Yo, Daniel Blake: un desgarrador drama social sobre el amor propio

Vivir con lo justo para mantenerse al día con las deudas, pagar los impuestos, atenerse a las infinitas disposiciones gubernamentales que prometen hacernos la vida un poco más difícil, ser parte de un sistema para el cual eres todo menos un ser humano. Este parecer ser el pan de cada día integrante de la clase trabajadora; cada persona que, sin importar que viva en el primer mundo, ve con temor venir cada principio de mes. En Yo, Daniel Blake, Ken Loach retrata la tragedia social vivida por millones y que deja al descubierto la incapacidad de un gobierno para poder realmente entender los problemas de sus ciudadanos. De cualquiera manera, esta no es una película sobre la pesadilla burocrática que resulta poder reclamar un derecho, sino de cómo mantener la dignidad ante la peor de las dificultades.

Daniel Blake (Dave Johns) es un carpintero de 59 años que ha tenido un serio problema en el corazón, lo que lo ha mantenido incapacitado por recomendación médica. Para poder adquirir la pensión gubernamental, Daniel tiene que someterse a una larga lista de trámites y tediosas horas de espera para primero ser atendido y luego tratar de convencer a los burócratas que cumple con todos los requisitos para ser beneficiario. Al serle denegada la ayuda, el hombre, viudo, sin educación formal y completamente solo, tiene que encontrar la forma de apelar, otro laberinto sin salida. Cierta alegría llega a su vida cuando conoce a Katie (Haley Squires), una madre soltera también en busca de su pensión que está en su misma o una peor situación. Encontrando alivio en el hombro del otro, ambos lucharán por lo que les corresponde y tratarán de sobrevivir a como dé lugar.


Ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes del año pasado, Yo, Daniel Blake es una historia sencilla con un poder inconmensurable. Loach y el guionista Paul Laverty han concebido una sin mayor complejidad al contarnos las vivencias de un hombre bueno y honesto que se ve involucrado en un problema que amenaza gravemente su estabilidad económica. Pero a pesar de los grandes obstáculos que tiene enfrente, los cineastas nos presentan a un hombre que nunca pierde el camino y que se aferra a pelear por sus derechos, porque su voz sea escuchada y por un trato digno. He aquí un  crudo drama social que nos hace preguntarnos si realmente merecemos lo que tenemos.


Johns interpreta de manera soberbia a un tipo común y corriente que acaba de perder a su esposa después de un largo tiempo de cuidar de ella. Tras noches sin dormir y tener que maniobrar con su trabajo y los últimos y dolorosos días de su amada, el sufrimiento no termina para Daniel. La actuación de Johns es fundamental para poder identificarnos con un hombre que es puesto contra la pared a pesar de no haber incurrido en ninguna falta mas que envejecer, algo que que parece no ser tolerado por la sociedad productiva. Sin importar cuan frustrado se sienta, Daniel mantiene el buen humor y las ganas para poder salir de su problema. Su peculiar acento del norte de Inglaterra y su gracia natural lo convierten en un personaje difícil de olvidar.

A Johns lo acompaña Haley Squires como la joven madre londinense de dos hijos que llega a Newcastle no por decisión propia, sino reubicada por el gobierno y sus programas para acoger a personas sin recursos. La actriz encarna a una mujer víctima del machismo y de la frialdad de un gobierno que no tiene tiempo para preocuparse por el hecho de que ha estado viviendo en un diminuto espacio y que sus hijos tendrán que rehacer su vida una vez más. La situación de Katie es creíble por la discreta pero puntual actuación de Squires y su triste pasado, experiencias que también la vuelven un personaje encomiable. 


En medio de la desgracia y conmovidos por la situación del otro, ambos encuentran un especie de confort ayudándose en la medida que les es posible. Mientras Katie sale a buscar trabajo, Daniel la ayuda cuidando a sus hijos y arreglando su casa. Esta, infinitamente agradecida, le comparte de la poca comida que tienen. Por momentos parece difícil darse cuenta que las acciones se sitúan en uno de los países más prósperos del mundo. Loach le pone un tenue tono postapocalíptico con una escena en particular, aquella en donde Daniel y Katie acuden al banco de comida después de formarse en una larga fila y donde tiene lugar una de las escenas más fuertes de la película, misma que enmarca la desesperación de una madre y mujer. 

En Yo, Daniel Blake, el protagonista ha quedado apartado de una sociedad que ha cambiado vertiginosamente y que no le ha dado el tiempo necesario a personas como él para adaptarse. La brecha digital y los nuevos formatos para conseguir trabajo son aspectos que terminan por hundir las aspiraciones de Daniel. Sea como sea, los nuevos tiempos tampoco ofrecen clemencia a los jóvenes, pues no solo Katie se enfrenta ante las aparentes injusticias, sino también un amigo de Daniel, "China" (Kema Sikazwe), un soñador que no se conforma con ganar unas cuantas libras por horas de trabajo y que ha encontrado una astuta forma de hacer dinero.


Esto es precisamente lo que Loch y Laverty pretenden demostrar con su cinta, que los sueños pueden permanecer intactos sin importar la condición. Daniel, a pesar de que nunca pudo tener hijos, se ha convertido en algo así como una figura paterna para los hijos de Katie. Esta, por otro lado, todavía anhela poder terminar una carrera y superarse a sí misma. Incluso el amigo de Daniel, China, aspira a olvidarse de los trabajos mal pagados y hacerla en grande con su venta clandestina de tenis originales. Los sueños se mantienen como el último ancla de la cordura.

Yo, Daniel Blake y su poderoso discurso resultan en un alzamiento de la voz de los más desfavorecidos. La figura de Daniel es tan heroica como trágica y aunque le hayan despojado de sus pertenencias, su dinero y hasta sus mismos derechos, hay algo que las dependencias gubernamentales no le han podido quitar, "el amor propio" tal y como dice cuando se enfrenta a una gran decepción concerniente a Katie. Las escenas finales de la película contienen una notable desesperanza, pero también un contundente mensaje que humaniza los números sociales y los miles de casos como el suyo. Al darle el nombre de su obra al mismo protagonista, Loach y Laverty critican el hecho de que nos hemos convertido en meras cifras y que el gobierno simplemente se niega a escuchar a su gente que no pide más que lo que les corresponde.

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