Crítica - Megalópolis: la autoindulgencia en su máximo esplendor

En una escena de Megalópolis (Megalopolis, 2024), uno de los personajes proclama que "los artistas nunca pierden el control del tiempo". Francis Ford Coppola, por supuesto, se encarna a sí mismo en su nueva obra para hacer una declaración acerca del estado del arte, pero más específicamente de su arte, que nos ha dado al menos cuatro de las películas más grandes de la historia del cine. A estas alturas, el legendario director puede hacer lo que le plazca, sin importar que se trate de una grandilocuente e incoherente pieza dramática con elementos de ciencia ficción en la que, básicamente, deja en claro que, como un artista, sigue en control de su tiempo, y que los demás estamos obligados a tratar de entenderlo, si no, estamos perdidos intelectualmente.

Megalopolis critica

Estamos ante una visión sin filtros de uno de los cineastas más importantes de todos los tiempos, pero ¿realmente hacía falta una película de $120 millones de dólares para recordárnoslo? Megalópolis está compuesta de una serie secuencias inconexas cuyo punto se reduce a subrayar lo incomprendido que Coppola se siente y ha sentido desde que títulos como Apocalipsis Ahora (Apocalypse Now, 1979) fueron duramente criticados en su momento. A través de Cesar Catilina (Adam Driver), el estadounidense se define a sí mismo como un hombre del futuro agobiado por el pasado, o sea, por cómo ha tenido que luchar contracorriente siempre. Quizá tenga razón, pues ha demostrado ser un tipo adelantado a su tiempo, pero el ejercicio autoindulgente da como resultado una película ciertamente insufrible en distintos lapsos, fea en otros y en solo muy pocos, interesante.

Coppola establece un símil entre la caída de dos imperios: el romano y el estadounidense. Presentando Nueva Roma como una versión alternativa de Nueva York, y una serie de personajes cuyos nombres provienen de la historia romana, el cineasta nos adentra un mundo retrofuturista que, sin embargo, resulta muy familiar al nuestro, principalmente, por una lucha de ideologías manifestadas en la visión que Catilina y el alcalde Cicero (Giancarlo Esposito) tienen cada uno para la ciudad. En principio, esto pareciera que dará pie a una intensa confrontación política y filosófica; pero lo evidente se impone a lo sutil cuando, por ejemplo, el guion comienza a escupir citas a diestra y siniestra, o cuando una tercera fuerza de origen populista y luego fascista se revela a sí misma de forma muy obvia y por medio de diálogos barrocos poco efectivos.

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Aunado a ello, incorpora conceptos y situaciones rebuscados para apoyar el discurso alrededor de su figura artística, pero dentro de la trama no se sienten del todo convincentes, como el hecho de que Cesar posea el poder de detener el tiempo, o la creación de un material llamado "megalon", con el que se planea construir la nueva ciudad. El montaje tampoco ayuda, pues no se percibe mucha cohesión entre las secuencias, y las constantes tarjetas utilizadas para dividir actos o enfatizar alguna idea resultan un distractor. Pareciera como si Coppola dejó a cada quien hacer lo que quiso se nota en los variados tonos entre la actuaciones, como lo fallido de Shia LaBeouf y lo exquisito de Aubrey Plaza, o como si hubiera existido una notable resistencia en todos los departamentos ante sus disparatados mandatos.

Megalópolis puede entenderse como un proyecto de la misma ambición que Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) o Metrópolis (Metropolis, 1927). En las tres nos encontramos con épicas urbanas que examinan la dinámica social de su era. Coppola y Fritz Lang, director de Metrópolis, hacen una declaración política con su obras y muestran cómo la utopía se desvirtúa hasta volverse una distopía. Visualmente, ambas comparten bastante imaginería aunque la del filme en cuestión por momentos se parece a la de Batman Eternamente (Batman Forever, 1995) y un deseo por aprovechar al máximo la grandilocuencia de su relato. Sin embargo, lo que no consigue Megalópolis es hacer las preguntas que sus mismos personajes dicen que una utopía debería hacer

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Orson Welles, director de Ciudadano Kane, Lang y Coppola son como Cesar Catilina: saltaron a lo desconocido para demostrar que son libres. Con sus magnos trabajos demostraron su maestría como narradores audiovisuales. Pero con Megalópolis queda claro que, a pesar de lo que él piense, los recursos de Coppola lucen ahora anticuados, y eso se deja ver en un guion evidentemente irregular que trata sin éxito de abarcar demasiado y trascender con una historia que depende de aspavientos y lo maximalista para involucrar al público. "El tiempo no se detiene para nadie", ni siquiera para Francis Ford Coppola.

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