Reseña - Ad Astra: un íntimo retrato sobre la soledad del hombre

Uno de los eternos cuestionamientos de la ciencia ficción ha sido si realmente estamos solos en el Universo. La búsqueda de la vida extraterrestre resulta un gran incentivo de la exploración espacial, tanto en la realidad como en la ficción. En esta última, la pregunta suele tener una respuesta positiva, explorando la posibilidad de encuentros cercanos, invasiones, guerras, extinciones masivas, etc.; pero casi nunca hemos visto la otra cara de la moneda: ¿y si realmente estamos solos? En Ad Astra, este planteamiento sirve como el motor de una historia que también se hace la pregunta a un nivel personal y sumamente íntimo, quizá el más importante y devastador de todos.

El futuro se ha vuelto realidad en la Tierra, al menos de cierta forma. El humano ha conquistado gran parte de sus sistema solar, convirtiendo los viajes espaciales en algo normal. Pero todo lo que se ha construido hasta ahora está en riesgo de quedar hecho añicos cuando una serie de descargas cósmicas de origen desconocido ponen en riesgo todo lo conocido. El Comando Espacial de Estados Unidos encomienda al Mayor Roy McBride (Brad Pitt) con hallar la fuente de las descargas y detenerlas; la cuestión es que todo podría estar relacionado con el Proyecto Lima, una fallida misión enviada a los confines del sistema solar en busca de vida alienígena, y liderada por su padre, Clifford McBride (Tommy Lee Jones), quien estaría vivo después de años de haber desaparecido. Así, Roy se embarca en un peligroso viaje, en el que descubrirá el verdadero sentido de su existencia.


En Ad Astra, James Gray (The Lost City of Z, The Immigrant) opta por un acercamiento un tanto inusual, el cual combina elementos distintivos de una película de autor con los de un blockbuster. En este proceso, el director se asoma al futuro cercano de la humanidad concibiendo un mundo que nos resulta muy familiar en diversos sentidos. Las cintas de ciencia ficción suelen traer consigo un mensaje de desesperanza, caos y deshumanización, pero este no es el caso. Si bien la situación expuesta en la trama augura tiempos oscuros para la especie humana, el viaje interestelar que emprende el protagonista nos deja una sensación de optimismo y unión, así como la posibilidad de renacer como un nuevo ser.

Roy está solo, y aunque suele presumirlo a sus jefes, argumentando que es mejor no crear lazos afectivos ante la peligrosa naturaleza de su trabajo, en lo más profundo de sí asimila su dificultad para abrirse con los demás alejándose lo más posible de sus seres queridos, por pocos que sean. El Coronel Pruitt (Donald Sutherland), quien es elegido para acompañarlo durante una parte del viaje, logra ver a través de él, sobre todo por el parecido que encuentra con su padre, quien era su compañero en el pasado. Para el viejo militar, los McBride han encontrado una forma de escape en su profesión, pero ¿de qué? Quizá de ellos mismos, sin haberse podido dar cuenta de ello todavía. En el fondo, Roy desearía encontrarse una vez más con su padre, pero esto implicaría verlo cara a cara una vez más, y verse reflejado en él, lo cual lo llena de pavor.


Ese temor de conocer la verdad tras la desaparición de su padre rápidamente se vuelve más profundo al darse cuenta que se ha convertido en la misma persona. Gray nos ofrece algunas pistas del pasado de Roy, un hombre divorciado que no tolera del todo el contacto y el cariño, pues se niega a ofrecerlos de regreso. Su notoria soledad solo es superada por la pasión que siente por su labor, pero esta también pronto es amenazada por la posibilidad de que sus propios jefes le estén ocultado información. Ante todo esto, Roy encuentra en la misión al espacio profundo la oportunidad perfecta para escapar de todo y todos. Por supuesto, este viaje le hace reflexionar acerca de su forma ser, así como el papel del hombre en el Universo ante una nueva e inesperada posibilidad descubierta por el infame Proyecto Lima.

Durante el larguísimo trayecto, Roy se expone a distintos riesgos de la forma más ecuánime posible. Pitt encarna al astronauta militar con una solemnidad apabullante, pocas emocionas se dibujan en su rostro, ni siquiera cuando su vida corre peligro ante un violento ataque a bordo de un transbordador varado en el espacio. El veterano actor proyecta el estoicismo de su personaje con gran precisión, proporcionando también un diálogo interno cuyo papel va más allá de la narración, pues nos deja ver el lado más vulnerable de un sujeto que presume controlar su ritmo cardíaco a la perfección.

En Ad Astra, los viajes interplanetarios y las colonias humanas fuera de la Tierra ya son una realidad; sin embargo, varios aspectos de este futuro propuesto nos son muy familiares. En la Luna, Roy atestigua cómo el cuerpo celeste se ha convertido en un mega centro turístico caracterizado por la decadencia mercantil de nuestra sociedad. Pero, en el otro lado, una guerra por los recursos minerales del satélite ha generado todo tipo de riesgos para quien se atreva a pasar por ahí. La misión del astronauta le dicta internarse en ese territorio, lo cual nos regala una de las pocas pero bien ejecutadas escenas de acción de la cinta.


Gray también presenta las primeras comunidades conformadas por humanos nacidos fuera de la Tierra, cuya nostalgia, curiosidad y personalidad nos dejan claro que los rasgos más característicos de la especie, tanto buenos como malos, persistirán a donde quiera que vaya. En suma, el director ha creado un universo que no le pide nada a cualquier blockbuster contemporáneo, aunque la existencialista premisa y un íntimo relato sobre un individuo en busca de reencontrarse con su lado más humano la acercan a un cine más valioso y encomiable.

"Espero el día en el que termine mi soledad", declara uno de los personajes cuando ve que su propósito final se le ha ido de las manos. Esta frase todavía resulta más impactante cuando nos encontramos de golpe con el discurso final de Gray, uno que supone una soledad absoluta para el hombre, llevando a Roy a acercarse una vez más con los suyos. Más que una resignación, se trata de un renacimiento estelar, uno muy parecido al que Alfonso Cuarón propuso en Gravedad, o al de Kubrick con Odisea en el Espacio. El hombre no está solo, pero a veces no puede darse cuenta de ello.

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