Deadpool: ¿un respiro para las cintas de superhéroes?

En una era en la que las películas de superhéroes únicamente se han dedicado a explorar el concepto del bien contra el mal, Deadpool emerge como un bicho raro, para bien y para mal. Batman, Capitán América, Iron Man, Superman y una multitud más han enmarcado una definición de superhéroe que, a pesar de tener distintas versiones, se limita a un individuo que lucha por la justicia y la defensa de los desamparados. A pesar del gran éxito que han logrado casas de cómics como Marvel al llevar sus más rentables propiedades al cine por sí mismos, los superhéroes bienintencionados y políticamente correctos en algún momento dejarán de ser relevantes. ¿Qué es lo que necesita el género para no encontrarse con la inevitable indiferencia del público? ¿Es la irreverencia de un personaje como Deadpool lo que verdaderamente se necesita? La respuesta podría ir más allá de los millones de dólares generados en taquilla.

Wade Wilson (Ryan Reynolds), un ex militar que ahora trabaja como mercenario, conoce al amor de su vida, una stripper llamada Vanessa (Morena Baccarin). Después de que esta acepta casarse con él, Wilson sufre un colapso y más tarde se entera de que padece de un tipo de cáncer terminal. Decidido a que no quiere que ella lo vea morir, una misteriosa oportunidad llega de la nada. La propuesta de un emisario de un programa secreto de curar su enfermedad a cambio de entregarse a los experimentos suena demasiado tentadora para Wade, y aunque al principio se rehusa, este termina aceptando y alejándose de Vanessa para alcanzar la salvación. Pero el programa al que se ha inscrito no se trata de un centro médico, sino de una operación clandestina que busca de individuos convalecientes para tratar de despertar sus genes mutantes y convertirlos en mercenarios para el mejor postor. Es ahí donde Francis, mejor conocido como Ajax (Ed Skrein), logra curarlo a través de crueles experimentos que lo desfiguran y le otorgan poderes mutantes. Enojado y frustrado, Wade escapa y jura vengarse de aquellos quienes le hicieron sufrir.


El superhéroe clasificación C es algo todavía muy raro en nuestros tiempos. Aunque en los cómics podemos encontrarnos con decenas de historias en donde el sexo, el uso de drogas, las malas palabras y la violencia extrema son algo sumamente ordinario, los grandes estudios cinematográficos todavía se rehusan a incluir estas características en sus producciones y la verdad no es que las necesiten. La mayoría de los superhéroes que dominan hoy la pantalla grande no tienen en su ADN nada de lo anterior y aún así varios de ellos han encontrado éxito tanto en la critica como en la taquilla. ¿Por qué entonces Deadpool ha resultado un descomunal fenómeno? Cierto sector del público, hombres adultos mayores de 18 a 30 años en su mayoría, han hallado en Deadpool una adaptación completamente fiel a un personaje no tan conocido como Iron Man o el Capitán América, pero ciertamente muy querido en el medio. Trasladar lo mejor del papel al celuloide nunca ha sido sencillo en el mundo de los cómics; por eso, el hecho de que el Deadpool al que hemos seguido todo este tiempo en ellos sea el mismo al que hemos visto encarnado por Ryan Reyolds casi luce como una hazaña.

Y es precisamente el actor canadiense el responsable de todo esto. Tras la aberración que significó la primera aparición del personaje en el spin-off X-Men Orígenes: Wolverine, Reynolds se propuso enmendar este garrafal error impulsando un nuevo proyecto en el que Deadpool no solo fuera el protagonista, sino también una adaptación fidedigna del cómic. Después de seguir la graciosa campaña de promoción y de ver la película podemos decir que Reynolds ha dado en el clavo. Ese Deadpool es con el que estamos familiarizados, ese es el Deadpool que insulta, que insinúa todo tipo de cochinadas, que ama las chimichangas y que acaba con sus enemigos de las formas más violentas posibles. Ahora, es difícil saber en dónde termina Reynolds y donde empieza Deadpool. Por todos es sabido su pobre nivel actoral, pero por alguna extraña razón, su carisma, irreverencia y simpleza han funcionado a la perfección.


Y no solo es la representación del personaje lo que llama la atención de todos los amantes del cómic. La estructura narrativa nos recuerda invariablemente a cualquiera historia que hayamos leído de él en los últimos años. La edición, el uso del tiempo no lineal, las viñetas, la comedia y el uso de innumerables referencias de Marvel y de la cultura popular hacen de Deadpool algo muy entretenido de ver. Los detalles, la manera en que Reynolds se burla de sí mismo y de los demás y la evidente despreocupación son algunas de sus más grandes virtudes. Y por si fuera poco, el lenguaje soez y las situaciones tan vulgares en las que se ve inmiscuido rápidamente lo vuelven un personaje con el que es sumamente sencillo entablar un vínculo.

En cuanto a personajes como Colossus (Stefan Kapicic) y Negasonic Teenage Warhead (Brianna Hildebrand), sus intervenciones ayudan a mantener latente esa atmósfera y vibra del cómic. La ayuda que proporcionan a Deadpool y lo radicalmente distintos que son al protagonista nos recuerdan las numerosas e improbables alianzas que ha entablado el personaje para acabar con sus rivales.


Pero seamos sinceros, Deadpool no es una buena película. Quitemos las groserías, los topless y el excesivo derramamiento de sangre y nos quedaremos con una del origen de un superhéroe más. La trama es más que genérica. Un tipo adquiere súper poderes de manera accidental para después vengarse de quienes le hicieron daño y salvar a su amada en el último minuto. Quizá más de la mitad de las cintas de superhéroes sigan esta misma premisa. Por más que el humor negro y el mal gusto sean esenciales para hacer de esta algo distinta de las demás, la pobreza del guión sale a relucir de principio a fin. Sin duda representaba un reto lograr un Deadpool genuino involucrado en una historia que realmente desplegara creatividad y originalidad, pero el esfuerzo en la primera fue tanto que la segunda quedó seriamente descuidada. Y qué decir del eterno villano simplón, un mal que ha enviciado al género durante toda la década. 

En el pasado reciente, cintas como Watchmen o la trilogía de Blade intentaron desligarse de la vertiente ordinaria del superhéroe con otro tipo de recursos. Aunque la intención de dotar al género de una visión un tanto más oscura era meritoria, los resultados no pudieron haber sido más decepcionantes y poco memorables. Deadpool ciertamente no entra en esta categoría, pero es únicamente por el hecho de que no se toma en serio a sí misma, tal y como las anteriores tuvieron el desacierto de hacer. De cualquier manera, esta nueva apuesta tampoco representa la respuesta a las preguntas planteadas en el comienzo de esta reseña. Es quizá en la colaboración de Netflix y Marvel en donde podemos encontrarla. Superhéroes imperfectos con problemas como los de cualquiera y viviendo en un mundo perfectamente reconocible le han dado un nuevo respiro al género y esperamos que siga siendo así. Es probable que el Daredevil y la Jessica Jones de esta plataforma sean los superheróes más interesantes que hayamos visto en el cine y la televisión.


Deadpool, por más fiel que sea al cómic, nos lleva a un extremo del superhéroe que en estos momentos parece muy divertido e innovador, pero que de explotarse más y más, como seguramente sucederá, terminará por cansar y dejar de sorprender. Es cierto que el personaje requería de una adaptación como esta para ser exitoso, pero cuando nos topamos con una historia que hemos visto en decenas de ocasiones uno no puede dejar de sentir cierta decepción. Solo cuando el guión realmente esté bien trabajado sabremos si Deadpool tiene un futuro. Por ahora, nada es seguro.

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