Cuando sus hijos le dicen a su padre (Alik Karaev) que van a salir del departamento porque "necesitan tomar aire", este desaprueba la acción, pero luego no tiene más remedio que permitirlo, aunque afirmando con cierto cinismo que "no hay nada de aire en casa". En Unclenching the Fists (Razzhimaya Kulaki, 2021), la opresión se siente en cada rincón, específicamente sobre una joven mujer cuya existencia es controlada en todo sentido por los hombres que la rodean. En este desolador pero ciertamente esperanzador relato, la directora Kira Kovalenko convierte el deseo de liberación de la protagonista en una muestra de empoderamiento femenino; una primera victoria en busca de romper las cadenas de una vez por todas.
Imagen: AR Content, Non-Stop Productions, |
Ada (Milana Aguzarova) es una joven que vive en Osetia del Norte, Rusia. Con un padre que vigila cada una de sus acciones, un hermano que la atosiga casi de forma enfermiza y algo así como un novio presionándola para que se le entregue, la muchacha se encuentra atrapada. Con permiso únicamente de ir a trabajar a una tienda de abarrotes, Ada debe reprimir cualquier muestra de individualidad. Pero una oportunidad ee muestra ante ella cuando un inesperado incidente deja a su padre imposibilitado de seguirla atosigando. Así, con la libertad finalmente al alcance, no habrá poder humano que no la deje tomarla.
Ganadora el premio Un Certain Regard en el Festival de Cannes hace un par de años, Unclenching the Fists retrata un panorama amargo en el que se muestra el absoluto poder del patriarcado. Kovalenko nos permite adentrarnos en las entrañas de Rusia, específicamente en Osetia del Norte, una república afectada de diversas maneras por el extremismo checheno. En este contexto de violencia, la directora y escritora nos muestra una microsociedad permeada por la hipermasculinidad en muchos sentidos, y al centro de ella una mujer que lo único que desea es escapar. Con su segunda película, la rusa, pupila del reverenciado Alexander Sokurov, critica la masculinidad tóxica que pretende moldear a las mujeres a su gusto.
|
El drama familiar que se desenvuelve aquí pronto nos deja ver el papel de Ada en una dinámica insana, no sin antes lanzar pistas de que algo más oscuro podría haber sucedido en el pasado. Mientras que su padre le prohíbe cosas como usar perfume, su hermano Dakko (Khetag Bibilov) se mete en su cama con la esperanza de dormir con ella. Aunque nada queda claro, Kovalenko exhibe este ambiente familiar como hostil y claustrofóbico, del cual el único que ha podido huir es Akim (Soslan Khugaev) —cuya relación con Ada también está marcada por la ambigüedad—, a quien toda la comunidad más o menos desprecia por era razón. En Mizur, el pueblo donde viven, parece no haber espacio para la individualidad; todo es consumido por una comunidad arraigada en el machismo, el derrotismo y una sutil pero igual de poderosa violencia.
Kovalenko se abstiene se mostrar las agresiones, para en su lugar dejar al descubierto las cicatrices y los efectos que estas tienen en Ada, que lleva heridas tanto físicas como emocionales. Víctima de un atentado terrorista, que la dejó con problemas de incontinencia, y de la severa crianza de su padre, que le hace actuar como una pequeña niña en situaciones específicas, la mujer tiene serias dificultades para desenvolverse; y si a eso agregamos que todos los hombres a su alrededor no la tratan como lo que es, nos queda una suerte de costal de carne del que todos disponen a su antojo. En una de las secuencias más impactantes de la película, Tamik (Arsen Khetagurov), su bobo pretendiente, la persuade para tener relaciones sexuales. El acto va de lo tierno a lo atroz; los gestos de Ada advierten una decepción profunda y el anhelo por algo que no debería ser así. Las escenas son desconsoladoras.
|
Lo más interesante de todo es que el filme deja ver su verdadera naturaleza hacia el final, cuando el trasfondo de lo ocurrido salta al primer plano. El ataque extremista al que alude la historia es el que tuvo lugar en Beslán, en 2004, en el que murieron 334 personas, entre ellos 186 niños. La extraña relación familiar de pronto cobra un nuevo significado: ¿será que el padre no deja salir a su hija por miedo a que caiga en manos de terroristas? Nuevamente, la cinta no ofrece respuestas, lo cual da pie a estas interesantes reflexiones. De cualquier manera, un acto de reconcialiación entre padre e hija y un estrechamiento del lazo familiar entre hermanos en el último acto apuntan al comienzo de la asimilación del trauma; un modo de vivir el dolor acompañado de los seres queridos. Sin embargo, estas muestas de afecto son seguidas por demostraciones de aprenhesión o rechazo, enfatizando, posiblemente, la inestabilidad derivada de años de no poder hablar de lo sucedido.
Aun así, en Unclenching the Fists se asoma una luz al final del túnel. "Ahora puedo hablar yo", advierte Ada a su padre cuando, por azares del destino, ella toma el control de la situación. Kovalenko no le da propiamente un final feliz a su protagonista, pero sí un triunfo inicial, que representa también una conquista para las mujeres bajo el yugo de los hombres, que, en esta cinta, no pueden evitar exhibir su masculinidad de la forma más torpe. En la última toma, ese atisbo de esperanza se materializa con un peso que, finalmente, Ada deja caer. El futuro es incierto, pero al menos ya no es rehén de su presente ni de su pasado.
Unclenching the Fists está disponible en MUBI.
Comentarios
Publicar un comentario