Con La Gran Apuesta, Adam McKay dejó las comedias un tanto simplonas para internarse en un terreno más serio y con una sorpresiva implicación social. Con un estilo muy particular y una plétora de recursos narrativos, la cinta dejaba sacudido al espectador mostrando casi de forma documental la farsa del sistema económico y los endebles cimientos del mismo. Empleando personajes atractivos y mezclando realidad con una ficción llena de tensión, el filme llevó a McKay a un nuevo nivel y le mereció cualquier cantidad de premios, incluyendo un Óscar. Ahora, el director vuelve con un proyecto parecido enfocado en una figura sumamente importante del panorama mundial contemporáneo: Dick Cheney. Desafortunadamente, aunque la fórmula es prácticamente la misma, la película no consigue ser tan convincente debido a la poca sutileza de su discurso y su carácter hasta cierto punto informativo.
Dick Cheney (Christian Bale) es un electricista ordinario con problemas de alcoholismo que apenas y puede mantener a su familia. Cuando su esposa Lynne (Amy Adams) le da un ultimátum, Dick se propone a cambiar por completo y darle un significado a su vida. Su nueva preparación lo lleva al mundo de la política de finales de los 60. Como asistente del entonces asesor Donald Rumsfeld (Steve Carell), Dick comienza a destacar y hacerse de un nombre. Su carrera se consolida a pesar de los cambios de administraciones a través de los años, lo que finalmente le permite ser considerado para puestos importantes y como vicepresidente para el poco experimentado George W. Bush (Sam Rockwell). Aunque renuente a tomar un trabajo meramente simbólico, Dick llega a un acuerdo con su compañero de fórmula para, en caso de ganar la próxima elección, contar con una serie de inusitadas facultades que le darían casi poder absoluto dentro de su país y en el extranjero.
En El Vicepresidente, McKay continúa con la línea de La Gran Apuesta enmarcando distintos acontecimientos que han impactado en la historia reciente de los Estados Unidos. En esta ocasión, el director canaliza a su Michael Moore interno al optar por un acercamiento más documental, pero también con una cierta inclinación política que puede ser percibida como sesgada por un sector más conservador, lo cual en realidad parece no ser una preocupación para él. Pero ese no es el mayor problema de la película. Cualquiera puede omitir el mensaje político incrustrado en la trama por más que nos identifiquemos con el, pero lo que verdaderamente no puede pasarse por alto es el débil desarrollo de su personaje principal, un Dick Cheney presentado como un especie de villano megalomaniaco cuyas intenciones quedan envueltas en misterio.
McKay descompone la trama temporalmente hablando. Aunque la cinta comienza con un suceso de alto impacto en su época de la vicepresidencia, pronto nos encontramos en los días de Cheney como electricista de Wyoming, un momento de su vida marcado por el alcoholismo. El relato parte entonces hacia delante incurriendo en otros saltos no solo hacia atrás, sino también a los lados. Pero quizá nos estamos adelantando un poco. La vida de Cheney pasa ante nuestros ojos de forma irregular. Sus triunfos profesionales son supeditados no solo a la aparición de otros personajes, como la de Rumsfeld o los Bush, sino de algunos instantes relevantes en el panorama política del país: como el caso Watergate, la llegada de Jimmy Carter a la presidencia y, por supuesto, el 11 de septiembre.
Aunque Cheney es aparentemente el centro de esta historia, su presencia queda en un segundo plano cuando McKay se empeña en revelar algunos secretos de la política estadounidense. Así como la obligación colateralizada por deuda se vuelve en el meollo de La Gran Apuesta, la teoría unitaria ejecutiva se convierte en algo así como el macguffin de El Vicepresidente. El director y también guionista construye su película alrededor de este concepto, el cual prácticamente le otorga un poder ilimitado a Cheney con el que, aparentemente, hizo todo lo que hizo. El espectador saldrá muy enterado de lo que significa esta teoría y sus implicaciones políticas, pero también sin una imagen real de los motivos del titular y maquiavélico personaje. Y no se trata de lo que Cheney hizo en la vida real; en esta cinta, su representación queda a la deriva actuando simplemente por inercia.
A primera vista, el trabajo de Christian Bale parece sofisticado y muy bien documentado; sin embargo, no podemos confundir el verdadero significado de actor de método con someterse a un extensivo maquillaje y subir y bajar de peso constantemente. Si bien Bale no es un mal actor y el estrés físico al que somete su cuerpo también es destacado, su representación de Cheney es opaca y carece de la fuerza necesaria como para cargarse la película al hombro. Los otros actores estelares tampoco sobresalen, pues no podemos ver mas que a Adams, Carell y Rockwell aparentar ser las versiones caricaturescas de personajes que el público ha conocido por años. En suma, se tata de un filme que pretende ser de actores, pero que termina completamente por ser de una historia.
Los recursos narrativos empleados en la cinta son vastos, pero no todos efectivos. Los hipervínculos con distintos conceptos brevemente explicados y los saltos temporales otorgan cierta dimensión a la trama, pero las cosas comienzan a desbordarse con la excesiva narración de un participante irrelevante, un momento de diálogos shakesperianos sin razón aparente y distintas alusiones a personajes políticos de la actualidad nos hacen pensar que el director trató de inventar miles de formas de estilizar su historia sin preocuparse del todo por el contenido.
El discurso de El Vicepresidente está tan digerido que resulta irrelevante hacer una interpretación propia. Durante una escena después de los créditos en la que el focus group reunido para conocer la opinión de la gente sobre la Guerra de Iraq, los participantes rompen la cuarta barrera discutiendo sobre la inclinación política de la trama. Un hombre asegura que tiene una marcada tendencia liberal, mientras que otro clama que solo se tratan de hechos. McKay no esconde sus opiniones ni sus sentimientos acerca del estado actual de su país, y la información que presenta parece respaldarlo, pero ¿en dónde quedó Cheney? ¿Quién es realmente ese hombre del que apenas tenemos un esbozo de sus motivaciones? La realidad es que apenas y lo conocimos.
En El Vicepresidente, McKay continúa con la línea de La Gran Apuesta enmarcando distintos acontecimientos que han impactado en la historia reciente de los Estados Unidos. En esta ocasión, el director canaliza a su Michael Moore interno al optar por un acercamiento más documental, pero también con una cierta inclinación política que puede ser percibida como sesgada por un sector más conservador, lo cual en realidad parece no ser una preocupación para él. Pero ese no es el mayor problema de la película. Cualquiera puede omitir el mensaje político incrustrado en la trama por más que nos identifiquemos con el, pero lo que verdaderamente no puede pasarse por alto es el débil desarrollo de su personaje principal, un Dick Cheney presentado como un especie de villano megalomaniaco cuyas intenciones quedan envueltas en misterio.
McKay descompone la trama temporalmente hablando. Aunque la cinta comienza con un suceso de alto impacto en su época de la vicepresidencia, pronto nos encontramos en los días de Cheney como electricista de Wyoming, un momento de su vida marcado por el alcoholismo. El relato parte entonces hacia delante incurriendo en otros saltos no solo hacia atrás, sino también a los lados. Pero quizá nos estamos adelantando un poco. La vida de Cheney pasa ante nuestros ojos de forma irregular. Sus triunfos profesionales son supeditados no solo a la aparición de otros personajes, como la de Rumsfeld o los Bush, sino de algunos instantes relevantes en el panorama política del país: como el caso Watergate, la llegada de Jimmy Carter a la presidencia y, por supuesto, el 11 de septiembre.
Aunque Cheney es aparentemente el centro de esta historia, su presencia queda en un segundo plano cuando McKay se empeña en revelar algunos secretos de la política estadounidense. Así como la obligación colateralizada por deuda se vuelve en el meollo de La Gran Apuesta, la teoría unitaria ejecutiva se convierte en algo así como el macguffin de El Vicepresidente. El director y también guionista construye su película alrededor de este concepto, el cual prácticamente le otorga un poder ilimitado a Cheney con el que, aparentemente, hizo todo lo que hizo. El espectador saldrá muy enterado de lo que significa esta teoría y sus implicaciones políticas, pero también sin una imagen real de los motivos del titular y maquiavélico personaje. Y no se trata de lo que Cheney hizo en la vida real; en esta cinta, su representación queda a la deriva actuando simplemente por inercia.
A primera vista, el trabajo de Christian Bale parece sofisticado y muy bien documentado; sin embargo, no podemos confundir el verdadero significado de actor de método con someterse a un extensivo maquillaje y subir y bajar de peso constantemente. Si bien Bale no es un mal actor y el estrés físico al que somete su cuerpo también es destacado, su representación de Cheney es opaca y carece de la fuerza necesaria como para cargarse la película al hombro. Los otros actores estelares tampoco sobresalen, pues no podemos ver mas que a Adams, Carell y Rockwell aparentar ser las versiones caricaturescas de personajes que el público ha conocido por años. En suma, se tata de un filme que pretende ser de actores, pero que termina completamente por ser de una historia.
Los recursos narrativos empleados en la cinta son vastos, pero no todos efectivos. Los hipervínculos con distintos conceptos brevemente explicados y los saltos temporales otorgan cierta dimensión a la trama, pero las cosas comienzan a desbordarse con la excesiva narración de un participante irrelevante, un momento de diálogos shakesperianos sin razón aparente y distintas alusiones a personajes políticos de la actualidad nos hacen pensar que el director trató de inventar miles de formas de estilizar su historia sin preocuparse del todo por el contenido.
El discurso de El Vicepresidente está tan digerido que resulta irrelevante hacer una interpretación propia. Durante una escena después de los créditos en la que el focus group reunido para conocer la opinión de la gente sobre la Guerra de Iraq, los participantes rompen la cuarta barrera discutiendo sobre la inclinación política de la trama. Un hombre asegura que tiene una marcada tendencia liberal, mientras que otro clama que solo se tratan de hechos. McKay no esconde sus opiniones ni sus sentimientos acerca del estado actual de su país, y la información que presenta parece respaldarlo, pero ¿en dónde quedó Cheney? ¿Quién es realmente ese hombre del que apenas tenemos un esbozo de sus motivaciones? La realidad es que apenas y lo conocimos.
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