Solo los Amantes Sobreviven: el vampirismo del siglo XXI

¿Cómo volver a cautivar al público con el desgastado género de los vampiros? La figura mitológico Déjame Entrar, pero es Jim Jarmusch quien ahora nos presenta un muy personal y bastante intrigante punto de vista acerca del tema del chupasangre ha permanecido en el cine desde sus comienzos. Murnau, David Bowie, Bela Lugosi, Francis Coppola, Tom Cruise... Cientos han trabajado con esta figura dotándola de un estatus casi legendario en este arte. Por supuesto, su legado ha sido masacrado también con una enorme cantidad de sosas producciones de acción e historias que se aprovechan de la libido de niñas adolescentes para triunfar. Pocas son las películas de vampiros que en los últimos años nos han dado un distinto enfoque del mito, basta con recordar el oscuro romance de

Adam (Tom Hiddleston) es un retraído músico que se mueve en los círculos underground y que desprecia todo lo que tenga que ver con la fama, la popularidad y la sociedad misma. Eve (Tilda Swinton), su esposa, es una sofisticada y letrada mujer mucho más abierta a lo que el mundo tenga para darle. Ambos son vampiros y aunque viven en distintos sitios, el amor que se tienen no ha cambiado en lo más mínimo durante siglos. Cuando Adam cae en una depresión, Eve acude a verlo para tratar de cambiar su estado de ánimo.
Solo los Amantes Sobreviven no tiene una trama en realidad. La única intención de Jarmusch es mostrarnos cómo sería la vida de dos vampiros esnobs tratando de llevar una vida de bajo perfil en el siglo XXI. Adinerados, habiendo vivido infinitas experiencias y llenos de anécdotas que involucran a varias de las mentes más brillantes de la humanidad, su única preocupación realmente debería de ser su quisquillosa alimentación, sangre tipo O negativo; sin embargo, hay algo que molesta a Adam principalmente: su humanidad.


Además de músico, el elitista vampiro es un inventor y ferviente admirador de las artes. Con un auto cuyo motor el mismo construyó con tecnología de su viejo compañero Nikola Tesla, y con recuerdos de haber visto tocar prácticamente a los mejores músicos de la historia, Adam siente un profundo rencor hacia los hombres, a los que él y su esposa se refieren como "zombies". En distintas ocasiones asegura no tener héroes, eso implicaría apreciar a un ser inferior, pero el hecho que sus paredes estén repletos de retratos de escritores como Poe o que uno de sus músicos favoritos sea Jack White parecen contradecir sus estrictas máximas. Aunque no lo admita, Adam puede apreciar el trabajo bien hecho, como una guitarra hecha a mano con más de 100 años de antigüedad, pero también puede identificar las miles de maneras en que los "zombies" malgastan los recursos que tienen a la mano.

La ironía de sus nombres nos hacen pensar en ellos como los primeros y los últimos. Aquellos que han vivido relativamente desde siempre y que estarán ahí hasta el fin de los tiempos. Adam es quien se ha dado cuenta de ello. Su depresión ha sacado a relucir su lado más vulnerable, los deseos humanos que él mismo critica. A pesar de que aparentemente no busca reconocimiento alguno por su música, este no puede ocultar su curiosidad cuando Ava (Mia Wasikowska), la hermana de su mujer, le dice que ha escuchado su trabajo a cientos de kilómetros de distancia. Quizá la inmortalidad no venga acompañada de trascendencia.


Es precisamente la aparición de Ava lo que más o menos podríamos entender como trama. Por alguna razón, su presencia en los sueños de la pareja les traen muy malos recuerdos y es cuando finalmente aparece que nos damos cuenta de que es su inmadurez, rebeldía y irresponsabilidad lo que saca de quicio a Adam. Sin más remedio que cumplir su capricho, el grupo, incluido Ian (Anton Yelchin), el especie de asistente de Adam, y único "zombie" que puede soportar, acude a un antro de mala muerte para ver a tocar a una banda en vivo, cosa que desemboca en una penosa situación para todos, sobre todo para Ian. La vibra de la secuencia nos recuerda a The Hunger y ese agresivo inicio orquestado por Peter Murphy y Bauhaus, en donde Bowie y Catherine Deneuve acechan a sus víctimas con la gótica música de la banda de fondo. 

Jarmusch nos sitúa en escenarios completamente distintos pero ideales para desarrollar un relato de vampiros como este. Adam vive en una desolada Detroit en donde nadie camina por las calles, las casas están abandonadas y las fábricas están cerradas. Ese ambiente casi posapocalíptico alimenta el odio que tiene hacia el hombre y su manía por destruir todo a su alrededor. Eve habita al otro lado del mundo, en Tánger, Marruecos, en donde una mística aura inunda el ambiente. 


Quizá lo más interesante de esta obra es la forma en que le director nos presenta el mito del vampiro desde una perspectiva cotidiana y sin ningún fin aparente. Déjame Entrar orbita más o menos en la misma sintonía, pero en aquella historia nos encontramos con una casi trágica y tierna historia de un vampiro enamorado de un mortal. Aquí, dos vampiros que se aman el uno al otro tratan de replantear su existencia; su amor mutuo está dado por hecho, es su instinto y naturaleza  los que amenazan con estallar en distintos momentos. Jarmusch no aporta al género con una ampliación de la mitología, sino más bien con momentos casi improvisados como ver a los amantes saborear una paleta de hielo de sangre o contar cómo leyendas humanas como Schubert o Shakespeare les robaron sus ideas. Situaciones que parecen tan cotidianas para ellos.

Al final, el verdadero valor de Solo los Amantes Sobreviven está en esa inevitable sensación humana de que el tiempo está a punto de devorarnos, sin mencionar esa presión por dejar una huella en un mundo que nos parece incomprensible.

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