el comienzo, no solo por el hecho de celebrar una fiesta masiva en medio de una emergencia (¿suena familiar?), sino por la forma en la que la familia trata a Rolando (Eligio Meléndez), un extrabajador que ha acudido a ellos para pedirles un préstamo que podría salvarle la vida a su esposa enferma.
A pesar de ayudarlo con algo, Rebeca (Lisa Owen), la madre, y Daniel (Diego Boneta), el hijo, no tardan en mostrar su desprecio. Pero es ahí donde surge lo más cercano a una heroína en esta historia. Marian, preocupada realmente por Rolando, confronta a sus padres y a su déspota hermano para poder asistirlo.
A partir de ahí, Nuevo Orden se convierte en un baño de sangre que pretende ser incómodo para el espectador, pero que no aspira mas que al morbo visual. Las escenas de la invasión a la casa son el primer aviso de la exageración a la que Franco está dispuesto a llegar. Mientras los trabajadores domésticos se aprovechan de la situación y, literalmente, vacían la casa y a los invitados de todas sus pertenencias, sus rostros muestran una satisfacción casi malvada. ¿Es realmente en este tono vengativo e hiperviolento en el que se puede representar a un grupo social desfavorecido? Esta decisión significa la primera de varias por las que Franco ha acaparado todas las miradas.
Después de introducirnos en la dinámica tóxica y conservadora de la familia, el director se olvida completamente de los personajes para enfocarse únicamente en el nuevo mundo que se ha imaginado. En este, los manifestantes han sido masacrados, el ejército ha tomado el control y el llamado nuevo orden ha sido establecido. Pero la lógica pronto entra en conflicto con la ficción. La transición hacia el nuevo régimen resulta demasiado brusca y poco creíble.
A pesar del evidente desorden que reina en la ciudad, los servicios hospitalarios y funerarios operan con normalidad. La policía se presenta corrupta como siempre, pero, por alguna razón, como superior al mando militar. Aunado a ello, los personajes actúan con cierta incoherencia o pasividad. Alan (Darío Yazbek), el esposo de Marian, se muestra demasiado tranquilo ante la desaparición de esta. Marta (Mónica del Carmen) y Cristian (Fernando Cuautle), los únicos trabajadores de la familia que no se unen a la revolución, solo andan por ahí moviéndose de un lado a otro siendo pisoteados no solo por Daniel, sino ahora por los soldados corruptos.
Franco también pone hace mucho énfasis en la importancia del dinero en este nuevo orden, pero ¿realmente el papel billete tendría cabida en una reorganización social en la que supuestamente todo se encuentra colapsado?
La tercera facción que presenta a la mitad de la película, la del ejército, emerge como un prototipo de cártel motivado únicamente por este, y por una insaciable sed de hacer daño. Sometiendo a sus víctimas, casi todas de clase alta, a los peores castigos físicos y psicológicos, los soldados representan la peor faceta del poder, pero este sadismo que despliegan en todo momento parece demasiado. Si bien las partes más brutales son mostrados apenas o por meros indicios, Franco demuestra una casi pervesa fascinación por someter al espectador a estas imágenes.
Este mismo Franco es también el productor de Mano de Obra, (David Zonana, 2019) otra reciente película que toca igualmente el tema la desigualdad, aunque de una forma ingeniosa e infinitamente menos sensacionalista. La pequeña revolución aquí representada, cuyo comentario sobre el poder resulta más que pertinente, sí que captura, en general, el sentir de un individuo oprimido por tanto tiempo. En pocas palabras, el protagonista sí tiene un rostro, sueños y frustraciones. La disonancia entre ambas obras llama poderosamente la atención.
Con Nuevo Orden, el director sugiere que lo único que viene después de una protesta y revolución legítima es algo peor. Mientras los tambores resuenan para dar inicio a otro macabro acto, los corruptos y poderosos han logrado mantener el statu quo a pesar de todo. Y en la otra cara de la moneda, los pobres se preparan para una nueva época de represión más brutal que la que conocían.
Esta advertencia parece estar dirigida hacia aquellos que ostentan el poder. Quizá no ha sido la intención del director pero, ¿es admisible asumir una idea como esta desde el privilegio? Al deshumanizar a los manifestantes y representarlos en pantalla solo como una horda iracunda que actúa por mera retribución, Franco, ya sea o no a propósito, toma un partido que no resulta conveniente para una época de malestar como en la que vivimos.
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