Los últimos años de Nicole Kidman han sido sumamente movidos. La veterana actriz ha sorprendido con buenas actuaciones en cintas como El Sacrificio del Ciervo Sagrado y El Seductor, pero ninguna de ellas se compara realmente con la que nos regala en Destrucción, donde encarna a una detective en decadencia que se obsesiona con un caso con implicaciones muy personales. Sometida a capas de maquillaje para aparentar una mayor edad y acercando su caracterización a la de un antihéroe al borde del colapso físico y emocional, Kidman destaca en una película un tanto desequilibrada que retrata en forma de un thriller la autodestrucción de una mujer que cree haberlo perdido todo.
Erin Bell (Kidman) es una detective sumida en el alcoholismo y la depresión. Cuando recibe pistas del posible resurgimiento de Silas (Toby Kebell), un criminal con el que colaboró mientras trabajaba como encubierta en su banda durante su juventud, Erin se propone a dar con él para encerrarlo de una vez por todas y hacerlo pagar por su crímenes. La detective comienza a buscar a sus viejos socios, quienes suponen un cruel recordatorio de su etapa como "criminal" y su relación con Chris (Sebastian Stan), compañero de misión y amante. Mientras trata de llegar al fondo del asunto, Erin también lidia con su matrimonio fallido con Ethan (Scoot McNairy) y la prepotente actitud de su hija Shelby (Jade Pettyjohn), testimonio viviente del vínculo con su viejo amado.
Karyn Kusama ha resurgido en los últimos años gracias a una buena selección de proyectos, cuya seriedad opaca a aquellos con los que se hizo relativamente famosa en la década pasada. En Destrucción, la directora y su habitual equipo de guionistas indagan en las tribulaciones de una mujer perseguida por su pasado, el cual le ha costado demasiado. A través de Kidman, el equipo de creativo nos cuentan una historia de asolamiento que, si bien no termina por ser convincente, vaya que sirve de plataforma para que la actriz pueda desplegar una inesperada brutalidad en las acciones de su personaje. Independientemente de las inconsistencias narrativas, Kusama obtiene lo mejor de Kidman durante un gran momento de su carrera.
Erin resiente los estragos del alcohol, la edad y una excesiva cantidad de golpes, tanto físicos como emocionales. Su estado es deplorable y apenas puede mantenerse en pie. Las capas de maquilla, excesivas hasta cierto punto, nos presentan a una Nicole Kidman irreconocible, decrépita y devastada. Su vida es un desastre, y conforme avanza la trama nos enteremos del origen de su zozobra. Cuando era joven, mientras informaba como encubierta sobre una pandilla de asaltantes, un trabajo mal ejecutado le deja una herida imborrable en su vida y una culpa de la que no ha podido deshacerse. Ese fantasma la persigue y perturba sin cesar. Cuando esta sombre vuelve a tomar fuerza, esta se propone a que su último suspiro arregle las cosas de alguna forma.
A pesar de la buena actuación de Kidman, Kusama y sus guionistas pierden demasiado tiempo haciendo parecer a Destrucción como un relato de venganza. La trama embarca a la protagonista en un viaje sumamente violento cuyo único destino parece ser un ajuste de cuentas. Afortunadamente, el conflicto interno de Erin es suficiente como para mantenerse atento y hacer caso omiso a la necedad de los cineastas; sin embargo, la resolución no termina por ser satisfactoria. La oscuridad dentro de Erin la ha consumido, pero su objetivo final termina por ser muy simple teniendo en cuenta el gran diseño que concibe para cerrar el caso definitivamente.
Los personajes secundarios tampoco ayudan del todo. Kebell interpreta a un criminal que se asemeja al líder de un culto. Su brutalidad le precede y sus secuaces lo obedecen en todo momento. Este aparece más como una sombra que persigue a Erin (y viceversa) y realmente solo sirve para representar una de las fuerzas que se oponen a la protagonista. Stan tampoco sobresale demasiado, pero quien sí brilla con una pequeña y puntual aparición es Tatiana Maslany como Petra, antigua compañera criminal de Erin con quien comparte las mejoras escenas de la película, mismas en las que podemos entender un poco más las acciones que llevaron a la detective hasta este momento.
Aunque el giro final llega de forma sorpresiva, este trata de complicar la trama de forma innecesaria. El espectador tratará de dar forma temporal a la historia en lugar de reflexionar acerca del estado de Erin. Este movimiento es confuso y termina por ser un distractor. De igual manera, los flashbacks tampoco resultan tan convincentes. En ellos nos topamos con una radiante y muy juvenil Kidman inmersa de lleno con la pandilla de Silas. La tentación de la vida criminal es abrumadora y la posibilidad de vivir sin preocupaciones la lleva a pensar en un futuro improbable; sin embargo, sus motivos no dejan de ser superficiales y poco relevantes para lo que pasa en el presente. Erin ha cambiado y la culpa la atormenta, pero su indiferencia a veces no encaja con su deseo de hacer el bien.
En Destrucción, Erin se lastima a sí misma sin razón aparente. Sí, la tragedia ha marcado su vida y el trabajo que desempeña en medio de la decadencia de Los Ángeles es deprimente, pero eso está en el pasado y en realidad no fue culpable. Kusama y los guionistas tratan de convertir a la detective en una heroína muy humana; sin embargo, todo queda reducido a una simple venganza. La directora, quien impresionó hace unos años con el thriller de horror La Invitación, demuestra una notable habilidad para conducir a una actriz como Kidman y montar escenas de acción y tensión, pero falla en desmenuzar un trauma y sacarle más provecho a la terrible situación de la protagonista.
Karyn Kusama ha resurgido en los últimos años gracias a una buena selección de proyectos, cuya seriedad opaca a aquellos con los que se hizo relativamente famosa en la década pasada. En Destrucción, la directora y su habitual equipo de guionistas indagan en las tribulaciones de una mujer perseguida por su pasado, el cual le ha costado demasiado. A través de Kidman, el equipo de creativo nos cuentan una historia de asolamiento que, si bien no termina por ser convincente, vaya que sirve de plataforma para que la actriz pueda desplegar una inesperada brutalidad en las acciones de su personaje. Independientemente de las inconsistencias narrativas, Kusama obtiene lo mejor de Kidman durante un gran momento de su carrera.
Erin resiente los estragos del alcohol, la edad y una excesiva cantidad de golpes, tanto físicos como emocionales. Su estado es deplorable y apenas puede mantenerse en pie. Las capas de maquilla, excesivas hasta cierto punto, nos presentan a una Nicole Kidman irreconocible, decrépita y devastada. Su vida es un desastre, y conforme avanza la trama nos enteremos del origen de su zozobra. Cuando era joven, mientras informaba como encubierta sobre una pandilla de asaltantes, un trabajo mal ejecutado le deja una herida imborrable en su vida y una culpa de la que no ha podido deshacerse. Ese fantasma la persigue y perturba sin cesar. Cuando esta sombre vuelve a tomar fuerza, esta se propone a que su último suspiro arregle las cosas de alguna forma.
A pesar de la buena actuación de Kidman, Kusama y sus guionistas pierden demasiado tiempo haciendo parecer a Destrucción como un relato de venganza. La trama embarca a la protagonista en un viaje sumamente violento cuyo único destino parece ser un ajuste de cuentas. Afortunadamente, el conflicto interno de Erin es suficiente como para mantenerse atento y hacer caso omiso a la necedad de los cineastas; sin embargo, la resolución no termina por ser satisfactoria. La oscuridad dentro de Erin la ha consumido, pero su objetivo final termina por ser muy simple teniendo en cuenta el gran diseño que concibe para cerrar el caso definitivamente.
Los personajes secundarios tampoco ayudan del todo. Kebell interpreta a un criminal que se asemeja al líder de un culto. Su brutalidad le precede y sus secuaces lo obedecen en todo momento. Este aparece más como una sombra que persigue a Erin (y viceversa) y realmente solo sirve para representar una de las fuerzas que se oponen a la protagonista. Stan tampoco sobresale demasiado, pero quien sí brilla con una pequeña y puntual aparición es Tatiana Maslany como Petra, antigua compañera criminal de Erin con quien comparte las mejoras escenas de la película, mismas en las que podemos entender un poco más las acciones que llevaron a la detective hasta este momento.
Aunque el giro final llega de forma sorpresiva, este trata de complicar la trama de forma innecesaria. El espectador tratará de dar forma temporal a la historia en lugar de reflexionar acerca del estado de Erin. Este movimiento es confuso y termina por ser un distractor. De igual manera, los flashbacks tampoco resultan tan convincentes. En ellos nos topamos con una radiante y muy juvenil Kidman inmersa de lleno con la pandilla de Silas. La tentación de la vida criminal es abrumadora y la posibilidad de vivir sin preocupaciones la lleva a pensar en un futuro improbable; sin embargo, sus motivos no dejan de ser superficiales y poco relevantes para lo que pasa en el presente. Erin ha cambiado y la culpa la atormenta, pero su indiferencia a veces no encaja con su deseo de hacer el bien.
En Destrucción, Erin se lastima a sí misma sin razón aparente. Sí, la tragedia ha marcado su vida y el trabajo que desempeña en medio de la decadencia de Los Ángeles es deprimente, pero eso está en el pasado y en realidad no fue culpable. Kusama y los guionistas tratan de convertir a la detective en una heroína muy humana; sin embargo, todo queda reducido a una simple venganza. La directora, quien impresionó hace unos años con el thriller de horror La Invitación, demuestra una notable habilidad para conducir a una actriz como Kidman y montar escenas de acción y tensión, pero falla en desmenuzar un trauma y sacarle más provecho a la terrible situación de la protagonista.
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