Notturno (2020), de Gianfranco Rosi, me arrebató de la vida cotidiana desde sus primeros 48 cuadros. La belleza permanente de un amanecer silencioso se destruye ante la agitación física de unos soldados olvidados en alguno de los países donde se filmó durante tres años la contemplativa película de Rosi, quien no se detiene ni un segundo para asegurarse de que sepas que se trata de Iraq, Kurdistán, Siria o Líbano. Para él, lo importante son los seres humanos retratados: ciudadanos del mundo y víctimas de una guerra llena de intereses oscuros. El distanciamiento económico y cultural que tienen en comparación con los países desarrollados me hace ver que estos son olvidados por el resto del mundo hasta que alguna potencia necesita justificar un conflicto bélico.
Imagen: 21 Unofilm, Stemal Entertainment, RAI Cinema, Les Films d'Ici, Arte France Cinéma |
Todos conocemos la guerra —ya sea otra película más de chavitos muriendo con honor en la Segunda Guerra Mundial o de superhéroes salvando el planeta—. Sin embargo, yo no conocía su silencio y su soledad. Las ancianas deambulando en esa prisión abandonada con su silencioso y errático andar me recuerda que hay que detenerse a sentir cualquier emoción. La señora toca las paredes para sentir a su hijo, porque un día nadie podrá volvernos a acariciar el rostro. El silencio como protesta al estruendo de la guerra. Me cautivaron las imágenes de los soldados en sus trincheras observando el tranquilo paso del tiempo. El movimiento de las nubes. El verde y azul del firmamento. Me pregunto si solo estarán esperando la muerte, o maravillándose de la existencia y nuestra relación con la tierra a la que nadie —conscientemente— le haría la guerra.
La cercanía con las bellezas naturales y los yacimientos petroleros hacen evidente el sinsentido de la guerra. Muy al principio del documental nos encontramos con un motociclista; Rosi sigue en modo libre y no ofrece mayor contexto de quién es esta persona, que viaja dejando atrás unas torres que parecen de refinería. Pronto nos vemos siguiéndolo en una balsa mientras anochece, y dentro de toda esta hermosa belleza están siempre incandescentes esas torres petroleras. Vemos la belleza del mundo incinerada por el ávido deseo de más petrodólares. Mientras, un misterioso hombre —en un país no identificado— sitúa pacientemente sus trampas, carga su rifle y espera en un hermoso lugar al pato que se va a cenar. El resto nos volcamos a la inmediatez, a obtener todo sin esfuerzo, sin contacto humano ni con la naturaleza. Toda esta velocidad solo es posible con nuestros autos consumiendo gasolina a 120 kilómetros por hora, y con el mundo produciendo 6.25 millones de barriles de crudo por día. ¿Cuánto del plástico que los europeos, asiáticos y americanos tiramos diariamente en nuestros cestos de basura proviene de Medio Oriente? Supongo que en México muy poco o nada. Pero recibimos de nuestros aliados del norte mucha gasolina manchada de sangre y destrucción. Afortunadamente, solo tenemos que ver una toma del asesino ejercito gringo. Esa única toma lo dice todo. Toda la razón de por qué están ahí: para proteger intereses comerciales. No se ve un sola carcachita o una sola familia pobre y numerosa protegida por el convoy de militares estadounidenses; solo hay tráileres —que resaltan entre las carencias de la población— siempre nuevos, limpios, protegidos por los tanques más escalofriantes de todo el documental.
Imagen: 21 Unofilm, Stemal Entertainment, RAI Cinema, Les Films d'Ici, Arte France Cinéma |
Al momento de querer romper todo este silencio, Rosi lo hace a través de tres voces inocentes. Un hombre se viste durante la noche con sus ropas religiosas; después de despedirse de su esposa, toma su tambor y sale a tocar a la calle en una especie de llamado a la población para lo que —me imagino— es alguna de las oraciones cotidianas de la ciudad. El dialogo a través del canto nos permite seguir en esta subjetividad entre la guerra, lo espiritual y las bellas imágenes que captura la cámara. Rosi mantiene su discurso libre para la interpretación personal. El fundamentalismo religioso de ISIS es contraatacado con la permanencia de la fe y la humildad de los ciudadanos comunes y corrientes que se retratan en el documental. Es esperanzador ver que, a pesar de la vulgaridad religiosa que representan grupos terroristas como ISIS, el ciudadano de estos países de Medio Oriente sigue trabajando su fe. Lo que este documental transmite es que la libertad ideológica es fundamental, aunque haya grupos que interpreten el Corán de una manera tan inhumana.
«Es con la voz sin filtros de los niños cuando uno rompe en llanto. Es el momento del documental donde el mundo y la vida se vuelven algo pesado e insostenible; la inercia de nuestras vidas parece asquerosa y solo quieres detenerte y hacer que la humanidad despierte. La claridad en los dibujos —esa precisión para describir la situación que vivieron los niños que son entrevistados— muestra lo profundo que es el trauma que vivieron y que vivirán durante años».
Como segunda voz están los ancianos, los que vivieron otras épocas y en otras naciones. Quizá alguno de ellos —que ahora viven en un lugar oscuro y sin vida— sea testigo de la riqueza cultural y natural con la que contaban estas naciones tan antiguas. Continuando sin explicaciones, no sabemos si están en un asilo o en un manicomio. A través de una obra dramática interpretada por varios viejos, nos enteramos un poco de la situación política que han vivido estos países en las ultimas décadas. En estas escenas, la inexpresividad resalta; ya no tienen fuerza física ni ideológica. El mundo tan difícil —que suponemos vivieron— los ha dejado sin pasiones. Ese sentimiento de soledad —que primero es retratada en los soldados, un tanto espiritual y enigmática— se vuelve con los ancianos y los niños en una muy triste y despiadada. Los adultos, contemplando el firmamento con su rifle, listos para morir; mientras, los ancianos y los niños viven en la oscuridad recuperándose de la violencia de la guerra, buscando la paz y la alegría nuevamente para poder vivir sin padres, madres, hermanos y abuelos en un país destruido.
Imagen: 21 Unofilm, Stemal Entertainment, RAI Cinema, Les Films d'Ici, Arte France Cinéma |
Es con la voz sin filtros de los niños cuando uno rompe en llanto. Es el momento del documental donde el mundo y la vida se vuelven algo pesado e insostenible; la inercia de nuestras vidas parece asquerosa y solo quieres detenerte y hacer que la humanidad despierte. La claridad en los dibujos —esa precisión para describir la situación que vivieron los niños que son entrevistados— muestra lo profundo que es el trauma que vivieron y que vivirán durante años. Ellos que lograron sobrevivir. ¿Qué podré ofrecerle a esos niños cuando sean unos adolescentes y comiencen a cuestionar el mundo en el que viven?; ¿cómo puedo ayudarlos a aliviar su dolor? Por ahora, solo puedo hablar de ellos y recomendar este documental para que sean vistos y escuchados. La violencia y la guerra está ahí con esos niños; nosotros debemos quitarnos la venda de los ojos y los tapones de los oídos. Escucharlos y verlos para que su situación sea real y no podamos negarla y olvidarla.
Notturno nos presenta un retrato de la guerra lleno de naturaleza y vida cotidiana lleno de belleza, una que va a permanecer aun si la especie humana logre extinguirse en los próximos años. Nos queda descubrir maneras efectivas para que todo ser humano pueda vivir. Si un chico puede salir en las madrugadas de un país en guerra a trabajar con cazadores, aprender de ellos y, posteriormente, cazar pichones para proveer a los que parecen varios huérfanos cuidados por una anciana, ¿qué no podemos hacer nosotros en nuestra situación actual para cambiar el mundo?
Notturno está disponible en Mubi.
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