Reseña - Akelarre: "No hay nada más peligroso que una mujer que baila"

Mientras el juez Rostegui (Àlex Brendemühl) realiza el humillante interrogatorio a Ana (Amaia Aberasturi), el enviado del rey señala con prontitud todos las signos que, según él, confirman que la joven es una bruja. Una sonrisa perversa, una posición obscena de las piernas, los cánticos "demoniacos"... Y la lista sigue. 

Akelarre podrá situarse en 1609, pero la actitud del inquisidor resuena en una época en la que, a pesar de los constantes y sentidos reclamos de la mujer, el patriarcado continúa disponiendo de ella y sugiriéndole y hasta ordenándole lo que puede hacer y lo que no. En esta historia, la cacería de brujas es más bien una persecución a las mujeres; al borde del precipicio, la única manera de sobrevivir es permaneciendo juntas.

Akelarre reseña
Imagen: Sorgin Films, Kowalski Films, Lamia Producciones, Tita Productions, La Fidèle Production

Rostegui y su Consejero (Daniel Fanego) llegan al País Vasco con la encomienda de aprehender, interrogar y ejecutar a las brujas de la región. Ana y sus amigas pronto son acusadas de crímenes de índole sobrenatural, por lo que terminan en el calabozo a la espera de que Rostegui decida su destino. Pero al no obtener de ellas los secretos del llamado sabbat la celebración satánica que le quita el sueño Rostegui comienza a jugar mentalmente con las chicas. Violentadas y amenazadas, Ana decide seguirle la corriente para ganar tiempo, esperando que los hombres del pueblo, ausentes en altamar, regresen para salvarlas. Así, Ana y las demás se convierten, al menos en la cabeza de su victimario, en las temidas brujas que ha estado persiguiendo.

El argentino Pablo Agüero nos devuelve a una época en la que las instituciones disponían a placer de todo lo que tuviera que ver con la mujer. La ambientación, tristemente, continúa vigente en muchos sitios en pleno siglo XXI. Selección oficial de la pasada edición del Festival de San Sebastián, y ganadora de cinco Premios Goya en la más reciente entrega, Akelarre es un atinado reflejo de un momento de la historia en el que la rebelión de la mujer se siente con fuerza. Apelando a la sororidad como principal arma para vencer la opresión que se cierne sobre las jovencitas, el director y la coguionista Katell Guillou conciben un relato feminista que, a pesar del poco desarrollo de sus personajes, invita a una reflexión importante sobre la liberación femenina en tiempos de malestar social.

Aunque la cinta, por supuesto, no hace referencia a ningún elemento sobrenatural, el horror que viven las adolescentes es más grande que cualquier indicio de una presencia maligna; de hecho, la verdadera malicia exuda del fanático Rostegui, un bruto y obsesionado sin otra motivación en la vida que seguir las órdenes de su rey y de su Dios. Ana, Katalin (Garazi Urkola), María (Yune Nogueiras) y el resto enarbolan un pensamiento adelantado a su tiempo, uno en el que lo divino ya no tiene la misma importancia. Este choque de ideas es acentuado, además, por sus géneros. La batalla entre hombres y mujeres va más allá de las diferencias obvias; el meollo se encuentra en la apertura mental y un sentimiento humanista que distinguen a estas mujeres.

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Imagen: Sorgin Films, Kowalski Films, Lamia Producciones, Tita Productions, La Fidèle Production

Apresadas y extirpadas poco a poco de lo que las define, las jovencitas se enfrentan a la necedad y la ignorancia. Mientras los hombres incluido un cirujano ahondan en disparatadas teorías, rumores y toda clase de sinsentido religioso, sus prisioneras fraguan en su húmeda y fría celda la forma en la que voltearán las cosas para usar las creencias de sus enemigos en su contra. "Los hombres temen a las mujeres que no les temen", le dice una anciana a Ana, dándole un incentivo más para hacer frente a su infortunio. Es cierto que Agüero y Guillou adoptan una posición maniqueísta en su relato; pero, en un instante como el que vivimos ahora, no queda otro remedio. "Rompe el pacto", dice una de las tantas consignas que las mujeres, específicamente en México, han adoptado en las últimas semanas.

Quizá el reproche más serio que se le pueda hacer a Agüero y Guillou es la poca atención que hay en los personajes una vez presentados. Ana y sus amigas se convierten en un ente común, muy poderoso, sí, pero carente de presencias individuales y conflictos variados. Lo mismo ocurre con el otro bando, en el que Rostegui lidera a un grupo de abusones que claman tener la verdad de su lado. Si bien el juez es el único que más o menos experimenta un cambio durante su arco, este es producto de la manipulación de las mujeres cautivas, quienes aprovechan su debilidad inherente para tratar de cambiar su suerte. En otras palabras, los realizadores se preocupan casi en su totalidad por la historia y no por darle una mayor dimensión a sus personajes; para ellos, lo que representan es lo único que importa.

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Imagen: Sorgin Films, Kowalski Films, Lamia Producciones, Tita Productions, La Fidèle Production

De cualquier manera, el guion toca otro tema muy valioso y pertinente: el de la imposición ideológica. Que la cinta esté hablada, en buena parte, en vasco denota la diversidad de un país en el que, a pesar de que se hablan distintas lenguas, el cine en castellano del mainstream rara vez se abre a la pluralidad.  En Akelarre, el demonio es el hombre blanco de ojos claros y que habla español, no por nada Rostegui y su séquito catalogan el euskera como una lengua casi blasfema; "¡En cristiano!", les ordenan con severidad cuando no hablan en español entre ellas. La imposición por medio del idioma es un debate que escapa a esta reseña, pero Agüero y Guillou tienen un gran acierto en hacerlo sentir en la trama.

Akelarre presenta también una manifactura técnica impecable. Las vistas que captura la mirada del fotógrafo Javier Agirre son esplendorosas. La calidez de sus tomas destaca, sobre todo, en el último acto, cuando las muchachas se entregan a un frenesí dancístico que augura un final incierto para todos los involucrados.

Comparar este filme con La Bruja (The Witch, 2015) resulta irresistible, pero no por lo obvio, sino por la forma en la que tanto Robert Eggers como Agüero abordan la idea de cómo la mujer es relegada y oprimida cuando no se sabe qué hacer con ella.

"No hay nada más peligroso que una mujer que baila". La frase no solo encapsula la esencia de la película, sino también el actuar de millones de madres, hermanas, hijas, amigas y compañeras que hace tan solo unos días en el marco de la conmemoración de su día salieron a las calles para llevar a cabo un ritual no muy distinto al de Ana y las suyas. Si están diciendo que se va a caer es porque se va a caer.

Akelarre está disponible en Netflix.

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