La actuación de método nos ha regalado memorables papeles a través de la historia. Daniel Day Lewis y Heath Ledger hicieron lo propio como el maquiavélico Daniel Plainview y el retorcido Guasón respectivamente. Tom Hardy, protagonista de esta reseña, también ha incurrido en el con buenos resultados. Como el maniático Charlos Bronson, el británico proyectó una visceralidad y brutalidad que le propulsarían al estrellato y a elegir papeles igualmente poco convencionales.
Interpretar a Al Capone parecía una inmejorable oportunidad para volver a hacer gala del talento que ha demostrado en distintas ocasiones; sin embargo, el tiro le ha salido por la culata. En Capone, Hardy probablemente entrega la peor y más excesiva actuación de su carrera.
Interpretar a Al Capone parecía una inmejorable oportunidad para volver a hacer gala del talento que ha demostrado en distintas ocasiones; sin embargo, el tiro le ha salido por la culata. En Capone, Hardy probablemente entrega la peor y más excesiva actuación de su carrera.
Después de pasar más de una década en prisión, Al Capone, conocido ahora como Fonz, vive en un especie de retiro encerrado en una mansión en Florida. Además de permanecer vigilado 24/7 por el gobierno, el exmafioso se derrumba física y mentalmente a causa de la neurosífilis que padece.
Su demencia lo ha convertido en un peligro para su familia y para sí mismo, y le impide también recordar la ubicación de un supuesto botín de $10 millones de dólares obtenido durante su época de bonanza. Ahora, enfrentado una difícil situación económica, un notable deterioro en su salud y una serie de peligrosas alucinaciones, Fonz comienza inadvertidamente a vivir una pesadilla terrenal.
Su demencia lo ha convertido en un peligro para su familia y para sí mismo, y le impide también recordar la ubicación de un supuesto botín de $10 millones de dólares obtenido durante su época de bonanza. Ahora, enfrentado una difícil situación económica, un notable deterioro en su salud y una serie de peligrosas alucinaciones, Fonz comienza inadvertidamente a vivir una pesadilla terrenal.
Después del fiasco que representó Los Cuatro Fantásticos y el drama alrededor de su salida de uno de los tantos proyectos fallidos recientes de Star Wars, Josh Trank parecía haber finalmente quedado vetado de Hollywood. Los días en los que un joven director impresionaba al mundo con Poder Sin Límites, aquella cinta de superhéroes al estilo found footage, habían quedado ya en el olvido.
Así, sin realmente algún apoyo de un gran estudio, Trank levantó este proyecto en busca de una posible redención mediática y profesional. Y aunque, aparentemente, en esta ocasión, no hubo problemas dentro y fuera del set, el cineasta evidencia una vez más un juicio errático y una visión poco común en el peor sentido. Capone es arriesgada pero francamente mala.
Hardy se mete de lleno en la piel de Al Capone, aunque de una forma totalmente inesperada. Tomando como punto de partida la delicada salud mental y física del personaje, el actor diseña a un individuo grotesco, grosero y ciertamente detestable, el cual apenas puede articular un pensamiento claro a través de sus balbuceos y gruñidos.
Bajo capas de maquillaje y prostéticos, Hardy queda sepultado y dominado no exactamente por la presencia del gánster, sino de un hombre en estado de putrefacción con fijaciones irrelevantes y un permanente estado de alarma. Trank se toma todas las libertades con su guión dándole línea a su protagonista. Podríamos aplaudir la aparente valentía del director en regresar a escena con un proyecto así, pero la verdad es que lo único que deja esta película es una inevitable sensación de morbo.
Trank concibe su trama alrededor de la paranoia de Capone y el misterio alrededor de una supuesta fortuna perdida. Esto último es lo que más o menos intenta mover la narrativa hacia adelante. El gobierno es probablemente el mayor interesado en dar con el dinero, lo que genera una disputa entre los agentes federales y lo que queda de su contrincante. El problema es que toda la historia alrededor del botín es aburrida y no parece dirigirse hacia ningún sitio.
A sabiendas de lo anterior, el director trata de internarse en la mente de Capone para representar la encarnizada lucha con el verdadero antagonista, si se le puede llamar así, de esta historia: el pasado. El ayer se manifiesta de muchas formas ante Capone: rostros familiares, viejos amigos y hasta un hijo regado por ahí. Algunos son reales y otros no son más que el producto de su delirio. De cualquier manera, la intervención de cada uno es confusa . Matt Dillon, por ejemplo, interpreta a Johnny, un amigo de aquellos tiempos de gloria. El intento de conversación que sostienen nunca puede justificar para qué o por qué está Johnny ahí.
La presencia de Tony (Mason Guccione), su hijo ilegítimo, está un poco más clara en cuanto a sus intenciones, pero Trank no profundiza en el evidente vínculo roto que existe entre ambos. Estos fantasmas y otros más rondan por ahí recordándole a Capone una vida que se ha esfumado; sin embargo, sus apariciones no tienen el efecto deseado en el protagonista, quien se mantiene indiferente ante ellos casi todo el tiempo. Entonces, ¿cómo conectar con un personaje al que simplemente no parece interesarle nada ni nadie?
Así, sin realmente algún apoyo de un gran estudio, Trank levantó este proyecto en busca de una posible redención mediática y profesional. Y aunque, aparentemente, en esta ocasión, no hubo problemas dentro y fuera del set, el cineasta evidencia una vez más un juicio errático y una visión poco común en el peor sentido. Capone es arriesgada pero francamente mala.
Hardy se mete de lleno en la piel de Al Capone, aunque de una forma totalmente inesperada. Tomando como punto de partida la delicada salud mental y física del personaje, el actor diseña a un individuo grotesco, grosero y ciertamente detestable, el cual apenas puede articular un pensamiento claro a través de sus balbuceos y gruñidos.
Bajo capas de maquillaje y prostéticos, Hardy queda sepultado y dominado no exactamente por la presencia del gánster, sino de un hombre en estado de putrefacción con fijaciones irrelevantes y un permanente estado de alarma. Trank se toma todas las libertades con su guión dándole línea a su protagonista. Podríamos aplaudir la aparente valentía del director en regresar a escena con un proyecto así, pero la verdad es que lo único que deja esta película es una inevitable sensación de morbo.
Trank concibe su trama alrededor de la paranoia de Capone y el misterio alrededor de una supuesta fortuna perdida. Esto último es lo que más o menos intenta mover la narrativa hacia adelante. El gobierno es probablemente el mayor interesado en dar con el dinero, lo que genera una disputa entre los agentes federales y lo que queda de su contrincante. El problema es que toda la historia alrededor del botín es aburrida y no parece dirigirse hacia ningún sitio.
A sabiendas de lo anterior, el director trata de internarse en la mente de Capone para representar la encarnizada lucha con el verdadero antagonista, si se le puede llamar así, de esta historia: el pasado. El ayer se manifiesta de muchas formas ante Capone: rostros familiares, viejos amigos y hasta un hijo regado por ahí. Algunos son reales y otros no son más que el producto de su delirio. De cualquier manera, la intervención de cada uno es confusa . Matt Dillon, por ejemplo, interpreta a Johnny, un amigo de aquellos tiempos de gloria. El intento de conversación que sostienen nunca puede justificar para qué o por qué está Johnny ahí.
La presencia de Tony (Mason Guccione), su hijo ilegítimo, está un poco más clara en cuanto a sus intenciones, pero Trank no profundiza en el evidente vínculo roto que existe entre ambos. Estos fantasmas y otros más rondan por ahí recordándole a Capone una vida que se ha esfumado; sin embargo, sus apariciones no tienen el efecto deseado en el protagonista, quien se mantiene indiferente ante ellos casi todo el tiempo. Entonces, ¿cómo conectar con un personaje al que simplemente no parece interesarle nada ni nadie?
Trank dispone desesperadamente de otros recursos para darle a Fonz una mayor dimensión. Con la delgada línea que divide la realidad de las alucinaciones, el director nos adentra en una mente tan errante como violenta. Los momentos en los que Capone se pierde en sus iracundos y lastimosos deseos son un enorme pérdida de tiempo que pretende regresar a la vida un cuerpo que es ya más un cadáver.
Capone solo puede a entenderse a sí mismo. Ya sea cantando con gran sentimiento una de las canciones de El Mago de Oz o con los infantiles dibujos que hace como terapia de rehabilitación, el director no desiste en querer encontrar cómo expresar los deseos de un personaje que apenas puede hablar. El problema es que, después de todo, quizá no tenga algo valioso que decir, al menos con esta estrambótica versión.
No hace mucho, Martin Scorsese nos regaló un tremendo estudio de la figura del gánster. En El Irlandés, el pasado, o más bien el indomable paso del tiempo, resulta el contrincante más formidable para un mafioso que se ha quedado solo. Aquí, la representación humana es palpable y devastadora; en Capone, el único objetivo de Trank es convertir a su protagonista en un especie de monstruo que deja sus fluidos y excremento por doquier.
Aunado a ello, El Irlandés cuenta con distintos puntos de vista de aquellos cercanos a los gánster, quienes son testigos de su ascenso y caída en todos los sentidos. En Capone, la esposa (Linda Cardellini) y un médico sin escrúpulos (Kyle MacLachlan) son apenas accesorios de un personaje que está muerto por dentro, y que apenas comienza a mostrarlo físicamente.
El empeño que Trank ha puesto en esta producción despierta una triste e improbable sensación. El hecho de que una promesa de Hollywood haya quedado marginada por un comportamiento aparentemente "incomprendido" parece tener cierta similitud con un Capone que, igualmente, no puede expresar lo que realmente siente y piensa.
Si bien el director ha podido regresar y demostrar que no necesita el apoyo que una vez se le dio, su redención como cineasta luce más lejos que nunca. El morbo ha sido un seguro acompañante en su vida durante los últimos años, por lo que resulta un tanto irónico saber que eso es precisamente lo que conduce su nueva y decepcionante película.
Capone solo puede a entenderse a sí mismo. Ya sea cantando con gran sentimiento una de las canciones de El Mago de Oz o con los infantiles dibujos que hace como terapia de rehabilitación, el director no desiste en querer encontrar cómo expresar los deseos de un personaje que apenas puede hablar. El problema es que, después de todo, quizá no tenga algo valioso que decir, al menos con esta estrambótica versión.
No hace mucho, Martin Scorsese nos regaló un tremendo estudio de la figura del gánster. En El Irlandés, el pasado, o más bien el indomable paso del tiempo, resulta el contrincante más formidable para un mafioso que se ha quedado solo. Aquí, la representación humana es palpable y devastadora; en Capone, el único objetivo de Trank es convertir a su protagonista en un especie de monstruo que deja sus fluidos y excremento por doquier.
Aunado a ello, El Irlandés cuenta con distintos puntos de vista de aquellos cercanos a los gánster, quienes son testigos de su ascenso y caída en todos los sentidos. En Capone, la esposa (Linda Cardellini) y un médico sin escrúpulos (Kyle MacLachlan) son apenas accesorios de un personaje que está muerto por dentro, y que apenas comienza a mostrarlo físicamente.
El empeño que Trank ha puesto en esta producción despierta una triste e improbable sensación. El hecho de que una promesa de Hollywood haya quedado marginada por un comportamiento aparentemente "incomprendido" parece tener cierta similitud con un Capone que, igualmente, no puede expresar lo que realmente siente y piensa.
Si bien el director ha podido regresar y demostrar que no necesita el apoyo que una vez se le dio, su redención como cineasta luce más lejos que nunca. El morbo ha sido un seguro acompañante en su vida durante los últimos años, por lo que resulta un tanto irónico saber que eso es precisamente lo que conduce su nueva y decepcionante película.
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