Jason Bourne: un innecesario regreso a un misterio ya resuelto

ADVERTENCIA: LA SIGUIENTE RESEÑA CONTIENE VARIOS SPOILERS.

Después de que el año pasado nos atiborraran con cintas de espías, Jason Bourne llega en este verano para ¿cerrar con broche de oro? un periodo sumamente prolífico en cuanto al género se refiere. Ha pasado ya más de una década desde que al agente secreto irrumpió en el cine con una estupenda trilogía que revolucionó la dinámica de estas películas y le hicieron preguntarse a Eon Productions, dueños de los derechos de James Bond, si realmente estaban haciendo bien las cosas con su propiedad. Añadiendo una gran dosis de misterio, emocionantes escenas de acción y dotándolo de un enfoque altamente realista, la franquicia de Bourne resultó todo un éxito tanto en la crítica como entre el público. Ahora, tras una larga ausencia, el amnésico ex asesino está de vuelta en una cuarta entrega que, desafortunadamente, sucumbe ante los eternos vicios de Hollywood restándole credibilidad a una historia que verdaderamente llegó a ser muy interesante.

Han transcurrido 10 años desde que Jason Bourne (Matt Damon) exhibió las operaciones encubiertas de la CIA, mismas de las que él fue parte y víctima. Habiéndose recuperado de la amnesia que lo atormentaba y ganándose la vida en peleas clandestinas, Bourne aparentemente ha dejado ya todo atrás. Mientras, Nicky Parsons (Julia Stiles), un contacto que le ayudó en el pasado, descubre más información sobre su origen que le daría un giro a todo lo que habían encontrar antes tras hackear con éxito una base de datos de la CIA. Con lo que no cuenta es que el director de la agencia, Robert Dewey (Tommy Lee Jones), y la encargada del área cibernética, Heather Lee (Alicia Vikander) han encontrado su rastro, el cual podría llevarlos a Bourne y a retirarlo del panorama de una vez por todas. Es así como este tendrá que salir de las sombras para tomar venganza por lo que lo hicieron y evitar que un nuevo programa siga destruyendo otras vidas.

Con la terrible decepción que resultó Spectre, la última película de James Bond, el regreso de Bourne auguraba una nueva esperanza para todos aquellos fanáticos de las películas de espías. No solo se trataba del retorno del personaje titular después de la fallida presentación de Aaron Cross en Bourne: El Legado, sino la vuelta del director que logró dotar al proyecto de su característica esencia, Paul Greengrass. Con la inclusión de actores de renombre como Vincent Cassel, Vikander y Jones, los bonos eran todavía mayores. ¿Qué podía salir mal? Absolutamente todo. Con Jason Bourne, Greengrass y todo su equipo han querido volver a abrir un círculo que ya había sido cerrado, y de una manera muy convincente por cierto. Con este nuevo capítulo, la narrativa alrededor de Bourne se extiende de una forma innecesaria y forzada al punto de ser redundante y nada sorprendente. En pocas palabras estamos ante una cinta totalmente irrelevante.

Jason Bourne trata de explotar aún más todo lo que sabíamos sobre el personaje. De la nada, Greengrass pretende que nos traguemos que todavía hay más datos concernientes a la identidad secreta del alguna vez llamada David Webb, lo cual tampoco suena tan descabellado al tratarse de un relato en donde los secretos guardados por las agencias gubernamentales son los que mueven la trama, el gran problema es que todo parece sacado de la manga, pues podemos percatarnos de que no hacía faltar concebir un cuarto capítulo para enterarnos de estos detalles. Por enésima vez, nos enteramos que todavía hay alguien más arriba en la cadena de mando y que los involucrados del lavado de cerebro y posterior entrenamiento de Bourne siguen apareciendo. ¿Será que en la próxima película sabremos que incluso el mismo Presidente de los Estados Unidos tuvo algo que ver en ello? Se trata entonces de una mera excusa para generar unos cuantos millones más.


Además del pobre y plano guión de Greengrass, la relación que trata de establecer entre la trama y el estado actual del mundo resulta demasiado superficial. Los constantes guiños a Snowden y el robo de información confidencial, las protestas masivas y las redes sociales y su rol en la privacidad nos dejan en claro que el universo en el que habita Bourne es uno idéntico al nuestro, pero estos acontecimientos no sirven mas que para contextualizar el ambiente, nada de esto le concierne al protagonista a decir verdad. El director y escritor busca de una manera muy burda concientizar al espectador de estos problemas como si fuera algo inédito. Quizá Alicia Vikander debió de haberle recordado que tan solo Ex Máquina ya había hecho lo propio no hace mucho tiempo.

Lo anterior deriva también en una subtrama tan irrelevante como estúpida. Aaron Kalloor (Riz Ahmed), CEO de Deep Dream, la red social más influyente del planeta, ha pactado con la CIA para dejarlos accesar a la información de los usuarios mientras la agencia continúa financiado su futuro. Cuando las cosas se ponen muy feas y Kalloor ya no puede aguantar más su conciencia, este decide exponer la verdad para el disgusto del director de la CIA. El propósito de todo esto nunca queda claro. ¿Qué demonios tiene que ver Jason Bourne con Facebook y Mark Zuckerberg (a quienes hacen referencia de manera flagrante y torpe)? ¡Ah! Claro. Ahora resulta que el héroe tiene que salvar al mundo antes de que la agencia logre obtener la información de billones de personas. En la primer trilogía, la apuesta era más íntima y especial. Jason Bourne tenía que salvarse a sí mismo y evitar los efectos colaterales de la cacería. Ahora tiene que proteger a los usuarios de una red social de un misógino Tommy Lee Jones convertido en villano.


La incorporación de Vikander lucía sumamente atractiva; sin embargo, a pesar de que su papel nos habla del empoderamiento femenino en un ámbito todavía atípico, los múltiples giros con los que nos topamos nos dejan con muchas dudas con respecto al desarrollo de su personaje. Greengrass nos hace creer que Lee es una mujer íntegra, inocente y que lucha por sus principios, solo para que al final nos dé una cachetada en la cara y nos presente su verdadero y maquiavélico rostro. Sin ningún planteamiento previo, el director quiere que creamos que Lee ayudó a Bourne todo el tiempo solo para quedarse con la dirección de la CIA. Sin duda es inesperado, pero absolutamente absurdo.

Poco hay que destacar de Jason Bourne. Quizá lo mejor de todo sean las locaciones, sello distintivo de una cinta como esta. Londres, Atenas, Las Vegas son los lugares en donde se llevan a cabo la mayoría de los acontecimientos y es precisamente en este último en donde se desarrolla la mejor secuencia: una persecución automovilística en Las Vegas Boulevard. Con el uso de efectos prácticos, atrevidas maniobras y una edición perfecta, Greengrass y su equipo demuestran que todavía es posible impresionar al público sin la necesidad de la magia creada por computadora. Tristemente, toda esta grandilocuencia sirve para poco. Mucho esfuerzo para nada.


Después de habernos dejado muy satisfechos con Capitán Phillips, una verdadera obra llena de tensión y el cinéma vérité que en algún momento también desplegó en la franquicia en cuestión, Paul Greengrass decepciona rotundamente con Jason Bourne, la peor película de la saga y quizá su trabajo más mediocre hasta la fecha. El reciente fracaso de Bond le había puesto la mesa para tratarnos de demostrar que el regreso del ex asesino estaba más que justificado, pero nadie se imaginó que esto sería contraproducente. Una verdadera lástima.

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