William Shakespeare ha sido una gran inspiración para decenas de directores a lo largo de la historia. Además de haber sido adaptado al cine por leyendas como Welles, Kurosawa o Polanski, nuevos realizadores han encontrado en su legado un conducto para probar su talento y tratar de dotar a estos clásicos con una pizca de su estilo. El australiano Justin Kurzel es quien en esta ocasión nos trae la más nueva adaptación de una de las clásicas obras del ilustre escritor, Macbeth. Con un elenco de primer nivel y una salvaje pero precisa atmósfera, esta versión emerge como una sumamente visceral y hermosamente filmada. Fiel a la obra original en general y con una brutal interpretación de Michael Fassbender como el tiránico rey, Macbeth es probablemente una de las mejores adaptaciones de Shakespeare de tiempos recientes.
Hay guerra civil en Escocia. En un intento por derrotar de una vez por todas a los rebeldes, el rey Duncan (David Thewlis) despacha a una gran cantidad de hombres para que uno de sus más leales siervos, Macbeth (Michael Fassbender), pueda alcanzar la victoria final. Después de una cruenta batalla, Macbeth y su amigo Banquo (Paddy Considine), triunfantes, son visitados por unas brujas quienes profetizan al primero como futuro rey y al segundo como padre de un nuevo linaje. Cuando otros de sus presagios comienza cumplirse, la obsesión por el poder comienza a tomar el control de Macbeth, sin mencionar que su esposa, Lady Macbeth (Marion Cotillard) lo presiona abiertamente para cumplir con su destino. Así, el guerrero decide asesinar a Duncan y hacerse con el trono; sin embargo, la culpa y la paranoia por mantener su secreto poco a poco lo irán consumiendo.
En Macbeth, no solo son las crudas y virtuosas interpretaciones de Fassbender y Cotillard lo que resalta, sino la notable oscuridad que emana de las entrañas de este relato. La muerte impregna cada uno de los rincones del mismo. La primera escena nos muestra el funeral de un pequeño niño y a los padres carcomidos por la frustración y la tristeza, pero de algún modo resignados ante el hecho. Posteriormente, una sangrienta batalla continúa adentrándonos en un mundo donde la pérdida y la violencia están tan impregnados que la muerte y la desolación simplemente ya no puede lastimar a sus vacías almas. Nos encontramos entonces con un par de personajes afligidos y traumados a quienes la oscuridad ya se ha apoderado de ellos desde mucho antes y no después de los acontecimientos aquí contados.
Macbeth es un hombre culpable. Incluso antes de iniciar su racha homicida, el guerrero ha sucumbido ante la indiferencia de quitar una vida. La palabra felicidad no existe en su vocabulario, pero pareciera que tampoco en el mundo que habita. El contexto bélico es razón suficiente, pero el ver a niños con la garganta abierta, quemados en la hoguera o como victimarios de sus oponentes nos hablan no solo del miedo y la opresión, sino de la crueldad tanto de aquellos al mando como de quienes son meros observadores de las atrocidades.
Todo esto ha hecho de Macbeth alguien con una carga insoportable. Como ejecutor de la voluntad de un rey, el hombre se ha convertido en la muerte misma. Que unas brujas se le aparezcan en la mitad de la batalla lo sorprende, pero de algún modo también lo alivia. Pude que quizá después de tanto sufrimiento todavía haya en el horizonte una recompensa, por más terrenal y superficial que luzca. La profecía que lo unge como rey se vuelve el nuevo propósito de su vida y será en Lady Macbeth en quien encontrará la voz de la maldad y de la traición. Juntos emprenderán un violento viaje para cumplir con los designios de las brujas por sí mismos, pero ¿no serán las estas nada más que una representación corpórea de su lado más malvado?
Fassbender aporta una profundidad muy interesante al protagonista. El sufrimiento y su crisis interna son manejados por el actor de una manera brillante. Aunque su transformación en un ser vil y despiadado ocurre de un instante a otro, pero son las venenosas de Lady Macbeth lo que respalda el súbito cambio en su comportamiento. Fasssbender nos deja ver la duda y el drama por el que atraviesa el pronto por ser rey, pero también la locura y desconfianza que se apoderan eventualmente de él. Dos escenas en particular, un contundente monólogo que por momentos recita a la cámara justo antes de asesinar a Duncan y cuando preside un banquete justo después de haber mandado asesinar a su viejo amigo Banquo, ponen sobre la mesa a un Macbeth todavía luchando contra sí mismo y a otro más que ya ha sido consumido por la sed de poder. Es difícil imaginar a algún otro actor en este papel.
Cotillard también cumple con un trabajo sobresaliente. Aunque Lady Macbeth es la que insta a su marido a cometer un acto de traición, las subsecuentes acciones de este le hacen abrir los ojos y darse cuenta primero de lo que han hecho. Una de las escenas más potentes de la película la tiene a ella como centro, igualmente con un monólogo lleno de culpa y desesperación. Con sus palabras, pero sobre todo con la mirada, la actriz nos convence del sentir de una mujer que ha vuelto a ver la luz entre tantas tinieblas. La visión de su hijo fallecido lo confirma.
Pero Macbeth no sería una formidable obra si no hubiera sido filmada de la manera en que Kurzel y su director de fotografía lo hicieron. Retratando locaciones de ensueño y usando efectivamente recursos como la cámara lenta en las escenas de batalla, el director y su equipo logran capturar un ambiente tan bello como lúgubre que se adecua perfectamente al tono de la historia. Las escenas finales, en las que Macduff (Sean Harris) prende en llamas el bosque contiguo al castillo de Macbeth para que salga a pelear con él son realmente esplendorosas. La batalla final entre los rivales, cubierta por un humo rojo y rodeada por las siluetas de los hombres que observan, es una muestra de la maestría técnica de los involucrados. Mención especial también merece la música original, la cual aporta una gran tensión a las escenas más dramáticas.
Nominada a la Palma de Oro del Festival de Cannes el año pasado, Macbeth es tan impresionante que cuesta creer que se trate tan solo de la segunda película del director. Las enormes actuaciones que ha sacado de sus protagonistas, el cuidado que le ha dado a todos los aspectos, como el vestuario, los diálogos, el diseño de arte, los efectos especiales, etc. son de una manufactura de primer nivel y es eso lo que nos hace pensar que Kurzel tiene un promisorio futuro. Veremos cómo se desenvolverá ahora en una cinta de alto perfil y mucho más comercial como Assassin's Creed.
Hay guerra civil en Escocia. En un intento por derrotar de una vez por todas a los rebeldes, el rey Duncan (David Thewlis) despacha a una gran cantidad de hombres para que uno de sus más leales siervos, Macbeth (Michael Fassbender), pueda alcanzar la victoria final. Después de una cruenta batalla, Macbeth y su amigo Banquo (Paddy Considine), triunfantes, son visitados por unas brujas quienes profetizan al primero como futuro rey y al segundo como padre de un nuevo linaje. Cuando otros de sus presagios comienza cumplirse, la obsesión por el poder comienza a tomar el control de Macbeth, sin mencionar que su esposa, Lady Macbeth (Marion Cotillard) lo presiona abiertamente para cumplir con su destino. Así, el guerrero decide asesinar a Duncan y hacerse con el trono; sin embargo, la culpa y la paranoia por mantener su secreto poco a poco lo irán consumiendo.
En Macbeth, no solo son las crudas y virtuosas interpretaciones de Fassbender y Cotillard lo que resalta, sino la notable oscuridad que emana de las entrañas de este relato. La muerte impregna cada uno de los rincones del mismo. La primera escena nos muestra el funeral de un pequeño niño y a los padres carcomidos por la frustración y la tristeza, pero de algún modo resignados ante el hecho. Posteriormente, una sangrienta batalla continúa adentrándonos en un mundo donde la pérdida y la violencia están tan impregnados que la muerte y la desolación simplemente ya no puede lastimar a sus vacías almas. Nos encontramos entonces con un par de personajes afligidos y traumados a quienes la oscuridad ya se ha apoderado de ellos desde mucho antes y no después de los acontecimientos aquí contados.
Macbeth es un hombre culpable. Incluso antes de iniciar su racha homicida, el guerrero ha sucumbido ante la indiferencia de quitar una vida. La palabra felicidad no existe en su vocabulario, pero pareciera que tampoco en el mundo que habita. El contexto bélico es razón suficiente, pero el ver a niños con la garganta abierta, quemados en la hoguera o como victimarios de sus oponentes nos hablan no solo del miedo y la opresión, sino de la crueldad tanto de aquellos al mando como de quienes son meros observadores de las atrocidades.
Fassbender aporta una profundidad muy interesante al protagonista. El sufrimiento y su crisis interna son manejados por el actor de una manera brillante. Aunque su transformación en un ser vil y despiadado ocurre de un instante a otro, pero son las venenosas de Lady Macbeth lo que respalda el súbito cambio en su comportamiento. Fasssbender nos deja ver la duda y el drama por el que atraviesa el pronto por ser rey, pero también la locura y desconfianza que se apoderan eventualmente de él. Dos escenas en particular, un contundente monólogo que por momentos recita a la cámara justo antes de asesinar a Duncan y cuando preside un banquete justo después de haber mandado asesinar a su viejo amigo Banquo, ponen sobre la mesa a un Macbeth todavía luchando contra sí mismo y a otro más que ya ha sido consumido por la sed de poder. Es difícil imaginar a algún otro actor en este papel.
Cotillard también cumple con un trabajo sobresaliente. Aunque Lady Macbeth es la que insta a su marido a cometer un acto de traición, las subsecuentes acciones de este le hacen abrir los ojos y darse cuenta primero de lo que han hecho. Una de las escenas más potentes de la película la tiene a ella como centro, igualmente con un monólogo lleno de culpa y desesperación. Con sus palabras, pero sobre todo con la mirada, la actriz nos convence del sentir de una mujer que ha vuelto a ver la luz entre tantas tinieblas. La visión de su hijo fallecido lo confirma.
Pero Macbeth no sería una formidable obra si no hubiera sido filmada de la manera en que Kurzel y su director de fotografía lo hicieron. Retratando locaciones de ensueño y usando efectivamente recursos como la cámara lenta en las escenas de batalla, el director y su equipo logran capturar un ambiente tan bello como lúgubre que se adecua perfectamente al tono de la historia. Las escenas finales, en las que Macduff (Sean Harris) prende en llamas el bosque contiguo al castillo de Macbeth para que salga a pelear con él son realmente esplendorosas. La batalla final entre los rivales, cubierta por un humo rojo y rodeada por las siluetas de los hombres que observan, es una muestra de la maestría técnica de los involucrados. Mención especial también merece la música original, la cual aporta una gran tensión a las escenas más dramáticas.
Nominada a la Palma de Oro del Festival de Cannes el año pasado, Macbeth es tan impresionante que cuesta creer que se trate tan solo de la segunda película del director. Las enormes actuaciones que ha sacado de sus protagonistas, el cuidado que le ha dado a todos los aspectos, como el vestuario, los diálogos, el diseño de arte, los efectos especiales, etc. son de una manufactura de primer nivel y es eso lo que nos hace pensar que Kurzel tiene un promisorio futuro. Veremos cómo se desenvolverá ahora en una cinta de alto perfil y mucho más comercial como Assassin's Creed.
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