Desobediencia: el amor como acto de insumisión

En la primer secuencia de Desobediencia, la nueva película de Sebastián Lelio, un rabino explica la diferencia entre los ángeles, las bestias y los humanos. Según sus enseñanzas, los primeros son incapaces de hacer el mal, los segundos se guían por sus instintos, dejando a los últimos como los únicos seres con libre albedrío y con la capacidad de desobedecer. Sus palabras son desafiantes e incluso amenazantes, el contexto moral es más que evidente. Los sucesos que vienen a continuación enmarcan perfectamente lo que el hombre religioso estaba tratando de advertir, un acto de desobediencia que pone a prueba la fe de los involucrados y el vínculo entre dos mujeres sometidas al escrutinio de toda una comunidad.

Después de la muerte del rabino Krushka, Ronit (Rachel Weisz), su única hija, regresa a Londres para el funeral tras haber estado apartado años de él. En la ciudad, Ronit es recibida por un viejo amigo, Dovid (Alessandro Nivola), quien ha sido propuesto para convertirse en el nuevo rabino. Enorme es su sorpresa cuando se entera que Dovid está casado con Esti (Rachel McAdams) la mujer de la que estuvo enamorada durante su juventud. A pesar de no ser bienvenida por el círculo cercano de su padre debido a sus ideas progresistas, Ronit encuentra refugio en el cariño de Esti, quien se debate entre sus sentimientos, su fe y el señalamiento de los demás.


No ha pasado ni un año desde que Lelio, el director chileno del momento, presentó al mundo Una Mujer Fantástica, ganadora del Óscar a la Mejor Película Extranjera y decenas de premios más en cualquier cantidad de festivales. Con un retrato muy certero y emocional sobre lo que significa ser transexual hoy en día, el realizador se encumbró junto a su protagonista, Daniela Vega, al darle voz a una minoría que reclama sus derechos en tiempos de cambio. En Desobediencia, así como lo ha hecho en sus dos trabajos anteriores, los cuales podrían formar una trilogía temática muy rica sobre el estado de la mujer en el Siglo XXI, nos encontramos nuevamente con dos personas cuya sexualidad es manipulada por aquellos que las rodean, un silencioso tormento que nos las deja sentirse plenas.

La trama comienza con la llegada de Ronit a un tradicional suburbio londinense. Como artista curtida en Nueva York, la protagonista se ha abierto todavía más en todos los sentidos, por lo que su personalidad inmediatamente choca con la de sus familiares, todos sometidos a los estrictos preceptos del judaísmo. Aunque esto no la sorprende en absoluto, lo que realmente la desconcierta es la reaparición de Esti, su vieja amante y quien ha decidido hacer caso omiso a sus sentimientos dejándose llevar por los preceptos de su religión y los estatutos sociales más convencionales. Su encuentro, por supuesto, representa todo un reto para sus impulsos, pues el cariño y atracción que siente hace Ronit regresan súbitamente poniendo en jaque su reputación y su estabilidad familiar.


El sitio al que Ronit llega es frío e inquietante para ella en muchos sentidos, no por nada le dice con gran asombro a Esti cuando la ve por primera vez que luce "más religiosa" que antes. La comunidad en la que viven esta última y su esposo es una muy normal dentro de ciertos parámetros. Tal parece que todos viven felices y tranquilos, pero un aura machista y ultra conservador cubre cada una de las actividades a las que Ronit es invitada. En una escena, esta acude a una cena con la familia, donde las creencias arcaicas de sus tíos no tardan en salir a relucir y las cuales no duda en cuestionar. En otro momento, todos acuden a la ceremonia religiosa para darle el último adiós al rabino, pero la tradición indica que hombres y mujeres deben estar separados, como si estas no fueran tan dignas de estar más cerca del fallecido.

Lelio hace su primera película fuera de Chile incorporando a su línea narrativa femenina una perspectiva religiosa que deja al descubierto otro tipo de prejuicios de la época. Si bien el acercamiento que el director toma en esta ocasión es uno más clásico que el de sus trabajos anteriores, su estilo es perceptible en distintas ocasiones, sobre todo al verlo dirigir a dos buenas actrices como Weisz y McAdams. Ambas entregan muy buenas actuaciones al crear un triángulo amoroso en el que la pasión, la fe, el placer y la infelicidad entran en juego. Cada uno de los involucrados añade un sentimiento muy palpable a esta ecuación, la cual es resuelta de una forma dolorosa para todos.


El acto de "rebeldía" que las mujeres cometen representa una afrenta para la comunidad. Consternados por una relación "inmoral", varios de los habitantes de esta se sienten profundamente ofendidos y traicionados. De igual manera, las mujeres enfrentan sus propios problemas personales. Por un lado, Ronit se entera finalmente de que la decepción de su padre era más profunda de lo que pensaba, mientras que Esti se debate en dejar a un hombre que la ama y que se ha propuesto a cuidarla a pesar de no sentirse correspondido. Un final feliz está lejos para cualquiera de los tres, pero la situación les hace reflexionar sobre sus sentimientos y convicciones. La humillación es parte importante del asunto, pues cada uno de los protagonistas tiene lidiar con ella de manera distinta por más absurdo que suene en pleno Siglo XXI.

Desobediencia nos adentra en una triste historia de desamor causada por la misma insumisión a la que el rabino se refiere en su sermón inicial. Ronit y Esti viven en carne propia el rechazo y las consecuencias de ser diferentes. Al final, la libertad se vuelve un concepto muy importante para ellas, incluso también para Dovid, cuyo corazón se divide entre su Iglesia y el amor de su vida. Lelio captura una vez más captura la del espectador con un auténtico drama femenino que vuelve a poner sobre la mesa una discusión muy pertinente sobre los retos que tienen que sobrepasar las mujeres en estos tiempos, unos que simplemente deberían de haber dejado de existir hace mucho. La consciencia social del director chileno vuelve a ser el catalizador de una muy buena cinta.

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