Pawel Pawlikowski abre Ida presentándonos el solemne lugar en donde vive la joven Anna (Agata Trzebuchowska), una monja a punto de jurar lealtad a Dios. Como en cualquier convento, la austeridad, la rutina y el silencio se apoderan de los salones y corredores. Anna come, reza y duerme, no más. Notable resulta su belleza. Cualquier podría pensar que es demasiado hermosa como para ser religiosa, pero hela aquí, dispuesta a entregarse a algo más. Un día, la madre superiora del convento la manda a una ciudad cercana a conocer a su único pariente vivo, una tía llamada Wanda (Agata Kulesza), antes de que reciba sus votos de forma definitiva. Será este encuentro el que desate un movimiento sísmico en la vida de ambas mujeres, quienes habrán de enfrentarse a fuertes revelaciones de su pasado y a todo un nuevo panorama sobre su existencia misma.
Ganadora del Óscar a la Mejor Película Extranjera, la cinta ha sido alabada unánimemente en todo el mundo. El director, quien apenas hace su primer película en Polonia, indaga con su obra en el pasado de su tierra en una época ciertamente dura como lo fue la posguerra y el dominio del comunismo. En el marco de en una nación cuyas cicatrices siguen abiertas, Pawlikowski nos presenta a una mujer que emprende un viaje de descubrimiento que expandirá su diminuta noción del mundo y en el que finalmente probará algo más.
El acercamiento de Anna con su pasado no tendría tanta relevancia si su tía no le revelara que su verdadero nombre es Ida y en que en realidad es una judía cuyos padres fueron asesinados y que por esa razón terminó siendo criada en un convento. Dispuesta a ayudarla a encontrar al menos los restos, Wanda decide hacer el viaje con su sobrina, y es aquí en donde rápidamente queda manifiestas sus distintas personalidades. Mientras la tía baja a bailar, emborracharse y coquetear con los hombres en un hotel, Ida se queda en la habitación, expectante y un tanto insegura de toda la situación. Con cierta preocupación, Wanda trata de persuadirla de hacerla hablar de cosas desconocidas para ella hasta ese momento, como el sexo, los hombres y los excesos. Ida, aunque curiosa, no se desvía de su objetivo: reencontrarse con su verdadera identidad.
A pesar de la ferviente disciplina de Ida, su inquietud le permite conocer a un apuesto joven saxofonista llamado Lis (Dawid Ogrodnik), en el que ve todo un mundo de nuevas posibilidades: una relación, un poco de jazz y la promesa de pasar un buen rato. Desafortunadamente para el muchacho, nadie puede competir contra un Dios.
El descubrimiento de los cadáveres resulta un golpe mucho más fuerte para Wanda, pues entre ellos se encuentra también el de su hijo, quien no pudo evitar ser identificado como judío por su apariencia física. Ambas se llevan consigo los restos, no sin antes escuchar la historia del hombre responsable de su muerte, quien tuvo que decidir entre ellos o su propio pellejo durante la ocupación nazi. Aunque la tragedia parece ser el origen de su existencia, Ida apenas reacciona ante las perturbadores revelaciones. ¿Será la fe de la joven lo que haga aceptar los designios de Dios sobre el hombre? Su tía, ajena a cualquier tipo de creencia sobrenatural, no solo culpa a sus compatriotas por su sensible pérdida, sino a ella misma.
Aunque sus vidas sean tan distintas, este viaje permite a cada una conocer un poco más sobre la otra mientras cierran finalmente un triste episodio. Si bien ambos personajes son fascinantes, el contraste de sus personalidades es lo que hace la dinámica una mucho más interesante. Wanda ha visto el sufrimiento en carne propia, su posición dentro del partido comunista le ha dejado ver de todo. SPOILERS ADELANTE "He enviado a muchos hombres a la muerte", le dice a su sobrina cuando acaban de conocerse. Irónicamente, el encontrarse con lo que queda de su hijo le afecta bastante, tanto que el suicidio resulta la única salida posible. TERMINAN SPOILERS. Ida, por otro lado, nunca ha experimentado el sufrimiento, quizá siquiera alguna remota emoción. He aquí a dos mujeres cuyos roles en la sociedad las han predispuesto, un poco de su humanidad les ha sido arrebatada por instituciones tan férreas, en distintos sentidos, como la Iglesia Católica y el Partido Comunista.
El final es ciertamente la parte más enigmática de esta película. Tras el acontecimiento alrededor de su tía, Ida se encuentra nuevamente con el joven músico. Despojándose del hábito, poniéndose los tacones de Wanda, fumando sus cigarros y bebiendo su alcohol, la bella chica decide probar el dulce lado de la vida. Tras tener sexo con Lis, este no tarda en tratar de amarrarla prometiéndole una "vida usual" con hijos, una casa y todo. Insatisfecha, Ida vuelve a ponerse el hábito y a tomar el camino de vuelta al convento mientras la melancolía de Bach la acompaña de fondo. La joven se ha estrellado con la realidad, todo lo que ha visto y vivido en el viaje le ha hecho creer que negar su origen y volver a lo único que conoce es lo único que la mantendrá a salvo. Sin duda un triste desenlace
Con un formato poco convencional que nos remonta a una vieja época, un hermoso blanco y negro que resalta notablemente la nostalgia y unos osados encuadres que casi ahogan a los personajes, Ida es una espléndida película sobre la búsqueda de la identidad y la disposición por aceptarla o no. Además de ser el relato de dos mujeres radicalmente distintas unidas, pero por el pasado, esta es también la representación de todo el sufrimiento de un país a través de una íntima y tristísima historia.
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