En el 2016, Yeon Sang-ho, irónicamente, le dio nueva vida al cine de zombis. Con Estación Zombie, el coreano introdujo una acertada y necesaria crítica social en lo que parecía ser de inicio una cinta más del subgénero. Convirtiéndose en un éxito rotundo a nivel global, el filme posó la atención del mundo sobre los problemas de clases que aquejan al primer mundo, en este caso, los de una sociedad aparentemente en armonía. Esto, por supuesto, fue reforzado no hace mucho por Parásitos (Bong Joon-jo, Corea del Sur, 2019) y su magistral representación del clasismo.
Así, con todos los reflectores puestos sobre el cine coreano desde hace tiempo, la secuela de Estación Zombie llegó con bombo y platillo, prometiendo llevar su concepto a un nuevo y bombástico nivel. Y vaya que cumplió, pero no necesariamente como muchos hubieran deseado.
Durante el brote infeccioso en Corea del Sur que ha convertido a gran parte de la población en una horda de zombis hambrientos, el capitán del ejército Jung-seok (Gang Don-won) trata de sacar a la familia de su hermana del país a bordo de uno de los últimos barcos que zarpará de la península. Cuando parecía que podrían llegar sanos y salvos a su destino, un violento incidente le arrebata a sus familiares a Jung-seok.
Años después, viviendo en Hong Kong como refugiado y sin propósito alguno junto a su cuñado Chul-min (Kim Do-yoon), el exmilitar recibe una interesante propuesta que podría cambiar su vida, si es que logra sobrevivir. Encomendados por unos mafiosos, Jung-seok y Chul-min regresan a Corea para recuperar un millonario botín. Y es entre el infierno causado por los zombis y un grupo de desertores militares sobrevivientes que Jung-seok encuentra una oportunidad para redimirse.
Con la etiqueta de "selección oficial" de la edición 2020 del Festival de Cannes, otorgada a los títulos que se proyectarían como parte del evento este año, Península llega en un momento complicado para la industria y el planeta en general. Si bien no nos enfrentamos a zombis ni nada parecido, las consecuencias de la pandemia han puesto en jaque a la economía mundial; el cine, por supuesto, no ha quedado exento.
Los contados estrenos en salas han traído tanto esperanza como temor para aquellos en busca de escapismo. Península cumple precisamente con este objetivo, aunque no de la misma manera en la que hicieron sus predecesoras cuando vivíamos en la ya añorada normalidad.
Para concluir su trilogía (conformada también por la precuela animada Seoul Station), Yeon Sang-ho ha optado por construir un blockbuster en toda la extensión de la palabra, con todo lo bueno y malo que esto implica. Esta última entrega es sin duda la más ambiciosa de todas, pero también la más decepcionante.
Dejando de lado la inteligencia, sensibilidad y verdadera sensación de terror que caracterizaron a Estación Zombie, la sucesora apuesta todo por las secuencias de acción, un melodrama simplón y la esperanza de que el espectador se asombre una y otra vez con las explosiones, persecuciones y demás. Michael Bay sin duda les habría dado su bendición.
En medio de todo está Jung-seok, un tipo atormentado por no haber podido salvar a su hermana y sobrino. Esta culpa lo mantiene en un estado letárgico durante su nueva vida, si es que se le podría llamar así, en Hong Kong,. El recordatorio de que pudo haber hecho más por parte de su cuñado solo lo hunden más y más. Yeon Sang-ho y el coguionista Park Joo-suk refuerzan este sentimiento en el prólogo, cuando una pareja le pide ayuda desesperadamente para que los lleve con ellos, solo para dejarlos a su suerte en pleno caos.
Es así como rápidamente entendemos el dolor emocional que aflige al protagonista, por lo que resulta un tanto incoherente verlo aceptar un peligroso trabajar simplemente por dinero, algo que sin duda no lo llenará en lo más mínimo.
Lo que empieza como una cinta de zombis se convierte en minutos en una de atraco, en la que los protagonistas deben llegar a un lugar para sustraer el dinero y regresar sano y salvo. Con los elementos que hay de por medio, y omitiendo la incongruencia de la motivación de Jung-seok, la premisa no suena del todo mal, pero el potencial que tenía se va por el caño cuando los personajes regresan a su país: un escenario posapocalíptico generado casi en su integridad por computadora que parece más propio de un videojuego que de una película. Resulta imposible no fijarse en el mundo inerte y vacío que recorre el grupo, el cual no genera algún tipo de sensación.
Ante esto, los zombis emergen como la última posibilidad de emocionar o aterrorizar al público; sin embargo, el director escoge los ¿autos? como su as bajo la manga. Más de eso adelante.
En el acto que se desarrolla en Corea, Yeon Sang-ho nos presenta una variedad de personajes poco memorables. Están primero Min-Jung (Lee Jung-hyun) y su familia, quienes han decidido subsistir por su cuenta para no lidiar con el sargento Hwang (Kim Min-jae) y su milicia llena de lunáticos. Sin matiz alguno, el director concibe los dos lados de la moneda: aquellos que han mantenido su humanidad durante tiempos de desesperación y los que no. No resulta difícil adivinar con quiénes se alía Jung-seok para cumplir con su objetivo.
También hay un factor determinante que contribuye a su arco narrativo de redención, el cual sería no mejor mencionar para no arruinar la trama. De cualquier manera, este aspecto parece ser solo un pretexto para engrandecer el "heroico" final.
Península es una película de zombis, pero estos han quedado ahora en un lejano tercer o hasta cuarto plano. Es cierto que Yeon Sang-ho no podría hacer más con este elemento, aunque sí que lo hace con una nueva criatura; curiosamente, los infectados son en esta ocasión una mera inconveniencia para todos los involucrados.
Por alguna razón, la nueva fascinación del director y su equipo creativo son los autos. La última gran secuencia de la cinta es una persecución al estilo Furia en el Camino para llegar al punto x. Generadas por computadora en su totalidad, las escenas nuevamente parecen una larguísima cutscene de videojuego que bien pudo haber sido diseñada por los creadores de Rápido y Furioso. Llegar a la meta es literalmente de vida o muerte, pero lo que está en juego nunca fue tan aburrido.
Al final, cuando Yeon Sang-ho le da finalmente esa oportunidad a su protagonista de salvarse, la relevancia ha quedado ya sepultada en capas de imágenes generadas por computadora y un guión realmente malo. Este intento por expandir todavía más el universo de Estación Zombie ha herido de muerte a una franquicia que tendrá que superar un virus real para recuperar su inversión.
Con algunas ideas buenas de por medio, como la de los refugiados coreanos siendo marginados en Hong Kong y la del significado de la culpa, Península trata de salvarse de la ambición de su propio director, quien se olvidó por completo de los valores de su creación.
El cine coreano ha podido mezclar muy bien elementos fantásticos con problemas sociales latentes. El mismo Bong Joon-ho lo hizo con la familia disfuncional de El Huésped, de donde extrajo algunos elementos para hacer su posterior obra maestra. En este caso, Yeon Sang-ho ha hecho lo contrario, ha extirpado a Estación Zombie de todo su valor social para dejar solamente el cascarón.
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