Reseña - El Discípulo, de Chaitanya Tamhane (Netflix): la búsqueda eterna del artista fracasado

Durante un concurso de música clásica india, Sharad (Aditya Modak), tras su participación, espera entre la multitud atento el nombramiento de los ganadores. El tercer lugar es revelado, y los aplausos se hacen presentes; restan dos oportunidades, así que Sharad se une al público. El segundo lugar tampoco es para él, así que únicamente le queda haber superado a los demás cantantes. De cualquier forma, decide que también debe aplaudir a su rival. Finalmente, cuando el primer lugar es anunciado, y no es él, entre la gente solo hay una persona sin aplaudir: Sharad. En El Discípulo (2020), y en la vida, por supuesto, la entrega casi absoluta a un arte no es suficiente para ser tomado en cuenta, ni mucho menos para alcanzar la maestría. En ocasiones, el don simplemente no existe.

El Discípulo reseña
Imagen: Zoo Entertainment

Sharad es un joven cantante de música clásica india, arte en el que la sociedad ha perdido interés a través del tiempo. Dedicado por completo a convertirse en un gran cantante, y optimista de que el género tenga un resurgimiento, el chico entrena arduamente bajo la tutela de su gurú (Arun Dravid), a quien también cuida debido a su avanzada edad. Sharad no tiene mucha suerte en los concursos a los que asiste; además, su gurú le insiste en que debe esforzarse más para mejorar. Cada vez más agobiado por una aparente falta de talento, Sharad no solo se enfrenta a esta frustración, sino a los tiempos cambiantes en la India, donde la música popular y la modernidad amenazan con sepultar para siempre su pasión, así como las invaluables enseñanzas de su padre y de todos los maestros que le precedieron.

Dirigida por Chaitanya Tamhane (Court) y ganadora del premio al Mejor Guion en la pasada edición del Festival de Cine Venecia, El Discípulo alude a la frustración artística introduciendo al espectador en el mundo de la música clásica india. Modak, músico en la vida real que hace su debut como actor, se convierte en guía de este viaje por un mundo arcano y selecto que exige bastante conocimiento, tanto del que ejecuta como el que escucha. Entregando los derechos de distribución global a Netflix, y confiando en que la universalidad del sentimiento que enarbola su obra apele a la sensibilidad general, Tamhane presenta una faceta de la idiosincrasia india, donde lo tradicional y lo moderno mantienen una lucha constante por el dominio de los intereses de las nuevas generaciones.

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Imagen: Zoo Entertainment

El peso de la historia cae por completo en Sharad, cuya pugna interna por tratar de convencerse de que es capaz de convertirse en lo que ha soñado toda la vida es posible. Pero ¿qué pasa cuando estas expectativas no son cumplidas? Una cosa es fallarle a los demás, ¿pero y a uno mismo? Tamhane deja esto en claro a través de los estrictos estatutos de la música, que piden a los cantantes comprometerse por completo al arte, esperando ni un ápice reconocimiento o remuneración económica. Modak, quien interpreta al personaje a través de dos épocas distintas con un cambio físico muy bien trabajado, sin duda vierte su experiencia personal dando vida a Sharad, de ahí que la decepción personal resulte creíble. Quizá lo más notable es que Modak no recurre a ningún recurso grandilocuente para proyectar el sentimiento; la represión de sus emociones y la apacibilidad con la que se guía en todo momento que por dentro se nos sugiere como una constante tormenta son suficientes para entender por lo que está pasando.

Pero hay otro personaje que, a pesar de no aparecer nunca en pantalla, impacta lo suficiente en el desarrollo de Sharad. Maai (Sumitra Bhave, famosa cineasta fallecida apenas hace unos días), su más grande ídolo musical, aparece en distintos momentos a través de una voz en off, la cual narra los distintos preceptos espirituales de la música clásica india, así como lo que deben sacrificar los discípulos para alcanzar la grandeza. Las enseñanzas transmitidas por su padre, quien también se hace presente durante una serie de flashbacks, dejando ver cómo Sharad fue instruido, casi a la fuerza, desde pequeño son un "faro" para el protagonista. Las escenas dejan a Tamhane explorar su lado más poético. Con distintos slow motion de Sharad viajando en su moto, la distintiva música del sitar de fondo y el voice over tomando un papel preponderante, el director y guionista no solo ofrece un vistazo al corazón de este arte, sino también a las motivaciones de Sharad, quien poco a poco ve cómo todo lo que conocía realmente no le ha servido ni le servirá para mucho. 

Tamhane se compromete por completo con tomas estáticas y una serie de ultralentos dolly in a cargo del cinefotógrafo polaco Michał Sobociński—, que nos dejan asomarnos al fracaso de Sharad, sobre todo cuando está en el escenario. Pero Sobociński no solo se interesa por lo que pasa ahí, sino también por las expresiones del público, las cuales hablan por sí solas en muchos momentos. Estas escenas también se prestan para captar emocionantes panoramas protagonizados por la audiencia y, en algunos casos, la naturaleza. 

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Imagen: Zoo Entertainment

Este acercamiento y el íntimo conflicto del protagonista son, probablemente, las razones por las que el mexicano Alfonso Cuarón se interesó por El Discípulo, prestando su nombre como productor ejecutivo de la película. Aunque el paralelismo con Roma (2018) podría resultar improbable, el impacto que tiene la llegada de la modernidad y el surgimiento de nuevas formas de pensar, incluso dentro de su misma esfera y la exhaustiva exploración del microcosmos de su personaje establecen un discurso compartido.

La cinta también nos remite a otras recientes obras occidentales que también lidian con el fracaso artístico. Los hermanos Coen lo hicieron en clave de comedia negra con Balada de un Hombre Común (2013), donde Oscar Isaac interpreta a un músico de folk sin suerte, que, por si fuera poco, también debe poner su vida en orden. Otro ejemplo claro es la popular Whiplash (2014), de Damien Chazelle, la cual retrata, igualmente, el doloroso viaje hacia la perfección. Aunque en aquella la relación tóxica entre maestro y estudiante toma un papel protagónico, el sacrificio y la renuncia a una vida ordinaria de Andrew (Milles Teller) también están presentes en Sharad, quien se rehúsa a buscar un mejor trabajo, aun sabiendo que debe mantener a su abuela, a su gurú y a él mismo. Como se escucha por ahí, nadie nunca hijo que sería sencillo.

El Discípulo retrata la frustración permanente del asceta. De cualquier manera, Tamhane nos recuerda, a través de la narración de Bhave, que la música clásica india es "una búsqueda eterna". Quizá Sharad nunca se convierta en lo que ha siempre ha querido, pero en su dedicación podría estar su consuelo; aunque, como su gurú, otros a su alrededor y el mismo lo saben, hace falta una mente "pura e inmaculada" para conseguir el objetivo. Y en un país en el que las posibilidades para salir adelante son limitadas, en el que un gurú de gran talento se mueve entre la miseria y los reality shows acaparan el interés popular, Sharad encuentra en la necesidad de dar a conocer el valor cultural de su pasión una oportunidad más de mantenerse estrechamente unido a lo que su padre le inculcó. La búsqueda ha cambiado, pero nunca habrá de terminar.

El Discípulo está disponible en Netflix.

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