Reseña - Guerra Fría: amor en tiempos de confrontación

Hay algo sumamente bello en toda la tragedia romántica de Guerra Fría, la nueva y espectacular cinta de Pawel Pawlikowski. Tras haber ganado el Óscar a la Mejor Película Extranjera hace unos años con Ida, el director polaco está de vuelta con una trascendental obra que no solo retrata la historia de amor imposible de dos peculiares individuos, sino todo un panorama político y cultural de una época sumamente complicada. Con una profunda melancolía y una precisión absoluta, el cineasta se interna en un relato con cierta implicación personal que logra transformar en una de las mejores películas del año. En Guerra Fría, la tumultuosa relación de los protagonistas transcurre en momentos de tensión y opresión. Miedo, frustración y dolor definen la vida de dos personas cuyo amor el uno por el otro se encuentra siempre al borde del colapso.

Años después de la Segunda Guerra Mundial, Wiktor (Tomasz Kot) e Irena (Agata Kulesza) emprenden un viaje por la campiña polaca en busca de nuevas artistas para su obra musical. Una de las candidatas, Zula (Joanna Kulig), llama la atención de Wiktor tanto por su voz como por su personalidad e intrigante historia. Esta es elegida para incorporarse a la compañía y en breve desarrolla una relación romántica con él. Todo cambia cuando el gobierno les exige introducir elementos propagandísticos en su obra, lo que hace que Irena renuncie y Wiktor se exilie en occidente tras una presentación en Berlín del Este. Habiendo recibido la negativa de Zula para irse con él, Wiktor empieza una nueva vida como músico versátil en París; sin embargo, sus numerosos reencuentros con Zula a través del años, en plena Guerra Fría, habrán de recordarle la imposibilidad de su amor.


Guerra Fría transcurre durante un largo periodo, sin embargo, su duración apenas representa un respiro. En menos de 90 minutos, Pawlikowski enmarca las dificultades de la época y cómo estas tienen efecto en una relación amorosa que nace de la forma más espontánea posible. Basándose vagamente en la historia de sus padres, Pawilikowski filma como si se trataran de recuerdos intimos, algo muy parecido a Roma de Alfonso Cuarón. Más allá de que ambas sean dos cintas de época en blanco y negro, esta capturan la particular idiosincrasia de los habitantes de su país en un momento de tensión y desgracia, todo desde un punto de vista muy personal que nos resulta muy familiar a pesar de no haber estado ahí.

Wiktor es un hombre maduro con una respetable carrera. Su nuevo proyecto lo lleva a las entrañas de su país, devastadas todavía por la guerra que concluyó no hace mucho. La política comunista emerge como victoriosa del conflicto y ahora lo controla todo. Wiktor prefiere mantenerse alejado de ello; su propósito es meramente artístico. Cuando Zula aparece, sus impulsos son difíciles de controlar y la tensión sexual rápidamente se convierte en un vínculo amoroso. Su relación da un vuelco ante la tremenda decepción que se lleva el músico ante la posibilidad y casi romántica idea de escaparse con su joven amada. Todo cambia en ese momento, Wiktor se vuelve un músico a sueldo que ha dejado de ser un soñador, pero que vive inmerso en una fantasía protagonizada por la misma Zula.


La trama nos lleva a los primeros años de la Guerra Fría y a distintos sitios afectados en mayor o menor medida por el sangriento conflicto concluido hace apenas un tiempo. Mientras Polonia yace en ruinas, lugares como París se recuperan rápidamente volviéndose punto de encuentro para bohemios y artistas de todo tipo. En esta ciudad, Wiktor vende su talento al mejor postor, ya sea para tocar en clubes locales o componer la música para una película. En uno de sus futuros encuentros con Zula incluso trata de persuadirla para que se convierta en solista y producto de las nacientes disqueras. Wiktor, desolado, vive una fútil existencia. Al sentirse desubicado y sin una identidad con la que se sienta comprometido, la presencia de Zula es lo único que reconforta su nostalgia; sin embargo, sus notables diferencias no parecen dar tregua.

Guerra Fría está compuesta por distintos episodios en los que los amantes se encuentran en diferentes épocas y lugares. París, Split, Berlín y su natal Polonia son testigos de una relación que parece ser vigilada en todo momento. Una entidad política todopoderosa es representada por Kaczmarek (Borys Szyc), uno de los socios de Wiktor que desde un principio muestra su compromiso por la patria no solo con ideologías racistas y nacionalistas, sino supervisando en secreto los movimientos de su compañero. Al igual que Zula, Kaczmarek aparece una y otra vez en la vida de Wiktor como un cruel recordatorio de la persecución y opresión, tal y como un enorme retrato de Stalin se posa sobre el acto musical creado por Wiktor transformado ya en propaganda política financiada por el Estado. Wiktor entonces prefiere escapar, pero el pasado lo persigue hasta el final de sus días.


La música juega un papel secundario en la cinta, pero Pawilikowski la somete a la misma transformación del tiempo y los sujetos. La tonada folclórica que más sobresale en su obra musical eventualmente se convierte en un himno socialista que alaba la reforma agraria nacional; después, Zula la entona en un bar de jazz parisino con una influencia pop con la que evidentemente no se siente cómoda. La pérdida de su esencia llega a un nuevo punto bajo cuando vemos a la protagonista tomando parte de un concierto aprobado por el gobierno y con una temática "mexicana" que cae en el kitsch y decadente. Hastiada y con la sombra de la represión sobre de sí, Zula se lleva a un alicaído y devastado Wiktor hacia la única salida posible. Se trata de una dinámica parecida a la Nace de una Estrella (otra de las cintas contendientes en la pasada temporada de premios), pero en un contexto más profundo y con implicaciones más relevantes.

Guerra Fría es esplendorosa y brutal. Pawlikowski entrega probablemente la mejor cinta de su carrera con la ayuda de dos formidables actores y una espectacular fotografía por parte de Lukasz Zal, cuyos poco convencionales encuadres nos dejan apreciar en todo su esplendor aquellas sutiles miradas que Zula y Wiktor se lanzan en medio de un concurrido salón, por nombrar solo algunas escenas. En esta obra, dos amantes se enfrascan en una dinámica de placeres, traiciones y reencuentros; una pequeña revolución fallida que finalmente los devuelve a ningún lugar, ese a donde pertenecen y en el que quizá por fin podrán estar juntos.

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