Reseña - Dolor y Gloria: el cine como única salvación

"Las películas son siempre las mismas, son tus ojos los que cambian", le dice una vieja actriz al veterano y director Salvador Mallo (Antonio Banderas). Esta frase de Dolor y Gloria, la nueva película de Pedro Almodóvar, guarda un significado especial para cualquier amante del cine, y aún más cuando la gran revelación al final de esta se hace presente. Las experiencias vividas sin duda alteran nuestro criterio; y lo que alguna vez fue valioso y relevante, pronto podría convertirse en algo meramente superficial, o viceversa. Resulta interesante pensar en cómo verá Almodóvar esta cinta dentro de varios años, quizá hacia el final de su vida, pues trazos de esta se mezclan con la ficción para dar como resultado una de las obras más fascinantes en la filmografía del realizador español.

Salvador Mallo, un director de cine en su ocaso, recibe la propuesta de proyectar en la Filmoteca de Madrid una de sus grandes obras, considerada ya un clásico. Aunque un poco dubitativo, y habiendo comulgado con su trabajo hasta hace poco, este acepta y se decide a buscar de nuevo al protagonista, Alberto (Asier Etxeandia), un veterano actor en receso que ha encontrado un nuevo refugio en la heroína, pero que ansía el momento de volver a interpretar un papel de peso. Su primer encuentro en años es un poco incómodo, pero su vínculo se vuelve a fortalecer gracias a la droga y un proyecto especial entre ambos. Mientras, Salvador encuentra alivio para todos sus dolores físicos y mentales en la heroína de Alberto y luego la de calle, pero una serie de vivencias y recuerdos le harán tratar de alcanzar la gloria una vez más.


Cerca del final, la madre de Salvador el dice que no le gusta la autoficción, que detesta ver representaciones de sus vecinas y otras cosas conocidas en las películas de su hijo. Este irónico momento engloba una de las motivaciones principales de Almodóvar para filmar Dolor y Gloria, una especie de confesión artística y personal que deja al descubierto sus vulnerabilidades como director e individuo, sin duda un ejercicio muy valiente y que pocos puedan lograr. Y para cumplir con su cometido, el cineasta echa mano de dos de los más grandes aliados que ha tenido durante toda su carrera: Antonio Banderas y Penélope Cruz, quienes guardan un importante vínculo sin quiera compartir escena.

Almodóvar nos presenta el que parece ser el final de la vida artística de Salvador; sin embargo, una serie de reencuentros, tanto con personas importantes de su pasado como con su obra, le hacen cuestionarse si realmente ha terminado su ciclo como director. Banderas entrega una de las mejores interpretaciones de su vida, y queda claro por qué ganó el premio al Mejor Actor en la pasada edición del Festival de Cannes. Sin duda debe de haber sido todo un reto para el actor realizar un trabajo que representa una extensión misma de su director, sin importar que se trate de su álter ego, tal y como ha explicado. Las implicaciones personales son demasiado altas, y aun así, Banderas vierte todo su talento para dar vida a un personaje dolido, quebrado y en busca de una nueva inspiración.


Dolor y Gloria transcurre en dos épocas distintas, el presente y pasado de Salvador, tiempos a los que Almodóvar nos transporta sin previo aviso y como una forma de entender su aparente declive artístico y físico. Lleno de dolencias, este también se convierte en narrador durante un momento muy singular de la película, cuando un conjunto de animaciones retro exponen sus deficiencias físicas y mentales, las cuales igualmente describen distintas experiencias que ha tenido en la vida, algunas por decisión suya, y otras, por la de su madre, sin duda el segundo personaje en importancia en esta historia a pesar de sus breves apariciones. Y es precisamente Cruz, otra importante colaboradora de Almodóvar a través de los años, quien se encarga de interpretarla.

Como su madre, Cruz proyecta calidez en la precaria situación en la que ella y su pequeño hijo se ven involucrados. Ese amor maternal inyectan algo de felicidad en la vida de un niño que debe tomar lo que tiene y no dejarlo ir, pues es quizá lo único que tendrá. La relación toma un vuelco distinto con el tiempo, cuando vemos a la madre en sus últimos días siendo cuidada por un Salvador exitoso, pero a quien considera un mal hijo después de todo. Y son estas palabras las que probablemente le hacen contemplar las opciones posteriores que tuvo a su alcance, escogiendo la soledad y el aislamiento en lugar del amor y la compañía. "A veces, el amor no basta para salvar a la persona que amas". Y es aquí donde surge la pregunta: ¿realmente Salvador quiere ser salvado?".


"Si no escribes ni ruedas ¿qué vas a hacer?", le pregunta a Salvador la misma actriz. "Vivir, supongo", le contesta compungido y hasta con cierto temor. Pero es durante esta época de vulnerabilidad que el hombre se reencuentra con su pasado de distintas formas, ya sea apreciando por primera vez su obra maestra, o viendo cara a cara nuevamente a Federico, un viejo amor interpretado por Leonardo Sbaraglia, quien comparte con Banderas el momento más romántico de la película. Junto con las intermitentes escenas de su pasado como un niño curioso y ávido de conocimiento, Almodóvar nos otorga las herramientas para comprender la identidad sexual, intelectual y personal de un hombre adolorido tanto física como mentalmente. La única solución parece estar en regresar a lo que más ama: el cine, donde aguarda el giro más sorprendente de la cinta.

Dolor y Gloria también contiene varios momentos visuales de total esplendor. Almodóvar ha ideado varios espacios no solo con varias referencias a su trabajo y vida personal, sino con bastantes atractivos artísticamente hablando. ¿Quién no quisiera vivir en su fabulosa casa? ¿O haber vivido en una cueva cuando era niño? Incluso la sala de espera de uno de los médicos que visita contiene un encanto y armonía que contrastan notablemente con su estado.

Lo nuevo de Almodóvar es una experiencia cinematográfica enriquecedora y que sin duda representa una necesaria catarsis para el director; una carta de amor al cine, y una muestra de cómo desplegar efectivamente una metanarrativa inspirada en la vida del propio creador.

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