Convertida ya en una súper estrella y todo un ícono de la
música contemporánea, Adele hizo su esperado debut en México en un Palacio de
los Deportes a reventar y engalanado como pocas veces para recibir a la brit
ánica.
Mientras los miles de asistentes tomaban sus lugares, el
rostro de Adele con los ojos cerrados provocaba cierta tensión en al ambiente.
Era cuestión de tiempo para que los abriera y las emociones se desbordaran sin
control. Poco tiempo después de la hora pactada fue cuando estos cobraron vida,
las luces se apagaron y un “Hello” emanaba de todos los rincones del Palacio de
los Deportes. Las primeras y desoladoras notas de piano del clásico instantáneo
del mismo nombre anunciaban la inminente llegada de la intérprete, quien hizo
su aparición en el pequeño escenario alterno incrustado en medio del público en
el centro de la pista.
Con una entrada magistral, Adele hizo su presentación ante el
público mexicano. Serena y majestuosa, la cantante pronto hizo notar el poder
de su voz provocando elogios y reacciones de sorpresa entre los asistentes, los
cuales serían constantes durante esta casi mágica velada.
Con una enorme banda de apoyo, la cual incluía secciones de
cuerdas y viento y coristas, además de lo elemental, y resguardada por un bello
y minimalista escenario que contaba con una cortina corrediza que también
funcionaba como fondo para las proyecciones, Adele cumplió con todas las
expectativas no solo por la calidad de su show, sino por la calidez que la
artista mostró como persona. Ente cada tema, esta aprovechaba para charlar con
el público de una variedad de temas, como la emoción que sentía por estar en
México, cómo se ha desarrollado su gira o hasta de su propio trasero, del cual
se burló en varias ocasiones. Su famoso miedo escénico no se notó en ningún
momento, y a pesar de que confesó que le gustaba hablar demasiado para quitarse
los nervios, la presencia que emanaba con cada interpretación verdaderamente
golpeaba a todo quien se dejara llevar.
Los espacios también fueron aprovechados para que hablara un
poco sobre la siguiente canción; su origen, la inspiración y lo que significó
para su carrera. A manera de broma, pero muy en serio también, Adele advertía
que en su show correrían lágrimas, pero también habría espacio para bailar y
saltar, tal y como ocurrió en “Send My Love (To Your New Lover)” y “Rumour Has
It”.
Las relaciones fallidas en su pasado fueron obviamente el
núcleo del show y como si estuviera charlando con sus amigos, Adele relataba el
dolor que le causó el desamor que originó “Someone Like You”, o la nostalgia de
sentirse lejos de casa y de los amigos y la familia momentos antes de cantar “Million
Years Ago”.
Los grandes momentos de la noche fueron marcados tanto por la
respuesta de la gente, quienes cumplían cabalmente a cada petición de su ídolo
como prender las linternas de sus celulares o saludarla en determinado momento,
como por la gran producción, la cual tuvo enormes destellos en interpretaciones
como la de “Skyfall”, con un espectacular juego de luces, o en la de “Set Fire
to the Rain”, en donde Adele cantó dentro de una cascada artificial que se
formó en el minúsculo escenario alternativo.
Y como no habría otra manera de hacerlo, Adele se despidió con su
más grande éxito, “Rolling in the Deep”, el cual fue coreado de principio a fin
por cada uno de los presentes.
Las cientos de cicatrices en el corazón que pudieron haberse
anoche en el recinto indudablemente fueron abiertas una vez más por la triste y
desgarradora narrativa de Adele. Sublime y sencilla al mismo tiempo, la
británica dejó en claro el porqué es una de las artistas más grandes de la
actualidad.
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