Hasta el Último Hombre: el milagroso poder de la convicción

La conciencia es lo que definitivamente caracteriza nuestra humanidad, pero son las convicciones lo que realmente definen nuestra individualidad. Cuando estas son diferentes al estándar se corre el riesgo de ser marginado de una sociedad que no puede tolerar pensamientos únicos o manifestaciones atípicas. Poder navegar en esta tempestad con nuestros principios intactos y manteniéndonos fieles a nuestras creencias puede ser el reto más grande que exista. Algunas de las figuras más importantes de la historia han resaltado por ello, por haber muerto defendiendo su manera de pensar; pero pocas como la de Desmond Doss, objeto de Hasta el Último Hombre, cinta que narra la increíble hazaña de un sujeto que estaba dispuesto a servir a su país en la guerra de una forma poco convencional.

Desmond Doss (Andrew Garfield) es un joven adventista que ha tenido una infancia un tanto complicada debido al alcoholismo de su padre (Hugo Weaving), quien tiende a tratarlo horriblemente a él, su hermano y su madre cuando está pasado de copas. La violencia que ha vivido en casa, y a la que en algún momento recurrió, le ha abierto los ojos y le ha instado a honrar a Dios y todos sus mandamientos al pie de la letra. Cuando los Estados Unidos entran a la Segunda Guerra Mundial, Desmond siente la necesidad de enlistarse y ser útil a su país; sin embargo, durante su entrenamiento se encuentra con un gran predicamento, pues las creencias que ha seguido durante gran parte de su vida le impiden tomar un arma y aún menos dispararla. En su cuartel pronto encuentra rechazo de compañeros y superiores, pero Desmond se mantiene firme ante los embates y las críticas. Es en el frente de batalla, en Okinawa, Japón, donde su valentía sale a relucir al encabezar un acto heroico y uno de los más destacados en la historia del Ejército de los Estados Unidos.


Tras una década de haberse ausentado del banquillo del director, Mel Gibson regresa con una película más sobre la fe y del cómo un individuo habrá de enfrentarse a un contexto adverso en un momento crucial de la época en la que vive. Hasta el Último Hombre narra la gesta heroica de Desmond Doss, militar pacifista con una creencia religiosa muy arraigada que salvó la vida de más de 70 compañeros en plena batalla sin haber disparado una sola bala. A pesar de la tendencia melodramática que suele imperar en las cintas biográficas con un hecho insólito de por medio, esta obra resalta por la crudeza de sus escenas y por enfocarse en el serio conflicto personal de un hombre que no se rendirá ante la presión social que lo rodea.

La película puede ser dividida en dos partes. En la primera, Gibson nos presenta a su protagonista y a sus seres queridos de una forma cándida y divertida hasta cierto punto. Incorporando un poco de comedia, un drama familiar y hasta una tierna historia de amor, el director y sus guionistas moldean esta parte de la cinta casi como cualquier otra del género; sin embargo, el desarrollo del personaje principal nunca queda comprometido; al contrario, cada persona que va entrando a la vida de Desmond nos ayuda a conocer un poco más sobre su peculiar creencia y los principios que ha jurado defender de una manera poco ortodoxa.


Durante las escenas de su entrenamiento en los cuarteles conocemos el lado más noble de Desmond, pero también el más duro. Las agresiones de sus superiores al desestimar sus convicciones y los ataques de sus compañeros, al pensar que se trata nada más que de un cobarde, ponen a prueba su templanza; pero a pesar de la frustración, su inquebrantable espíritu emerge victorioso de entre las tinieblas ganándose la aprobación de sus similares. Así, Desmond no solo se le otorga el respeto que merece de los demás, sino adquiere valiosas amistades que definirán el resto de su vida.

Pero todo cambia drásticamente en la segunda parte de la película. Las buenas intenciones, los momentos chuscos y las bellas frases de amor son intercambiadas súbitamente por los horrores de la guerra y cientos de cuerpos desmembrados, quemados y destripados. Gibson nos transporta al frente de la Batalla de Okinawa, en donde Desmond tendrá su gran prueba de fuego como creyente, profesional y ser humano. Es aquí donde el director no escatima en el uso de la violencia, algo sumamente recurrente en su trabajo, y nos somete a una impactante secuencia de guerra en la que la muerte es el principal protagonista. Con gran determinación, Gibson y su fotógrafo se lucen recreando una batalla tan intensa como sangrienta. Estos cerca de 15 minutos son una cátedra cinematográfica de cómo abordar este tipo de escenas.


Y claro, el momento cumbre de la cinta viene a continuación. En medio de una insostenible confusión y desamparo, Desmond logra apaciguar sus pensamientos ante la peste que lo rodea y comienza a llevar a cabo un milagro que lo hará pasar a la historia. Estas escenas sin duda están cargadas de tensión, pues la dinámica implementada, en la que el sujeto tiene que que salvar a decenas de compañeros sin ser visto por los japoneses e imposibilitado de usar un arma, funciona no solo para mantener al espectador atento, sino para reafirmar sus valores.

Como era de esperarse, Gibson saca su lado más xenofóbico al retratar a los soldados japoneses como una bandada de salvajes y desalmados que recurren a todo tipo de artimañas en el campo de batalla. Esta representación por supuesto que no es nada nuevo, sobre todo si estamos hablando de un punto de vista estadounidense, pero vaya que esta vez sí se ha esmerado en hacer lucir al enemigo lo peor posible. Quizá esta sea uno de los pocos notables defectos de la cinta.


Hasta el Último Hombre es una grata sorpresa cortesía de un cineasta que aparentemente estaba acabado como profesional. Al concebir una historia que tenía que ser contada de esta forma, Mel Gibson levanta la mano nuevamente y se declara listo para seguir trabajando. Si bien estamos hablando de una película que ciertamente no sale de lo convencional, el relato de Doss y su gran valentía son suficientes para inspirar al espectador y hacerlo creer no en algo divino ni en los demás, sino en uno mismo. El poder de la convicción en su máximo esplendor.

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