En un drama familiar convencional, la tensión, los secretos y la discordia suelen ser el motor narrativo. El desarrollo de circunstancias trágicas traen un nuevo orden en el que cada uno de los involucrados moverá sus piezas para conseguir lo que quiere o afrontar el conflicto. Caos y una desintegración emocional vienen a continuación. Pero si estamos hablando de la cultura oriental, precisamente del Japón, las cosas pueden ser muy distintas. En Nuestra Pequeña Hermana, el aclamado director Hirokazu Koreeda, aborda el deceso de un padre poco ordinario de la manera más gentil, esperanzadora y ecuánime posible. Si bien estamos hablando de un movimiento importante en la dinámica familiar de las hijas protagonistas, la manera en que lidian con esta pérdida nos deja una profunda sensación de calma y satisfacción.
Sachi (Haruka Hayase), Yoshino (Masami Nagasawa) y Chika (Kaho) son tres jóvenes hermanas que viven en Kamakura, una bella locación portuaria del Japón. Habiéndose independizado desde hace tiempo, las mujeres viven en la casa que les dejó su abuela, pues sus padres, divorciados, han hecho su vida propia alejados de ellas. Cuando les llega la noticia de que su padre, a quien no han visto en años, ha muerto, las hermanas acuden al funeral. Es ahí donde conocen a Suzu (Suzu Hirose), su reservada y respetuosa media hermana. Al darse cuenta de que ya no hay nada que ate a Suzu a ese lugar, puesto que la última esposa del padre en realidad no era su madre, Sachi decide invitarla a vivir con ellas en Kamakura. Tiempo después, Suzu acepta y se muda para comenzar una nueva vida a lado de las personas más amables y afectivas que nunca pudo haber conocido.
Nominada a la Palma de Oro en la pasada edición del Festival De Cannes, Nuestra Pequeña Hermana nos introduce en la vida de cuatros chicas con problemas muy distintos pero con el mismo corazón. Al referirnos a problemas podemos imaginarnos la peor de las situaciones, pero los dilemas que cada una de ellas enfrentan simplemente se reducen a los obstáculos con los que nos topamos en la vida diaria. De igual manera, Koreeda nos da un paseo por la fascinante cultura japonesa y nos deja ver la exquisitez de su gastronomía, el color de sus pueblos llenos de de curiosos detalles, el calor de su gente y la el noble espíritu que los caracteriza.
De distintas edades, cada una de las hermanas hace frente a sus propios demonios. Sachi, la más grande, es una enfermera involucrada en una relación con un hombre casado. Este no puede dejar a su esposa porque se encuentra enferma, situación que ha hecho recapacitar a Sachi sobre todo aquello. Yoshino es una amante de la bebida y los placeres que trabaja en un banco. Durante la trama, un asunto legal que tiene que tratar con una de las ancianas más queridas de la localidad le hará replantearse las prioridades de la vida. Chika es la más estrafalaria de todas y su relación con un tipo muy curioso dan fe de ello. Por último, Suzu encuentra dificultades para encajar en su nueva familia, sobre todo después de que la madre de sus hermanas aparece generando un poco de tensión entre todas ellas. Sin embargo, la felicidad impera en cada momento. Koreeda divide la historia en pequeños capítulos y cada uno de ellos concluye con un gran abrazo grupal, risas al unísono o un bello momento de amistad o fraternidad. No hay nada más que apacibilidad y dulzura en esta cinta.
Las hermanas aman a Suzu y les encanta la idea de tenerla viviendo con ellas. A pesar de las advertencias y la mala vibra que vienen de su tía abuela y sus respectivas parejas sobre la llegada de la niña, las chicas se mantienen firmes en su posición. Saben que ella no está aquí para reclamar una herencia o un motivo secreto, sino simplemente para convivir con aquellas quienes están dispuestas a darle todo, contrario a lo que pasaría de quedarse en su vieja casa. ¿Realmente importa que no tengan la misma sangre? La tía abuela piensa que sí en un comienzo, lo que rápidamente nos hace recordar la última obra de Koreeda, De Tal Padre, Tal Hijo. En ella, un hombre se ve en el predicamento de tener que dejar ir al hijo que ha criado y que era suyo, pero que, debido a un error humano, en realidad era de otra pareja. En ambas, el asunto de la sangre sale a colación, ya que esta, algo esencial en las tradiciones japonesas, es puesto en tela de juicio por el director. No es necesario llevar la misma genética para sentir a alguien como de la familia, se trata de un vínculo que se trabaja y se crea con amor y confianza.
Además de ser un excelente director por el hecho de lograr un gran equilibrio entre todos sus actores, Koreeda es también un portentoso guionista. Adaptando el manga Umimachi Diary, de Akimi Yoshida, el japonés ha logrado trasladar trasladar la esencia del formato no solo en la estructura narrativa, sino también en el estilo visual de su película. El tiempo que invierte en esos momentos sagrados, como las comidas o los funerales, la atención que presta a los paisajes y la exaltación de la naturaleza nos hacen sentir que vamos dando vuelta a la página conforme va transcurriendo la trama. De alguna manera, ese estado de contemplación y la exploración de las relaciones humanas nos remiten un poco a Hayao Miyazaki no solo por la importancia de la mujer en la historia, sino por abstenerse de emitir un juicio sobre las acciones de sus personajes.
Lo anterior nos lleva reflexionar acerca de la moral de las protagonistas. A pesar de que Sachi se ha involucrado en lo que podría definirse como un acto inmoral y hasta cierto punto bajo, la connotación que se la da al mismo nunca es presentada como tal. La mujer es buena y compasiva, pero se ha dejado llevar por la naturaleza humana y una pasión difícil de controlar. Sorpresivamente, esto le ha permitido más o menos entender la actitud de su padre, no justificarla de ninguna manera, más bien comprender que la búsqueda de la felicidad a veces nos arrastra a lugares prohibidos e irresistibles. Por ello, su relación con la madre no es la mejor de todas. El hecho de que culpe por completo al difunto del final de su relación y se exima de toda culpa la irrita demasiado. Sachi también podría estar equivocada, pero Koreeda simplemente nos deja observar e interpretar por nuestra cuenta.
Lo anterior nos lleva reflexionar acerca de la moral de las protagonistas. A pesar de que Sachi se ha involucrado en lo que podría definirse como un acto inmoral y hasta cierto punto bajo, la connotación que se la da al mismo nunca es presentada como tal. La mujer es buena y compasiva, pero se ha dejado llevar por la naturaleza humana y una pasión difícil de controlar. Sorpresivamente, esto le ha permitido más o menos entender la actitud de su padre, no justificarla de ninguna manera, más bien comprender que la búsqueda de la felicidad a veces nos arrastra a lugares prohibidos e irresistibles. Por ello, su relación con la madre no es la mejor de todas. El hecho de que culpe por completo al difunto del final de su relación y se exima de toda culpa la irrita demasiado. Sachi también podría estar equivocada, pero Koreeda simplemente nos deja observar e interpretar por nuestra cuenta.
A pesar de la felicidad que emana de las hermanas, la culpa y una ineludible tristeza merodea en su existencia. Cada una de ellas tiene una manera muy personal de afrontarla. Sachi se pregunta si debe de estar con un hombre casado, Suzu siente remordimiento al saber que su madre arrebató al padre de su primera familia, y Yoshino, envuelta en una subtrama en la que se ve en la penosa necesidad de crear más dificultades económicas para la cocinera más del pueblo, no puede asimilar el hecho de que una mujer tan amable y trabajadora tenga que ver su patrimonio írsele de las manos. De igual manera, Sachi y su madre se enfrentan para tratar de limar sus asperezas y ahuyentar la culpa que nos las deja estar en paz. Al final son más parecidas de lo que creen.
Con Nuestra Pequeña Hermana, Hirokazu Koreeda vuelve a demostrar que es un maestro de las emociones, la paciencia y la narrativa a pesar de prescindir de cualquier tipo de tensión. Si bien su nueva obra no tiene el mismo dramatismo que la anterior (porque en realidad no lo necesita), resulta imposible no enamorarse de las protagonistas y empatizar de lleno con ellas. Podemos oler su comida, podemos entender sus decisiones, podemos reírnos y llorar con ellas. Su vida e interacción familiar nos recuerdan el lado más valioso del amor fraternal, algo con lo que todos podemos identificarnos.
Con Nuestra Pequeña Hermana, Hirokazu Koreeda vuelve a demostrar que es un maestro de las emociones, la paciencia y la narrativa a pesar de prescindir de cualquier tipo de tensión. Si bien su nueva obra no tiene el mismo dramatismo que la anterior (porque en realidad no lo necesita), resulta imposible no enamorarse de las protagonistas y empatizar de lleno con ellas. Podemos oler su comida, podemos entender sus decisiones, podemos reírnos y llorar con ellas. Su vida e interacción familiar nos recuerdan el lado más valioso del amor fraternal, algo con lo que todos podemos identificarnos.
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