"¿Por qué hicieron lo que hicieron?" se pregunta Wilson,(Leonardo Ortizgris) narrador de los primeros minutos de Museo. Como una cinta basada vagamente en hechos reales, el nuevo trabajo de Alonso Ruizpalacios tiene claro lo que el cine representa: el no imitar la realidad; por eso, la primer leyenda que aparece cuando nos disponemos a verla es más que apropiada: "esta es una réplica de la realidad". El director no se molesta en recrear lo sucedido no solo porque no se sabe mucho sobre el suceso, sino porque su intención es desarrollar un relato consciente de sí mismo que precisamente hace referencia al concepto de la historia, personal y nacional. El hecho ha dejado de ser importante y como cita el mismo Wilson: "¿para qué arruinar una buena historia con la verdad?".
Juan (Gael García Bernal) es un treintón que todavía vive con sus padres y que realmente no ha hecho nada en la vida. Despreciado por buena parte de su familia, Juan se decide a hacer algo importante, por lo que enlista a su fiel y sumiso amigo Wilson para robar el Museo Nacional de Antropología. El atraco, realizado en la Navidad de 1985, es exitoso y ambos jóvenes escapan con un botín conformado por piezas de un inconmensurable valor histórico. Sin embargo, su plan no contaba con la dificultad de poder venderlas, por lo que pronto se ven en un predicamento. Con las autoridades buscándolos arduamente y la culpa acechando a Juan cada vez más, los dos hombres se embarcan en un fallido viaje en el que el único punto al que pueden llegar es al mismo de donde partieron.
Juan es un donnadie sin alguna historia emocionante por contar o en la cual creer. Proveniente de la relativamente nueva clase media mexicana, el tipo se niega a comprometerse con algún ideal o propósito. Como detractor de la influencia extranjera, Juan se falla a sí mismo con su colección de casetes de Pink Floyd y su afición hacia el juego Space Invaders. El hecho de que el Museo de Antropología haya adquirido algunas de sus piezas más importantes de otros sitios que bien pudieron haber sido reclamados por los locales le parece indignante; sin embargo, el robo que efectúa posteriormente le parece, en su momento, el paso más lógico en su vida. La hipocresía que lo dirige es evidente, pero no pasa mucho tiempo para que esta comience a causar estragos en su estabilidad emocional.
Juan se niega a ser parte de la historia de su familia, pues esta no tiene nada relevante por contar. En la cena de Navidad, la mayoría de sus integrantes trae su propio relato a la mesa, ya sea uno sobre la llegada de Keiko a Reino Aventura o la revelación sobre la causa de un incendio en la casa de los abuelos. Obstinado en derribar estas historias, el hombre incluso se empeña en romper la ilusión de los más pequeños. Como la oveja negra de su familia por elección, a Juan solo le queda Wilson, su fiel y tonto escudero al que mangonea a su gusto. Con una triste vida detrás que implica la delicada salud de su padre, este último se ilusiona con la propuesta de su amigo: "hacer que algo que pase", y ese algo resulta nada más y nada menos que uno de los robos más sonados en la historia contemporánea de México.
Ruizpalacios nuevamente examina la cotidianidad de la clase media y a un individuo que se asume así mismo como rebelde, único e incomprendido. Al igual que en Güeros, su primera cinta, Museo expone esa preocupación de los personajes por hacerse escuchar a través de formas poco convencionales y hasta cierto punto reprobables. Es difícil empatizar con los protagonistas, pero es su viaje, literal y figurado, el que nos permite apreciar el contexto y entender aunque sea un poco el motivo de sus acciones. Ambos trabajos podrían considerarse como road movies, pues las travesías que emprenden por carretera poco a poco les hacen ver a los protagonistas las consecuencias que tienen o no sus actos.
El director también vuelve a romper la cuarta pared en un par de momentos. Primero, cuando Juan y Wilson son detenidos por unos militares, uno de los soldados insiste en que conoce al primero y le pide un autógrafo, pues asegura que es una actor famoso. Ruizpalacios concibe a Juan como una réplica de Gael García, alguien que se parece al artista mexicano, pero que realmente no lo es. En otras escenas, Juan comienza a tener problemas para escuchar lo que dicen los demás personajes, y no solo es él, pues literalmente el sonido se va de la película. Todos estos recursos le da una cualidad meta al relato que sostiene el discurso inicial sobre el concepto de la copia en el mundo real y el cinematográfico.
Museo presenta un trabajo muy destacado en el apartado del diseño de producción, pues las salas del Museo Nacional de Antropología que Juan y Wilson visitan fueron recreadas para fines prácticos, aunque también probablemente para respaldar todo el concepto al que Ruizpalacios apela en esta obra. El director captura todas estas piezas, sobre todo, durante el robo, con una gran tensión y suspenso. La secuencia en la que los jóvenes ejecutan su plan a la perfección, con la cámara poniendo suma atención en el silencio, los sonidos y los detalles del atraco, es simplemente esplendorosa. De igual forma, todo al ambiente en el que los personajes se desenvuelven realmente impulsa la sensación de que estamos viendo algo extraído directamente de esa época, desde la forma de vestir hasta los vehículos, juguetes y demás artilugios que utilizan durante la trama.
Y entonces ¿por qué hicieron lo que hicieron? Museo no tiene una respuesta ni pretende darla. En los últimos instantes, Wilson presume que ni siquiera los que lo hicieron saben realmente por qué lo hicieron. En una historia sobre réplicas, en donde las copias se confunden fácilmente con la realidad a pesar de las constantes advertencias, Alonso Ruizpalacios deja al descubierto esas historias prefabricadas con las que le gente convive. Ya sea el relato sensacionalista de ciencia ficción alrededor de Pakal, la existencia de Santa Claus, la casi onírica presencia de una vedette o la forma en la que se creó nuestro país y otros más a base saqueos, cada una de estas creencias ciertamente encajan con la premisa principal: "¿para qué arruinar una buena historia con la verdad?" Mientras la familia de Juan se lamenta por mero protocolo las pérdidas humanas del terremoto del 85 y Ruizpalacios arroja una que otra referencia política del México contemporáneo, Juan es agobiado por sus propios demonios y una intolerable culpa producto del fracaso.
Juan es un donnadie sin alguna historia emocionante por contar o en la cual creer. Proveniente de la relativamente nueva clase media mexicana, el tipo se niega a comprometerse con algún ideal o propósito. Como detractor de la influencia extranjera, Juan se falla a sí mismo con su colección de casetes de Pink Floyd y su afición hacia el juego Space Invaders. El hecho de que el Museo de Antropología haya adquirido algunas de sus piezas más importantes de otros sitios que bien pudieron haber sido reclamados por los locales le parece indignante; sin embargo, el robo que efectúa posteriormente le parece, en su momento, el paso más lógico en su vida. La hipocresía que lo dirige es evidente, pero no pasa mucho tiempo para que esta comience a causar estragos en su estabilidad emocional.
Juan se niega a ser parte de la historia de su familia, pues esta no tiene nada relevante por contar. En la cena de Navidad, la mayoría de sus integrantes trae su propio relato a la mesa, ya sea uno sobre la llegada de Keiko a Reino Aventura o la revelación sobre la causa de un incendio en la casa de los abuelos. Obstinado en derribar estas historias, el hombre incluso se empeña en romper la ilusión de los más pequeños. Como la oveja negra de su familia por elección, a Juan solo le queda Wilson, su fiel y tonto escudero al que mangonea a su gusto. Con una triste vida detrás que implica la delicada salud de su padre, este último se ilusiona con la propuesta de su amigo: "hacer que algo que pase", y ese algo resulta nada más y nada menos que uno de los robos más sonados en la historia contemporánea de México.
Ruizpalacios nuevamente examina la cotidianidad de la clase media y a un individuo que se asume así mismo como rebelde, único e incomprendido. Al igual que en Güeros, su primera cinta, Museo expone esa preocupación de los personajes por hacerse escuchar a través de formas poco convencionales y hasta cierto punto reprobables. Es difícil empatizar con los protagonistas, pero es su viaje, literal y figurado, el que nos permite apreciar el contexto y entender aunque sea un poco el motivo de sus acciones. Ambos trabajos podrían considerarse como road movies, pues las travesías que emprenden por carretera poco a poco les hacen ver a los protagonistas las consecuencias que tienen o no sus actos.
El director también vuelve a romper la cuarta pared en un par de momentos. Primero, cuando Juan y Wilson son detenidos por unos militares, uno de los soldados insiste en que conoce al primero y le pide un autógrafo, pues asegura que es una actor famoso. Ruizpalacios concibe a Juan como una réplica de Gael García, alguien que se parece al artista mexicano, pero que realmente no lo es. En otras escenas, Juan comienza a tener problemas para escuchar lo que dicen los demás personajes, y no solo es él, pues literalmente el sonido se va de la película. Todos estos recursos le da una cualidad meta al relato que sostiene el discurso inicial sobre el concepto de la copia en el mundo real y el cinematográfico.
Museo presenta un trabajo muy destacado en el apartado del diseño de producción, pues las salas del Museo Nacional de Antropología que Juan y Wilson visitan fueron recreadas para fines prácticos, aunque también probablemente para respaldar todo el concepto al que Ruizpalacios apela en esta obra. El director captura todas estas piezas, sobre todo, durante el robo, con una gran tensión y suspenso. La secuencia en la que los jóvenes ejecutan su plan a la perfección, con la cámara poniendo suma atención en el silencio, los sonidos y los detalles del atraco, es simplemente esplendorosa. De igual forma, todo al ambiente en el que los personajes se desenvuelven realmente impulsa la sensación de que estamos viendo algo extraído directamente de esa época, desde la forma de vestir hasta los vehículos, juguetes y demás artilugios que utilizan durante la trama.
Y entonces ¿por qué hicieron lo que hicieron? Museo no tiene una respuesta ni pretende darla. En los últimos instantes, Wilson presume que ni siquiera los que lo hicieron saben realmente por qué lo hicieron. En una historia sobre réplicas, en donde las copias se confunden fácilmente con la realidad a pesar de las constantes advertencias, Alonso Ruizpalacios deja al descubierto esas historias prefabricadas con las que le gente convive. Ya sea el relato sensacionalista de ciencia ficción alrededor de Pakal, la existencia de Santa Claus, la casi onírica presencia de una vedette o la forma en la que se creó nuestro país y otros más a base saqueos, cada una de estas creencias ciertamente encajan con la premisa principal: "¿para qué arruinar una buena historia con la verdad?" Mientras la familia de Juan se lamenta por mero protocolo las pérdidas humanas del terremoto del 85 y Ruizpalacios arroja una que otra referencia política del México contemporáneo, Juan es agobiado por sus propios demonios y una intolerable culpa producto del fracaso.
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