El amor puede convertirse en una profunda y rotunda decepción. Así lo declara Zhenya (Maryana Spivak), esposa y madre de una familia rota precisamente por esto: la ausencia del amor. Sin Amor, la nueva cinta de Andrey Zvyagintsev, examina una brutal ruptura familiar donde aparentemente este sentimiento nunca existió o se diluyó rápidamente. El director ruso logra capturar un desolador panorama social que no solo involucra la frágil estabilidad familiar, sino la superficialidad e indiferencia de una sociedad sumida en placeres banales y en una cualquier cantidad de tareas que no tienen fin. Todo esto es representado por la súbita desaparición del hijo del matrimonio, quien sufre las terribles consecuencias de esta falta de empatía.
Zhenya y Boris (Aleksey Rozin) viven los últimos días de su matrimonio. Buscando finalizar su divorcio, la pareja intenta vender su departamento y separar los bienes para que cada uno pueda seguir con su camino. En medio del pleito se encuentra su hijo, Alexey (Matvey Novikov), un solitario niño del que ninguno de los dos tiene deseos de ocuparse realmente. Cuando por accidente este escucha una fuerte discusión que tiene que ver con su destino final, las razones para irse de casa se vuelven más que suficientes. Mientras Zhenya y Boris continúan con sus vidas y sus nuevas respectivas parejas, el rastro de Alexey desaparece. Tienen que pasar más de dos días para que se den cuenta de su huída, lo que los reúne una vez más para tratar el asunto y no tener que volver a verse nunca más.
Después de haber realizado un exhaustivo y acertado retrato sobre la corrupción en su país natal, Zvyagintsev está de vuelta con otro relato incómodo sobre las esferas sociales rusas y la forma en la que han sido consumidas por la superficialidad y el egoísmo. Si en Leviatán el Estado había perdido cualquier tipo de credibilidad y compasión, en Sin Amor los ciudadanos igualmente se muestran como seres frívolos que solo velan por sí mismos, mientras los indefensos y menos privilegiados quedan a la deriva. La nueva película del aclamado director ruso, la cual se hizo acreedora al Premio de Jurado en la pasada edición del Festival de Cannes, es un cruel recordatorio de la apatía y desdén social que parece conducir a Rusia, y a muchas otras naciones, hacia el "fin de los tiempos".
Y no se trata de una exageración. El aire apocalíptico puede sentirse a través de la historia con una serie de emisiones televisivas y radiofónicas que los personajes escuchan en distintos instantes. No es una coincidencia que la trama esté situada en 2012, donde la paranoia del fin del mundo y la guerra en Ucrania acaparaban los titulares de los noticiarios. Zhenya y Boris viven totalmente ajenos a cualquier otra cosa que no tenga que ver con su ego. Viviendo en un bonito departamento en una buena zona de Moscú, ambos no pueden esperar a finalizar su divorcio, aunque el único temor que les invade es saber quién se quedará con el pequeño Alexey, quien llora desconsolado escuchando cómo sus padres desean escapar de sus responsabilidades, pero lo más importante, cómo en realidad han renunciado a cualquier tipo de amor puro.
Ausentes es la palabra que define a Zhenya y Boris y que mejor describe la relación con su hijo. La madre, ensimismada por su apariencia y por mantenerse al día con publicaciones irrelevantes en redes sociales, lo trata con desprecio. Boris, preocupado por lo que podría pensar su jefe ultra conservador al enterarse de que se ha divorciado, ni siquiera tiene contacto con él. Ambos han iniciado nuevos amoríos con un matiz controversial. Por un lado, Zhenya se ha juntado con un acaudalado hombre mayor; por el otro, Boris ha embarazado a una joven mujer que toma en cuenta a su madre para tomar cualquier decisión. A pesar de sus diferencias, todos tiene algo en común: un nulo interés por lo que ocurre fuera de su minúsculo círculo social.
Zvyagintsev se hace presente particularmente en una escena en la que Zhenya y su nuevo amante disfrutan de una cena romántica en un restaurante muy fino. La cámara toma posesión de un hombre que coquetea con una bella joven que inmediatamente se sienta con otro a cenar; después, el recorrido nos lleva hasta donde la madre despliega toda su sexualidad para seducir a su pareja. Del otro lado, un grupo de mujeres de clase alta pierden el tiempo tomándose selfies. La sociedad, sumida en una orgía de cualquier tipo de placeres, se derrumba mientras la guerra, las desapariciones y catástrofes azotan al mundo. La pérdida de la cordura a la que el director hace hincapié no solo está en el hecho de fallar como padres, sino como ciudadanos conscientes que pasan sus días preguntando a la inteligencia artificial de su teléfono el significado de sus sueños, tal y como la inocente novia de Boris lo hace después de sufrir una pequeña crisis existencial.
Al igual que en Leviatán, Zvyagintsev critica la indiferencia de las autoridades y el sufrimiento que representa la burocracia para el ciudadano ordinario. Zhenya pide ayuda a los autoridades locales, quienes reaccionan lentamente y apegándose en todo momento al estricto e ineficiente protocolo de seguridad. El policía que la visita le resta importancia al caso y lo clasifica como uno más. Pero quienes sí parecen tener corazón en la cinta son un grupo independiente y no gubernamental dedicado a la búsqueda de personas desaparecidas, quienes ejecutan acciones específicas y minuciosas para dar con el paradero de Alexey. Mientras, Zhenya se enfrenta a los fantasmas del pasado y a la insoportable presencia de su madre, cuya actitud explica su fría personalidad.
Los protagonistas de Sin Amor son seres que bien podrían estar muertos por dentro. Los instantes en los que Zhenya declara a su nuevo amante la forma en la que se sintió asqueada al ver su hijo recién nacido son suficientes para darnos cuenta de su insensibilidad e incapacidad de amar, a pesar de clamar lo contrario. Boris no se queda atrás y su nueva familia poco a poco se convierte en una mentira de la cual no tardará en cansarse. Las últimas escenas son devastadoras y auguran un futuro sombrío para una sociedad ocupada en adularse a sí misma. Al mismo tiempo, los recuerdos de aquellos quienes no tienen con qué defenderse rápidamente se pierden sin dejar rastro. Su voz nunca será escuchada.
Zhenya y Boris (Aleksey Rozin) viven los últimos días de su matrimonio. Buscando finalizar su divorcio, la pareja intenta vender su departamento y separar los bienes para que cada uno pueda seguir con su camino. En medio del pleito se encuentra su hijo, Alexey (Matvey Novikov), un solitario niño del que ninguno de los dos tiene deseos de ocuparse realmente. Cuando por accidente este escucha una fuerte discusión que tiene que ver con su destino final, las razones para irse de casa se vuelven más que suficientes. Mientras Zhenya y Boris continúan con sus vidas y sus nuevas respectivas parejas, el rastro de Alexey desaparece. Tienen que pasar más de dos días para que se den cuenta de su huída, lo que los reúne una vez más para tratar el asunto y no tener que volver a verse nunca más.
Después de haber realizado un exhaustivo y acertado retrato sobre la corrupción en su país natal, Zvyagintsev está de vuelta con otro relato incómodo sobre las esferas sociales rusas y la forma en la que han sido consumidas por la superficialidad y el egoísmo. Si en Leviatán el Estado había perdido cualquier tipo de credibilidad y compasión, en Sin Amor los ciudadanos igualmente se muestran como seres frívolos que solo velan por sí mismos, mientras los indefensos y menos privilegiados quedan a la deriva. La nueva película del aclamado director ruso, la cual se hizo acreedora al Premio de Jurado en la pasada edición del Festival de Cannes, es un cruel recordatorio de la apatía y desdén social que parece conducir a Rusia, y a muchas otras naciones, hacia el "fin de los tiempos".
Y no se trata de una exageración. El aire apocalíptico puede sentirse a través de la historia con una serie de emisiones televisivas y radiofónicas que los personajes escuchan en distintos instantes. No es una coincidencia que la trama esté situada en 2012, donde la paranoia del fin del mundo y la guerra en Ucrania acaparaban los titulares de los noticiarios. Zhenya y Boris viven totalmente ajenos a cualquier otra cosa que no tenga que ver con su ego. Viviendo en un bonito departamento en una buena zona de Moscú, ambos no pueden esperar a finalizar su divorcio, aunque el único temor que les invade es saber quién se quedará con el pequeño Alexey, quien llora desconsolado escuchando cómo sus padres desean escapar de sus responsabilidades, pero lo más importante, cómo en realidad han renunciado a cualquier tipo de amor puro.
Zvyagintsev se hace presente particularmente en una escena en la que Zhenya y su nuevo amante disfrutan de una cena romántica en un restaurante muy fino. La cámara toma posesión de un hombre que coquetea con una bella joven que inmediatamente se sienta con otro a cenar; después, el recorrido nos lleva hasta donde la madre despliega toda su sexualidad para seducir a su pareja. Del otro lado, un grupo de mujeres de clase alta pierden el tiempo tomándose selfies. La sociedad, sumida en una orgía de cualquier tipo de placeres, se derrumba mientras la guerra, las desapariciones y catástrofes azotan al mundo. La pérdida de la cordura a la que el director hace hincapié no solo está en el hecho de fallar como padres, sino como ciudadanos conscientes que pasan sus días preguntando a la inteligencia artificial de su teléfono el significado de sus sueños, tal y como la inocente novia de Boris lo hace después de sufrir una pequeña crisis existencial.
Al igual que en Leviatán, Zvyagintsev critica la indiferencia de las autoridades y el sufrimiento que representa la burocracia para el ciudadano ordinario. Zhenya pide ayuda a los autoridades locales, quienes reaccionan lentamente y apegándose en todo momento al estricto e ineficiente protocolo de seguridad. El policía que la visita le resta importancia al caso y lo clasifica como uno más. Pero quienes sí parecen tener corazón en la cinta son un grupo independiente y no gubernamental dedicado a la búsqueda de personas desaparecidas, quienes ejecutan acciones específicas y minuciosas para dar con el paradero de Alexey. Mientras, Zhenya se enfrenta a los fantasmas del pasado y a la insoportable presencia de su madre, cuya actitud explica su fría personalidad.
Los protagonistas de Sin Amor son seres que bien podrían estar muertos por dentro. Los instantes en los que Zhenya declara a su nuevo amante la forma en la que se sintió asqueada al ver su hijo recién nacido son suficientes para darnos cuenta de su insensibilidad e incapacidad de amar, a pesar de clamar lo contrario. Boris no se queda atrás y su nueva familia poco a poco se convierte en una mentira de la cual no tardará en cansarse. Las últimas escenas son devastadoras y auguran un futuro sombrío para una sociedad ocupada en adularse a sí misma. Al mismo tiempo, los recuerdos de aquellos quienes no tienen con qué defenderse rápidamente se pierden sin dejar rastro. Su voz nunca será escuchada.
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