La realidad se alimenta de la ficción, pero ¿puede suceder también lo contrario? En Fauna, el director mexicano-canadiense Nicolás Pereda se hace esta pregunta a través de un metarrelato que incomoda en todo momento. Para desarrollarlo, el realizador mismo se pone meta al tocar un tema tan pertinente como el del impacto de la cultura del narco en el cine y la televisión.
En vista de la forma en la que distintos estudios han presentado últimamente a sanguinarios criminales como antihéroes, la cinta enfrenta el aspecto real y ficticio de la, en muchos casos, idealizada figura de los cabecillas de los cárteles. Pero quizá lo más llamativo de todo es que lo anterior se nos presenta en una inusual clave cómica.
Imagen: Producciones En Chinga, Interior XIII |
Luisa (Luisa Pardo) y Paco (Francisco Barreiro) son dos novios y actores que se embarcan en un viaje por territorio casi inhóspito en algún lugar de México para visitar a la familia de ella. Las cosas no comienzan del todo bien para Paco, quien en breve cae víctima del desdén del padre (José Rodríguez López) y de Gabino (Lázaro Gabino Rodríguez).
De cualquier forma, el par encuentra cierta fascinación en Paco, quien es parte del reparto de la serie Narcos de Netflix. Esto genera un momento de tensión en el grupo, el cual se invierte cuando, más adelante, Gabino comienza a contarle a su hermana de qué trata el libro que está leyendo, en el que los personajes son ellos mismos, aunque asumiendo roles inesperados.
Parte de la selección oficial de los festivales de San Sebastián, Toronto y Morelia, en este último, ganadora del premio al Mejor Director, Fauna resulta más un ejercicio que una película por sí misma. Conformada por una serie de viñetas que rayan casi en lo absurdo, sobre todo en la primera parte, la cinta se presenta, inicialmente, como un encuentro familiar poco convencional.
Los personajes, que comparten sus nombres con los actores que los interpretan, emergen con una visible molestia dentro de sí. Su eventual convergencia exhibe un malestar interno que, en breve, crea varios conflictos entre ellos, unos más intensos que otros.
Imagen: Producciones En Chinga, Interior XIII |
Es en el marco de esta fricción familiar en el que Pereda introduce el comentario sobre la influencia de la cultura del narco en el entretenimiento. Mientras disfrutan, incomodamente, de unas cervezas en la cantina del pueblo, Gabino y su padre le piden (¿u ordenan?) al novio de Luisa que les haga una de las escenas de la serie. Extrañado, este se rehúsa en repetidas ocasiones; pero, eventualmente, se rinde ante la insistencia de su familia política.
Esta casi obsesión de los fanáticos de Narcos, retratada con una larguísima secuencia, señala esa idealización de estos individuos, muchos considerados héroes en su lugar de origen. Pero esto solo es preámbulo de una realidad más cruda, la cual llega, irónicamente, por medio de la ficción.
En la segunda parte, la metanarrativa se desdobla por completo cuando Gabino relata a detalle el contenido de la novela que ha estado revisando, aparentemente, con poco interés. Este nuevo mundo creado por un autor "invisible", de pronto, se traga el habitado por Gabino y los demás, y lo regurgita como uno más crudo y un tanto menos divertido que el anterior. Es aquí donde nos adentramos en una historia detectivesca con tintes de cine negro.
Gabino, ahora protagonista de una de esas historias que le emocionaban en Narcos, se convierte en la posible víctima. Esta inversión de papeles también afecta a Paco, quien emerge ahora como una figura bastante más amenezadora que la que interpreta en la serie. En un abrir y cerrar de ojos, la glamorización del narco se a cae a pedazos.
Imagen: Producciones En Chinga, Interior XIII |
A pesar de la breve duración de la cinta (apenas 70 min.), Pereda consigue explorar, aunque sea brevemente, algunos de los traumas que aquejan a estos personajes. Luisa, por ejemplo, comparte un peculiar momento con su madre, en el que prácticamente la obliga a ayudarla a ensayar sus líneas. Durante esta escena, la inseguridad y temores de la actriz salen a relucir.
Además de su evidente pánico escénico, es posible percibir un ligero conflicto entre ambas mujeres. "La infelicidad de la hija es el triunfo de la madre", recita Luisa con muchos problemas; a continuación, la madre, también actriz, repite la frase con una fuerza inusual penetrando el último escudo emocional que le quedaba a su hija. Irónicamente, más adelante, Luisa interpreta no solo un nuevo papel, sino dos más; tal pareciera que, en el mundo ficticio más apegado a la realidad, estos individuos tienen una nueva oportunidad de redefinirse. Está en ellos aceptarla.
Estos aspectos metanarrativos de Fauna nos remiten en cierta medida a Animales Nocturnos, otra película que se desdobla para revelar una violencia implacable dentro de sí. En ambas, la historia dentro de la historia nos permite explorar un universo aparentemente ajeno a los personajes que habitan la "realidad", pero cuyas implicaciones temáticas podrían ser demasiadas como para poder soportarlas. En Fauna, esa fascinación por la violencia se voltea cuando la ficción supera la realidad.
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