La primera vez que se habló de Xavier Dolan en este blog fue el año pasado gracias a Tom en el Granero, una adaptación de una obra de teatro del mismo nombre y protagonizada por él mismo. En ella, una enfermiza relación de un joven con los familiares de su novio florece tras el fallecimiento de este último. En forma de un thriller psicológico, aquella historia dejaba al descubierto una dinámica sadomasoquista sumamente peculiar con algunos tintes cómicos; sin embargo, Dolan se adueñaba de cada cuadro de manera egocéntrica al punto de restarle valor a su trabajo. Si bien la cinta tenía ciertas inconsistencias tanto narrativas como técnicas, el joven director francocanadiense demostraba que tenía los suficientes argumentos como para destacar con un estilo único e irreverente. Hoy, a los 26 años, con varios trabajos en su haber, nominado a la Palma de Oro en Cannes y habiendo ganado el Premio del Jurado del mismo festival, Dolan da la campanada con una de las películas más reflexivas, desgarradoras y apasionantes del último año, Mommy.
Diane (Anne Dorval), Die para sus seres queridos, es una viuda y madre de un problemático adolescente llamado Steve (Antoine-Olivier Pilon), el cual padece de un trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), hecho que la ha orillado a mantenerlo en un internado. Cuando la institución en la que el chico se encuentra simplemente ya no puede contener sus fechorías, a Diane no le queda otra alternativa que traerlo de vuelta a casa. Así, madre e hijo retomarán una extraña pero honesta relación que les hará recordar por qué están vivos.
Nuestros protagonistas entran en lo que se podría catalogar como una familia disfuncional. Por un lado está Diane, una despreocupada y atractiva mujer sin pelos en la lengua, pero que apenas puede mantenerse a ella misma; por el otro tenemos a Steve, un delincuente juvenil tan carismático como descarado. Es a través de su reencuentro que nos asomamos a ese diminuto y fascinante mundo que han creado, el cual ha despertado la curiosidad de su vecina, Kyla (Suzanne Clément), quien agobiada por el sutil pero férreo yugo de su esposo habrá de entrar en una divertida y al mismo tiempo peligrosa dinámica.
En Mommy, Dolan vuelca todo su talento para poder expresar todo lo que sabe su madre. Según las palabras del joven director, no hay nada más apasionante que pueda haber en su vida que la existencia de esta. Tal sentimiento le ha sido inyectado a Steve de una forma cruda y lo más puro posible. El amor que siente por Dianne es inmenso, tanto que las formas de expresarlo no caben en lo estrictamente convencional. Adularla y decirle lo bien que se ve, hablarle como si fuera nuestra mejor amiga, amedrentar al idiota que se trate sobrepasar con ella, acercarse a ella de la manera más sensual posible... Cualquiera diría que aquí hay algo de incesto; sin embargo, la condición de Steve lo puede llevar de ser del más dulce al más violento e incomprensivo en tan solo unos segundos. Dianne lo sabe y trata siempre de establecer límites a lo que su hijo puede hacer, pero lo único para lo que no pone es para el amor.
Las actuaciones de Dorval y Pilon merecen una ovación de pie. Ambos han encarnado a personajes complejos y tan encomiables que llegan a ser memorables. La química entre ambos es absoluta y su interacción resulta insuficiente para el apretado formato en el que Dolan presenta esta historia. Por supuesto esto tiene una razón de ser y más adelante se tratará de explicar.
Clément también asombra con su interpretación de Kyla. Tartamuda, insegura y reprimida por su esposo, la también bella mujer sufre dentro de las paredes de su casa. La despreocupación y gracia que solo puede ver a través de las persianas le resultan curiosas. Cuando finalmente se atreve a acercarse a ellos, las groserías y agresividad de Steve no tardan en colmar su paciencia, pero mientras más pasa tiempo con ellos, Kyla poco a poco se va liberando de sus demonios y de las difíciles experiencias que ella misma ha tenido que atravesar como madre. Su presencia es definitivamente un punto de equilibrio para sus nuevos amigos, quienes por fin pueden comunicarse sin la necesidad de pelear.
Antes de que Dolan abra su película, un pequeño texto nos advierte del desenlace de esta historia. Es con este que el realizador nos pone al tanto del contexto en el que viven sus personajes: un Canadá ficticio de un posible futuro inminente en el que una ley permite a los padres sin dinero, sin opciones y sin posibilidad de criar alguna a sus hijos (¿sin amor?) entregarlos al sistema para que se hagan cargo de ellos. Cuando Steve es expulsado del internado, la directora sugiere a Dianne ampararse bajo la nueva posibilidad. Ofendida, la madre se niega siquiera a pensar tal cosa. Todo lo que sigue a continuación llevará a Diane a recurrir a la polémica ley, pues a pesar de los buenos momentos que han pasado, los delitos que ha cometido Steve, la violencia que circula en su mente y la rotunda negación suya de recibir ayuda dejan a su madre sin ninguna otra alternativa. Al final, cuando la entrega ya ha sido consumada y la improbable relación con Kyla ya ha quedado en el pasado, esta última la encuentra una vez más para anunciarle su partida y tratar de hablar de lo sucedido. Es aquí donde Diane le habla de la esperanza como la principal razón de su decisión, el acto de amor definitivo.
Resulta altamente gratificante poder apreciar la arriesgada propuesta del director. Es en la selección musical donde tan solo una de sus atípicas decisiones queda manifiesta. ¿Cuándo imaginamos una película en la que que sonarían Céline Dion y Eiffel 65? Mommy cuenta con un soundtrack tan ecléctico como efectivo. Además de incluir canciones de algunas estrellas musicales de su país, como lo es Dion y Simple Plan, Dolan también se vale de una extraña selección conformada por los autores de "Blue (Da Ba Dee)", Dido y más notablemente, Oasis. No solo es el uso de estas canciones, sino la manera de emplearlas, pues en algunos casos podemos escucharlas íntegramente acompañando algunas secuencias de la película. Quizá el momento más emblemático de toda la cinta es ese montaje que empieza con un tosido de Steve y que da pie a las primeras notas de "Wonderwall", en donde podemos presenciar el único momento de felicidad plena en todo este embrollo. La canción, cuya letra queda como anillo al dedo para el adolescente, es la llave para abrir la jaula que oprime a los personajes, y es así como finalmente el formato se abre de una forma espectacular para dejar respirar a los protagonistas aunque sea solo por un momento. Solo una vez más volveremos a presenciar algo así antes del final, y es cuando Diane imagina, en otra gran escena, cómo sería el futuro perfecto para ella y su hijo. Terminados estos eventos, la caja vuelve a cerrarse regresándolos de manera abrupta a su realidad.
Mommy es uno de esos raros sucesos fílmicos en los que llorar, reír y reflexionar son necesarios para poder apreciar totalmente lo que estamos viendo. La relación de Diane y Steve puede ser conmovedora, dura, brutal, triste y hasta desoladora, pero estamos ante una honestidad absoluta que puede llegar a ser difícil de entender y es que en este mundo no puede haber algo más grande, complejo y hasta irracional que el amor de una madre por su hijo.
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