Reseña - Licorice Pizza: nostalgia cinematográfica de adeveras

Hay algo particularmente encantador en Licorice Pizza (2021), lo nuevo de Paul Thomas Anderson. Más allá de la gracia natural de sus protagonistas, los debutantes Alana Haim y Cooper Hoffman, es posible encontrar un amor absoluto por el cine; un compromiso total con la manufactura artesanal de un medio al que se le achaca constantemente que ha dejado de ser arte; una suerte de memoria traída de vuelta a la vida para ser apreciada por los demás. Anderson, considerado el autor por excelencia del cine estadounidense contemporáneo, hace un nuevo paréntesis en su filmografía para ofrecer un poco de esperanza entre la oscuridad y la decadencia que suelen caracterizar a sus obras. Siempre suele escucharse que "ya no hacen las películas como antes", pero esta no solo demuestra lo contrario, sino que consigue transportarnos a la época que muestra con tanto detalle y pasión.

Licorice Pizza reseña
Imagen: Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features, Ghoulardi Film Company

Es 1973 en el Valle de San Fernando, Los Ángeles. Gary Valentine (Hoffman) es un actor de 15 años que se prepara para la foto de generación de su preparatoria. Ese día conoce a Alana (Haim), una de las asistentes de los fotógrafos. Ensimismado con ella, Gary la aborda y la persuade de tener una cita con él. A pesar de la notable diferencia de edad, Alana accede, encontrando una personalidad única en el chico. Su naciente relación les permite a cada uno conocer el lado más obsesivo y frustrante del otro, generando todo tipo de fricciones y enredos entre ellos. Pronto, el espíritu emprendedor de Gary los lleva a cocinar una variedad de locos proyectos, los cuales también los adentra en las entrañas de una ciudad llena de extraños individuos.

Tras la exquisita El Hilo Fantasma (Phantom Thread, 2017), Anderson vuelve con Licorice Pizza, quizá su trabajo más "accesible" desde Boogie Nights (1997). Nominada a tres premios Óscar entre ellos Mejor Película y Mejor Director la cinta nos permite ver al aclamado realizador haciendo un homenaje al cine que tanto ama, pero no precisamente con una película sobre cine. Si bien hay una gran cantidad de referencias cinéfilas y también a la televisión, el filme es más bien un tributo a una forma de hacer cine que solo sigue viva en los grandes maestros del celuloide, como Scorsese o Spielberg. Basta con ver el grano de la imagen, los planos secuencia y la atmósfera en general de la historia para percatarnos de que estamos ante algo muy especial, y que cualquiera podría confundir con algo filmado en los 70.

En Licorice Pizza se siente un carácter autobiográfico que, increíblemente, poco o nada tiene que ver con la vida de Anderson; en 1973, el director apenas balbuceaba y seguramente seguía haciéndose en los pantalones. La historia está basada en las vivencias del productor Gary Goetzman, quien sí fue un actor infantil y empresario dedicado a la venta de camas de agua, toda una novedad en ese entonces. Y aunque se trata entonces de los recuerdos de alguien más, hay algo muy personal en el proyecto. Que Cooper sea hijo del difunto actor Philip Seymour Hoffman quien apareció en la mayoría de las películas del realizador hasta ahora y que Alana sea integrante de Haim banda que lo tiene como director de cabecera de sus videos—, hacen sentir que estamos ante una especie de reunión; y si a eso agregamos que la mamá de Alana le dio clases a Anderson cuando era joven, realmente podríamos decir que todo se ha quedado en familia en esta ocasión.

Licorice Pizza reseña
Imagen: Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features, Ghoulardi Film Company

Y es precisamente lo anterior lo que hace que la química entre Hoffman y Haim sea tan convincente. Anderson nominado también como guionista en la próxima entrega del Óscar concibe una relación imperfecta, honesta y por momentos tóxica pero no al grado de la de Woodcock y Alma en El Hilo Fantasma. Las implicaciones personales con cada uno de los actores posiblemente le llevaron a trabajar la historia de forma distinta a la que estaba acostumbrado desde hace mucho tiempo. Hoffman y Haim, quienes actúan por primera vez en un largometraje, entienden a la perfección las líneas y las órdenes de su mentor y se dejan llevar por la idiosincrasia de sus inolvidables personajes. Al sentir arropados en todo momento Alana, de hecho, comparte créditos con toda su familia nuclear, los protagonistas ofrecen dos convincentes actuaciones en total sintonía con la época en que se sitúa el relato.

Curiosamente, podría decirse que "pasa muy poco" en Licorice Pizza, pero eso no impide que la cinta deje de ser cinematográfica. Además de haber sido rodada en 35 mm lo que le da esa textura única, esta comparte una estructura y un espíritu similar al de un clásico de los 70 como lo es American Graffiti (1973). En ella, George Lucas también plasma un sentimiento nostálgico y opta por que sus personajes sobresalgan en lugar de la historia. En ambas se captura la esencia de una época los 60 en el caso de la de Lucas, y son las aventuras callejeras de los protagonistas lo que nos invita a seguir viendo. A pesar de no haber vivido en cualquiera de estas décadas, queda una sensación de añoranza en cuanto comienzan a salir los créditos. Anderson, como antes Lucas, nos muestra perfectamente la complejidad de un momento histórico sin meterse en tantos enredos narrativos.

Licorice Pizza reseña
Imagen: Metro-Goldwyn-Mayer, BRON Studios, Focus Features, Ghoulardi Film Company

Como era de esperarse, la cinta presenta una formidable selección musical que, por supuesto, respalda todo el contexto construido desde el primer encuadre. El diseño de producción y el vestuario también son fundamentales para adentrarse en la vibra y el estilo de los 70. Aunque suene a cliché, el Valle de San Fernando donde Anderson creció y donde ha situado otras de sus películas se convierte en un personaje más, y ahí se siente otro aspecto personal del relato; solo alguien que vivió en aquel lugar pudo haber dotado tanto detalle. Y así como en su trabajo anterior, el cineasta se hace cargo de la cámara junto a Michael Bauman para impregnar de todavía más familiaridad a las imágenes.

El hubiera no existe, pero esta historia en particular no hubiera existido como tal sin la participación de Haim y Hoffman. Como el corazón de la película, ambos actores hacen suyas las experiencias y los recuerdos ajenos, dejando una profunda sensación de nostalgia por un tiempo que ni ellos ni muchos espectadores vivieron. Una vez más, Paul Thomas Anderson muestra su pasión por el cine, aunque, en esta ocasión, ofreciendo un final esperanzador, pero para nada complaciente. En Licorice Pizza, que sin duda se convertirá en un clásico en años por venir, se muestran las cosas tal y como son. Estamos ante una obra con una sensibilidad de antaño que nos hace enamorarnos de la imperfección de sus personajes, quienes se enfrentan constantemente a la sensación de que tienen el mundo en sus manos, solo para darse cuenta de que, en realidad, el mundo los tiene en las suyas.

Licorice Pizza se encuentra actualmente en cartelera.

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