Buey Neón: de puntadas y rodeos

Vivir entre la mierda no es algo necesariamente asociado con aquellos que trabajan con animales las 24 horas del día. Las dificultades de la vida a veces nos hacen pensar que el excremento lo cubre todo y que realmente no vale la pena escarbar para encontrar algo más. Irónicamente, en Buey Neón, película del brasileño Gabriel Mascaro, un grupo de vaqueros, acostumbrados a dormir en el mismo lugar donde sus bueyes cagan y mean, viven el día a día absortos en los sueños más placenteros y en aquellos breves instantes que hacen la sangre correr por sus venas. Con ella, Mascaro nos adentra en una rutina que deja asomar las aspiraciones, deseos y frustraciones de un grupo de personas que han escogido ser felices en un mundo que aparentemente los ha dejado sin opciones.

Iremar (Juliano Cazarré) es un vaquero que forma parte de un grupo itinerante que lleva sus bueyes a cualquier rodeo que puedan por el norte de Brasil. Mientras no está preparando a los animales, limpiando las heces o discutiendo con sus compañeros, el hombre dedica su tiempo libre a su gran pasión: la moda y confección. Cosiendo ropa interior femenina y todo tipo de trajes exóticos, Iremar encuentra en su hobbie algo para seguir soñando. La tropa también está conformada por Galega (Maeve Jinkings), una joven stripper que ofrece shows eróticos después de los rodeos, su hija Cacá (Alyne Santana), cuya pubertad poco a poco le insta a hacer preguntas, y Zé (Carlos Pessoa), un hombre mucho más rudo que los demás pero que no puede evitar ser el objeto de sus burlas. Cada uno de ellos trata de sobrellevar sus asuntos personales con el duro trabajo al que se han apuntado.

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Buey Neón carece de una historia a decir verdad. Mascaro nos introduce en la vida de este grupo de personas dejándonos ver con detalle aspectos tan sencillos como el bañarse, dormir o soñar. Iremar es el protagonista, un hombre que, como él dice, "tiene muy buen gusto" a pesar de dedicarse a la vaquejada. Este no ha permitido que su oficio se convierta en un impedimento para practicar su hobbie, pues se las ha ingeniado para encontrar sus propios materiales y las maneras menos convencionales para practicarlo, como hacer sus diseños en las mujeres desnudas de revistas pornográficas (con todo y hojas pegadas) propiedad de su compañero. Iremar incluso se ha adentrado en los basureros para buscar maniquíes que le permitan probar sus prendas. El tipo se toma muy en serio su pasión.

Pero aunque sigamos a este último la mayor parte del tiempo, sus compañeros también son el objeto de la mirada de Mascaro. Galega, la única mujer del grupo, es igualmente la modelo de Iremar, cuyas prendas llamativas son pieza fundamental de sus shows de striptease. Pero esta también desafía los roles sociales al ser la improbable conductora y mecánica del camión que usan como transporte. Asimismo, Galega tiene algunos problemas con su hija Cacá, pues su poca paciencia contrastara fuertemente con el ímpetu de la niña. A pesar del entorno en el que vive, la joven madre soltera también se da el espacio para encontrar esos momentos que le hacen sentir bien, como depilarse o ser parte de algunas sesiones de sexo a lado de los establos.


A Cacá también la podemos llamar una soñadora. La pequeña está fascinada con los caballos y uno de sus más grandes deseos es poseer uno, cosa que su madre califica como imposible. "Nunca podrá tener uno", le dice a Iremar, quien se mira más optimista al respecto. Cacá también sueña en secreto con el regreso de un padre que seguramente nunca volverá. Por eso, Iremar ha asumido, quizá sin darse cuenta, un rol paterno que nunca imaginó. Cuando esta pide abrazos o un poco de comprensión, el vaquero no duda en dárselos, al igual que uno que otro regaño. La llegada de Junior (Vinícius de Oliveira) al grupo, un joven sumamente preocupado por su aspecto físico, despierta también otro tipo de emociones en las chicas; mientras Galega desahoga su libido en él, la niña encuentra una nueva e inusual figura paterna.

Mascaro hace una relación interesante entre hombre y bestia. Los olores son parte fundamental de la cinta. Galega siempre clama que sus compañeros huelen a mierda, pero Iremar, muy acorde a su pasión por la moda, es también aficionado de la buena apariencia. Cuando una vendedora de perfumes los aborda, este rápidamente muestra sus conocimientos y gusto por las fragancias, atractivo que resultará crucial para involucrarse sexualmente con la mujer más adelante. En otra escena, Iremar y Zé se infiltran a una subasta de caballos de raza para robarse el semen de un semental usando el olor de una hembra apostada en ese mismo lugar. Después de todo, los humanos tienen mucho en común con los animales.


Mención especial merece la fotografía del mexicano Diego García, quien poco a poco se posiciona como uno de los más solicitados dentro del cine independiente internacional. El trabajo de García es notable por mantenerse al margen de todas las situaciones, prescindir del close-up y aún así poder dejar sentirnos las emociones de los personajes. El plano secuencia también es uno de sus fuertes, ejemplo de ello es la escena en donde Iremar y la vendedora sostienen un encuentro sexual prolongado. García lo captura entre sombras y de una manera tan sobrecogedora como natural, sin duda uno de los momentos más climáticos de la película. Aquellas tomas que Mascaro usa como interludios, en donde podemos ver a Zé, Iremar y Galega desarrollando sus actividades laborales casi de una forma poética sirven para dar fe del talento que tiene García para manejar la luz a su favor.

Con Buey Neón, Mascaro nos presenta personajes cuyas vidas no cambian en lo absoluto durante el desarrollo de la trama; su existencia sigue siendo la misma. Sus grandes inquietudes se diluyen en el día a día y nunca terminan por hallar una resolución, pero esto no es lo que le preocupa al director, sino más bien establecer un vínculo con el espectador que permita darle un significado especial a sus experiencias como individuos comunes y corrientes.


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